No me estás escuchando

Kate Murphy

Fragmento

Introducción

INTRODUCCIÓN

¿Cuándo fue la última vez que escuchamos a alguien, que lo hicimos de verdad, sin pensar en lo que queríamos decir después, echarle un vistazo al móvil ni interrumpir a otro para dar nuestra opinión? ¿Y cuándo fue la última vez que nos escucharon de verdad a nosotros? ¿Que prestaron tanta atención a nuestras palabras y nos dieron una respuesta tan justa que nos sentimos realmente comprendidos?

En la vida moderna, nos animan a escuchar la voz de nuestro corazón, de nuestro interior, de nuestra intuición, pero rara vez nos animan a prestar atención a los demás. Lo cierto es que entablamos diálogos de sordos, y a menudo nos superponemos al hablar en cócteles, en reuniones de trabajo o incluso en cenas familiares; estamos predispuestos a llevar la voz cantante, no a seguir el hilo de la conversación. En internet y en persona, lo fundamental es siempre definirse, crear un relato y transmitir un mensaje. Se valora lo que se proyecta, no lo que se absorbe.

Y, sin embargo, podría decirse que escuchar es más valioso que hablar. Se han declarado guerras, perdido fortunas y enturbiado amistades por falta de una escucha atenta. Al revés, como expresó Calvin Coolidge en una frase famosa: «Nadie se ha quedado sin trabajo por prestar oídos».[1] Escuchar es esencial para dialogar, entender, conectar, empatizar y crecer en cuanto seres humanos. Es fundamental en cualquier relación bien avenida, sea personal, profesional o política. A ese respecto, el filósofo griego Epicteto dijo: «La naturaleza dio a los hombres dos orejas y una lengua, para que podamos escuchar el doble de lo que decimos».[2]

Es sorprendente, pues, que haya equipos de debate y cursos de retórica y persuasión en las escuelas secundarias y en las universidades, pero rara vez, si acaso, clases o actividades que enseñen a escuchar con atención. Podemos doctorarnos en comunicación verbal y afiliarnos a organizaciones como Toastmasters para perfeccionar la oratoria, pero no existe ningún título ni formaciones equivalentes que pongan de relieve y fomenten la escucha. Hoy en día, la imagen del éxito y el poder es una persona con un micrófono caminando por un escenario o perorando desde un podio. Dar una charla TED o un discurso de graduación es lo máximo. Los medios sociales han proporcionado a todo el mundo un megáfono virtual para transmitir cualquier pensamiento, junto con la manera de filtrar todo punto de vista divergente. La gente considera invasivas las llamadas telefónicas y pasa por alto el correo de voz; prefiere los mensajes de texto o los emoticonos sin palabras. Cuando se escucha algo, lo más es probable es que se haga con auriculares o cascos, con los que cada cual se siente seguro dentro de una burbuja de sonido creada a medida, la banda sonora de la película en que se ha convertido su vida amurallada. El resultado es una creciente sensación de vacío y aislamiento, que lleva a la gente a pasar o deslizar pantallas y clicar cada vez más. La distracción digital ocupa la mente, pero hace poco por nutrirla, no hablemos ya de cultivar nuestra honda capacidad de sentir, que requiere que una voz ajena resuene en nuestros huesos y psiques. Escuchar de verdad es prestarse a que el relato de otra persona nos conmueva de un modo físico, químico, emocional e intelectual.

En este libro se encontrará un elogio de la escucha y una lamentación sobre la posible pérdida del placer auditivo en nuestra cultura. Como periodista, he entrevistado a muchísimas personas, desde premios Nobel hasta menores sin techo. Me considero una oyente profesional, y sin embargo también puedo quedar por debajo de mis expectativas; por eso este libro es también una guía orientada a mejorar nuestra capacidad de escuchar.

Para escribirlo, pasé casi dos años estudiando las investigaciones universitarias dedicadas al acto de escuchar: sus procesos biomecánicos y neurobiológicos, así como sus efectos psicológicos y emocionales. En mi escritorio parpadea un disco duro externo que contiene cientos de horas de entrevistas con personas que, en sitios que van desde Boise hasta Beijing, estudian algún aspecto de la escucha o hacen un trabajo que, como el mío, requiere mucho oído; entre ellas hay espías, sacerdotes, psicoterapeutas, camareros, negociadores de situaciones de crisis, peluqueros, controladores de tránsito aéreo, productores de radio y moderadores de grupos de discusión.

También he vuelto a contactar con algunos de los individuos más talentosos e inteligentes sobre los que he escrito o que he entrevistado a lo largo de los años —artistas, directores ejecutivos, políticos, científicos, economistas, diseñadores de moda, deportistas profesionales, empresarios, chefs, pintores, escritores y líderes religiosos—, a fin de preguntarles qué significa para ellos escuchar, en qué momento lo hacen mejor, qué sensaciones tienen cuando alguien los escucha y cuáles cuando no. También recurrí a muchas personas que por casualidad se sentaron a mi lado en aviones, autobuses o trenes, o quizá se cruzaron conmigo en un restaurante, una cena de amigos, un partido de béisbol, una tienda de alimentos o mientras paseaba a mi perro. Algunas de las intuiciones más valiosas sobre la escucha provienen de escucharlas a ellas.

En este libro, se descubrirá —como lo hice yo— que escuchar es más que oír lo que dice la gente. También es prestar atención a cómo lo dice, qué hace al decirlo, en qué contexto lo dice y qué efectos tiene en nosotros. No se trata simplemente de guardar silencio mientras otro perora. Al contrario. En buena parte, escuchar tiene que ver con nuestra reacción: el grado en que ayudamos al otro a expresar sus ideas con claridad y, entretanto, permitimos que cristalicen las nuestras. Si se hace bien y reflexivamente, escuchar puede cambiar nuestra comprensión de la gente y el mundo que nos rodean, lo que sin duda enriquece y realza nuestra experiencia y existencia. De ese modo, se adquiere sabiduría y se crean relaciones importantes.

Escuchar es algo que hacemos (o no) todos los días. Aunque puede que no lo tengamos presente, lo cierto es que lo bien que escuchemos, a quién y en qué circunstancias determinará el curso de nuestra vida: para bien o para mal. En sentido amplio, la escucha colectiva (o su falta) tiene un impacto profundo en los planos político, social y cultural. Todos y cada uno de nosotros somos el resultado de aquello a lo que prestamos atención. La voz tranquilizadora de una madre, el susurro de un amante, las orientaciones de un coach, el consejo de un supervisor, el llamamiento de un líder, las burlas de un rival nos forman e influencian. Escuchar mal, a medias o no hacerlo limita nuestra comprensión del mundo y nos impide alcanzar nuestra mejor versión.

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