¿Qué me pasa, doctor?

José Carlos Fuertes Rocañín

Fragmento

1

Estos son mis propósitos

No, por favor, no tenga miedo y no saque consecuencias precipitadas, pues aunque voy a hablar de psiquiatría, de enfermedades mentales y de trastornos del comportamiento, le doy mi palabra de que lo voy a hacer de forma clara, práctica, y espero que también amena, aunque no por ello menos rigurosa; no en balde, «el rigor científico, no tiene por qué ser rigor mortis».

Este manual tiene como finalidad fundamental aproximarlo a un mundo realmente fascinante y complejo: la mente humana. Mejor dicho, a la mente humana y a sus trastornos. Y es que la enfermedad mental, a pesar de los importantes avances científicos y la intensa labor de divulgación que se está haciendo durante todo este tiempo, sigue siendo incomprendida y todavía en el siglo XXI, cuando, por ejemplo, queremos insultar a alguien, lo llamamos neurótico, sin darnos cuenta de que los neuróticos son unos enfermos que sufren y padecen intensamente; hablamos de «depresión» y la confundimos con la tristeza que los seres humanos sufrimos de forma tan natural como la alegría; tenemos un miedo injustificado a los psicofármacos, y en cambio hacemos un uso indiscriminado y peligroso de otros muchos medicamentos que son con frecuencia más peligrosos pero sin tan mala prensa; le decimos a una anoréxica que «tiene que poner de su parte» para curarse, sin darnos cuenta de que ello es imposible ya que su enfermedad le distorsiona por completo su imagen corporal y no es capaz de ver la realidad de forma objetiva; consideramos las drogodependencias un «vicio», y no una enfermedad que hace perder la libertad del sujeto y acaba con su vida y con la de su familia. En fin, como es obvio, el desconocimiento, la ignorancia y a veces la arrogancia envuelven y rodean gran parte de todo lo referente a las enfermedades psíquicas.

Para paliar algunos de estos equívocos y poner luz en este apasionante y complicado mundo de los trastornos psíquicos hemos escrito este manual, todo él diseñado para que las alteraciones o desequilibrios mentales dejen de estar rodeados de tabúes y mitos. Como se dice coloquialmente, se ha ido «al grano», huyendo de tecnicismos innecesarios, de complicadas teorías causales o de sofisticadas explicaciones fisiopatológicas. Se trata, en definitiva, de poner luz y no sombras; de aclarar conceptos y no de crear más dudas de las que ya tenemos. Para eso están otro tipo de libros de psiquiatría más sesudos, más técnicos, más complejos y dirigidos por supuesto a otro público: el de los expertos en salud mental.

Hemos pasado revista a temas tan importantes y de gran relevancia psiquiátrica como son los trastornos de la personalidad o de la forma de ser, la ansiedad, la depresión, el abuso de sustancias tóxicas o las psicosis. Pero también hemos incidido sobre otros que, sin ser estrictamente psiquiátricos, hacen sufrir o, cuando menos, preocupan a muchas personas, como son las relaciones con los hijos, los problemas legales del enfermo mental, o la autoestima y la necesidad del autoconocimiento.

Como médico psiquiatra me sentiré contento y mi objetivo se habrá cumplido si soy capaz de transmitirle lo fundamental de nuestra especialidad. Pero mi satisfacción, como médico y como persona, será mucho mayor si, cuando concluya la lectura de este libro, he conseguido llevar también a su ánimo lo importante que es conocer el sufrimiento y la soledad que padecen los enfermos mentales y sus familias, ya que solo a través del conocimiento es posible la solución de los problemas y conseguir que los enfermos psiquiátricos sean tratados con respeto y cariño, en lugar de ser enfermos ignorados, cuando no maltratados, por una sociedad que los teme, los rechaza, los oculta o simplemente los repudia y niega su existencia.

Como siempre, la última palabra la tiene el lector. Espero que el «diagnóstico» sea favorable y el tratamiento sea recomendar la lectura de esta obra a sus amigos y conocidos.

2

La psiquiatría:

¿Una especialidad como otra cualquiera?

Cuando empecé mi formación como médico interno residente (los ahora conocidos como MIR), hace ya casi veinte años, sabía que me adentraba en un camino difícil, peculiar y en cierta manera diferente del resto de las especialidades médicas. Ser psiquiatra era ser médico, pero un «médico especial». Hoy, pasado el tiempo, me siento satisfecho de haberlo hecho, aunque a veces confieso que he sentido sobre mis espaldas una carga pesada de soportar, cierta soledad y hasta una desagradable incomprensión cuando algunas veces te llaman despectiva y jocosamente «loquero», sin darse cuenta de lo efímera y sutil que es la línea que separa la locura de la supuesta normalidad, y lo fácil que resulta traspasarla.

La psiquiatría «debería» ser una especialidad más, pero en la realidad no lo es, o al menos no del todo, ya que sigue habiendo muchas reticencias que surgen desde frentes diversos. Los primeros problemas, curiosa y paradójicamente, nacen del propio enfermo, para quien ir al psiquiatra y empezar un tratamiento no tiene el mismo significado que acudir a la consulta de otro profesional de la medicina. También encontramos reticencias por parte de nuestros propios compañeros médicos, tanto sobre la esencia de nuestra especialidad como sobre las posibilidades de actuación que tenemos para abordar y tratar la enfermedad mental. Por último, los problemas fluyen de la sociedad en su conjunto, representada a través de los medios de comunicación de masas, que ha construido un arquetipo de la enfermedad mental mitad basado en la violencia y mitad en el esperpento, que para nada se ajusta a la realidad.

Con frecuencia nuestros pacientes, cuando acuden voluntariamente a la consulta, lo hacen a escondidas y, en cierta manera, avergonzados, como si hubieran cometido un delito o estuvieran haciendo algo incorrecto. Otros llegan forzados por la familia debido a una serie de comportamientos extraños que viene observando todo el mundo menos el propio enfermo; es fácil comprender que con un paciente a quien «traen» y que no «viene» la relación sea complicada y sus reticencias importantes y difíciles de vencer.

En ocasiones nos llegan también personas muy desorientadas y sin saber a ciencia cierta si han hecho bien pidiendo una consulta, si deberían ir a un psicólogo o si podremos ayudarlas, dado que su problema es más un conflicto humano, biográfico o personal que una enfermedad.

Como puede ver, todo esto justifica en parte que la psiquiatría sea una especialidad «peculiar» para los pacientes y también para los médicos. El paciente psiquiátrico «se siente diferente» y la sociedad lo considera así al verlo unas veces peligroso, otras insoportable, y siempre mucho más complejo y difícil de tratar que otro tipo de enfermos a los que sí acepta, comprende y compadece.

El enfermo «de los nervios» es un paciente «maltratado», no tanto con mala intención, como por una profunda ignorancia. Las cosas de la cabeza siempre han tenido una consideración especial, por eso es necesario que los tabúes den paso a la información, que la ciencia se imponga sobre la creencia y que la evidencia científica sea la que marque el camino a seguir en lugar de hacerlo la elucubración mental, la superstición o el curanderismo. ¿Por qué a estas alturas de la historia tenemos que justificar y explicar que el enfermo mental es un enfermo más? Las causas son variadas y complejas. Algunas ya las hemos visto, otras, si no se aburre y continúa en mi compañía, se las comentaré a continuación.

En primer lugar está la creencia popular y extendidísima de que existen enfermedades «físicas» y otras «psicológicas». Es decir, que dentro de nuestro cráneo no habría célul

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