Vive más y mejor

Dr. Miquel Porta

Fragmento

cap-1

1

¿Contaminados?

¿QUÉ SON Y DÓNDE ESTÁN LOS DISRUPTORES ENDOCRINOS Y OTROS CONTAMINANTES QUÍMICOS AMBIENTALES?

Vivimos rodeados de contaminantes que pueden enfermarnos. Peor: estamos impregnados de ellos, literalmente. En nuestro plato podemos tener glifosato, clorpirifos, diazinón, paratión y otros plaguicidas organofosforados que se utilizan en la agricultura intensiva. En nuestras casas, ftalatos, fenoles, perfluorados y otras sustancias sintéticas utilizadas para plastificar juguetes, muebles o utensilios de cocina. Son invisibles a nuestros ojos, pero están ahí: los respiramos, los comemos, los bebemos. E incluso nos maquillamos o lavamos el pelo con productos que los contienen. En el interior del cuerpo humano es habitual encontrar disruptores endocrinos como el bisfenol A (BPA), plaguicidas «contemporáneos» (organofosforados, carbamatos, piretroides), plaguicidas «heredados» o «de legado» (diclorodifeniltricloroetileno o DDT, hexaclorobenceno o HCB, beta-hexaclorociclohexano o beta-HCH y sus análogos, como el lindano o gama-HCH), residuos industriales (dioxinas, policlorobifenilos) y numerosos otros contaminantes. Es una realidad; mirémosla con tranquilidad.

Desde hace años y cada semana, los estudios científicos independientes ya están demostrando que numerosos contaminantes tóxicos están alterando nuestros sistemas endocrino, nervioso, inmunológico, cardiovascular o metabólico, y contribuyendo a causar infertilidad, diabetes o hipertensión, además de algunos cánceres y otras enfermedades y trastornos.[1], [2], [3]

Nuestra exposición a los contaminantes ambientales suele empezar en el vientre materno, pues muchos de ellos cruzan la placenta; es habitual detectarlos en ella, la placenta, y en el líquido amniótico (el que rodea al embrión y luego al feto). A menudo las concentraciones, las dosis o los niveles son bajos, pero a veces son bastante altos. Nuestra exposición a distintos contaminantes suele ser cotidiana a lo largo de toda la vida, en mayor o menor medida, como veremos. Distinguimos compuestos tóxicos persistentes y no persistentes, según si nuestro cuerpo los puede excretar o no. Circulan por nuestro interior, nos impregnan y los almacenamos o los eliminamos. El grado de exposición (la frecuencia con la que ocurre la exposición al contaminante, sus vías de absorción, sus concentraciones) influye mucho en los efectos que experimentaremos o no. Los efectos rara vez serán agudos o a corto plazo y perceptibles; a menudo son a largo plazo e imperceptibles hasta que emerge un trastorno o una enfermedad.

¿Dónde están los contaminantes? ¿Convivimos con ellos a diario?

Convivimos con ellos a diario. Sin duda: los datos son claros. Están en muchos productos y bienes de consumo, a menudo útiles, que forman parte de nuestra vida diaria prácticamente desde que nos levantamos por la mañana hasta que nos acostamos por la noche. En algunos juguetes de los niños, productos de limpieza, ropa, muebles, ordenadores. Pero sobre todo en lo que comemos, bebemos y respiramos. Las principales vías de entrada en el organismo humano son los alimentos y sus envases, el aire y el agua. Los datos, las informaciones y los conocimientos están ahí, y no es correcto negarlo.

Eso quiere decir que estamos rodeados. Están en lo que comemos, respiramos y bebemos...

Sí, así es. Y aunque la palabra «rodeados» es bien cierta, se queda corta, porque a menudo los compuestos artificiales tóxicos entran en el interior de nuestro cuerpo: experimentamos una auténtica contaminación interna.

Si me permites una analogía ligera, parece que es como cuando los indios atacaban a los soldados americanos y los rodeaban: al principio los indios sólo estaban rodeados, hasta que empezaban a tirar flechas y a herirles o matarlos.

En cierto modo puede verse así.

Aquí no sólo estamos rodeados, estamos atravesados por las flechas de los indios. Quizá la metáfora no es la más feliz, pero estamos permeados, impregnados.

Sí. De hecho, la expresión «impregnación corporal» se utiliza en la literatura científica. La impregnación por compuestos tóxicos es literal, real. Si te parece, empecemos con algunos datos.

Nuestra contaminación interna

Algunos datos en cinco párrafos:

1. En nueve voluntarios sanos de Nueva York se encontraron un mínimo de 77 contaminantes químicos en el mismo individuo (de 210 contaminantes analizados); se detectaron hasta 106 compuestos en una sola persona. Estudiar a 9 personas es muy poco, analizar 210 contaminantes es mucho. Enseguida lo comentamos más.

2. En un estudio de trece familias de doce países europeos se hallaron entre 18 y 39 productos químicos en los miembros de las familias (se analizaron 107 productos químicos); en la mitad de ellos se detectaron 28 compuestos o más.

3. En 155 voluntarios de 13 lugares del Reino Unido se encontraron hasta 49 productos químicos en la misma persona (de 78 sustancias analizadas); la mediana fue de 27 compuestos y el mínimo, de 9.

4. En un estudio representativo a nivel nacional de Estados Unidos, se analizó la exposición de 268 mujeres embarazadas a 163 contaminantes químicos: todas las mujeres estaban contaminadas por 43 productos o más. Se detectaron bifenilos policlorados (PCBs), plaguicidas organoclorados, fenoles, difeniléteres, ftalatos e hidrocarburos aromáticos policíclicos en el 99-100% de las mujeres.

5. En un comentario editorial publicado en 2011 por David C. Christiani, catedrático de la Universidad de Harvard, en la revista New England Journal of Medicine, generalmente considerada las más prestigiosa del mundo en medicina, se subrayaba que diferentes estudios han detectado más de 300 sustancias químicas industriales en la sangre del cordón umbilical de numerosos recién nacidos. Es muy probable que la cifra real de sustancias sea muy superior, pues el número de estudios y de sustancias analizadas es limitado; sobre estas cuestiones se hace mucha menos investigación que sobre temas más cómodos para ciertos poderes empresariales. En su artículo, Christiani recuerda también que la exposición prenatal a ciertas sustancias cancerígenas aumenta el riesgo de cánceres infantiles, como algunos tumores cerebrales y leucemias. La mejor estrategia para impedir la contaminación humana es evitar que los tóxicos sean introducidos en el mercado. La segunda estrategia es retirar del mercado los productos tóxicos, evitando así que sigan contaminando y causando daños a la salud. El valor de estas políticas se ve cuando las enfermedades que causaban desaparecen o disminuyen. Por ejemplo, la incidencia de angiosarcoma del hígado disminuyó drásticamente después de que se eliminase la exposición al cloruro de vinilo; el cáncer de pulmón de células pequeñas relacionado con ciertas ocupaciones disminuyó después de reducir la exposición al éter bisclorometílico (usado en la producción de algunos vidrios); y la incidencia de cáncer de vejiga disminuyó después de que ciertas aminas aromáticas se eliminaran de los tintes. Introduzco aquí cuestiones relativas a la prevención de la contaminación, para que las vayamos teniendo presentes; más adelante las desarrollaremos.

Los estudios mencionados en los puntos 1 a 3 tienen en común una limitación importante: no son

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