Las nueve revelaciones

James Redfield

Fragmento

Nota_del_autor-1

Nota del autor

NOTA DEL AUTOR

Desde hace medio siglo, la humanidad viene incorporando a su tesoro de conocimientos un nuevo saber: una conciencia que solo podría calificarse de trascendente, una conciencia espiritual. Si está usted leyendo este libro, probablemente se ha percatado ya de lo que ocurre y quizá lo ha percibido incluso en su propio interior.

En este momento de nuestra historia parece que sintonizamos especialmente bien con el proceso mismo de la vida, con aquellos sucesos fortuitos que ocurren exactamente en el momento preciso y que sacan a luz a las personas adecuadas para dar súbitamente a nuestras vidas un nuevo y más inspirado rumbo. Quizá mejor que cualquier otra persona en cualquier otra época pasada, intuimos un significado más pleno en los sucesos misteriosos a que me refiero. Sabemos que la vida en realidad consiste en un despliegue tan personal como mágico y fascinante; un despliegue que ninguna filosofía ni religión han esclarecido todavía del todo.

Y también sabemos algo más: sabemos que una vez hayamos comprendido lo que está ocurriendo, cuando aprendamos cómo poner en marcha este desarrollo y cómo mantenerlo, el mundo de los seres humanos dará un salto cuántico hacia una nueva manera de vivir, hacia un género de vida que a lo largo de toda su historia nuestro mundo se ha esforzado, vagamente hasta hoy, por alcanzar.

El relato que sigue es una ofrenda a estos nuevos saberes. Si a usted le afecta, si en estas páginas cristaliza algo que usted percibe en la vida, entonces comunique a los demás lo que ha visto, pues yo pienso que nuestra nueva conciencia de lo espiritual se expande precisamente por esta vía, es decir, no ya por estímulos publicitarios ni por influencia de la moda, sino individualmente, de persona a persona, a través de una especie de contagio psicológico positivo que se da entre estas.

Lo único que a nosotros nos corresponde hacer es dejar en suspenso nuestras dudas, evitar las distracciones por un tiempo mínimo... y esta realidad podrá ser milagrosamente nuestra.

J. R.

Otoño de 1992

Tripa

A Sarah Virginia Redfield

Tripa-1

Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento,

y los que enseñaron a muchos la justicia,

como las estrellas, por toda la eternidad.

Y tú, Daniel, guarda en secreto estas palabras

y sella el libro hasta el tiempo del Fin.

Muchos andarán errantes acá y allá,

y la iniquidad aumentará.

DANIEL 12,3-4[1]

Tripa-2

Una masa crítica

UNA MASA CRÍTICA

Llegué al restaurante y estacioné el coche, luego me recliné en el asiento para reflexionar por unos instantes. Charlene, lo sabía, estaría ya en el local, esperando para hablar conmigo. Pero ¿por qué? En seis años yo no había oído de ella ni una sola palabra. ¿Por qué se habría presentado ahora, justamente cuando por espacio de una semana me había aislado del mundo entero, secuestrándome casi en el bosque?

Me apeé del coche y caminé hacia el restaurante. A mis espaldas, el último destello de la puesta de sol desaparecía por el oeste e inundaba todavía de una luz entre ambarina y dorada la húmeda zona de aparcamiento. Una hora antes, una breve tempestad lo había empapado todo, y ahora la tarde veraniega parecía fresca y renovada y, debido a aquella luz peculiar, casi surreal. Una media luna colgaba en el cielo.

Mientras caminaba, viejas imágenes de Charlene acudían a mi memoria. ¿Sería aún tan bella, tan intensa? ¿Cómo la habría cambiado el tiempo? ¿Y qué debía pensar yo de aquel manuscrito que ella había mencionado, de aquella antigüedad encontrada en América del Sur, sobre la cual no podía esperar a hablarme?

—Haré una escala de dos horas en el aeropuerto —me había dicho por teléfono—. ¿Puedes reunirte conmigo para cenar? Lo que cuenta este manuscrito te va a encantar: es exactamente tu género de misterio favorito.

¿Mi género de misterio favorito? ¿Qué quería decir con eso?

El restaurante estaba atestado. Varias parejas esperaban mesa. Cuando localicé a la dueña, me dijo que Charlene ya tenía sitio y me indicó que la siguiera a una terraza sobre el comedor principal.

Subí por la escalera y observé que un grupo de personas rodeaba una de las mesas. Entre ellas había dos policías. Súbitamente, estos se volvieron y se precipitaron, pasando junto a mí, escaleras abajo. Mientras el resto de la gente se dispersaba pude ver algo más allá a la persona que al parecer había sido el centro de la atención general: una mujer, todavía sentada a la mesa... ¡Charlene!

Me acerqué rápidamente a ella.

—Charlene, ¿qué ocurre? ¿Ha pasado algo malo?

Ella echó la cabeza atrás con burlona exasperación y se puso en pie con un fulgor de su famosa sonrisa. Noté que su cabello era quizá diferente, pero su rostro era exactamente como lo recordaba: rasgos pequeños y delicados, boca ancha, grandes ojos azules.

—No lo creerás —dijo, tirando de mí para darme un abrazo amistoso—. Hace unos minutos he ido al tocador, y mientras estaba fuera alguien me ha robado el portafolios.

—¿Qué había dentro?

—Nada importante, solo unos libros y unas revistas que llevaba para el viaje. De locura. La gente de las otras mesas me ha dicho que, simplemente, alguien vino, cogió el portafolios y se marchó. Han dado la descripción a la policía y los agentes dicen que registrarán la zona.

—Quizá podría ayudarles yo.

—No, no. Olvidémoslo. No tengo mucho tiempo y necesito hablar contigo.

Asentí con un gesto, y Charlene sugirió que nos sentáramos. Un camarero se aproximó; consultamos la carta y pedimos nuestra comanda. A continuación dedicamos diez o quince minutos a charlar de temas generales. Yo traté de no dar demasiada importancia al aislamiento que me había impuesto, pero Charlene no estaba para vaguedades. Se inclinó por encima de la mesa y me dedicó otra vez aquella sonrisa.

—Bueno, ¿qué pasa realmente contigo? —preguntó.

La miré a los ojos, sostuve la intensa mirada que ella fijaba en mí.

—Quieres inmediatamente la historia completa, ¿no?

—Como siempre —dijo ella.

—Bien, la verdad es que en estos momentos me he tomado un poco de tiempo libre y estoy en el lago. He trabajado mucho y necesito reflexionar sobre la posibilidad de cambiar la orientación de mi vida.

—Recuerdo que me habías hablado del lago. Creía que tú y tu hermana tuvisteis que venderlo.

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