Respira, aquí y ahora

Rubén Sosa

Fragmento

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INTRODUCCIÓN

La vida comienza con una inhalación y termina con una exhalación.

JOSEPH PILATES

Parece casi ilógico que tengamos que volver a aprender algo que llevamos haciendo desde el instante en que nacemos, eso que estás haciendo justamente ahora y que posiblemente jamás te habías planteado siquiera que podías estar haciendo mal. El ser humano es la única especie animal que se olvida de cómo respirar correctamente a medida que se va desarrollando y va incorporando hábitos y rutinas nada saludables a su vida que acaban resultando sumamente importantes en su día a día. Y es que, como te comentaba hace un momento, y aunque suene casi absurdo, no hay que dar muchas vueltas para comprender en buena lógica que no puedes hacer bien lo que no conoces bien.

Respiras, alimentas tus células con oxígeno, expulsas el dióxido de carbono resultante y te mantienes vivo: es un acto de pura supervivencia. Pero ¿alguna vez has pensado que nadie te enseñó a respirar? Me atrevería a asegurar que prácticamente ninguna persona conserva en la memoria un recuerdo de la infancia asistiendo a clases de respiración en el colegio; simplemente lo dimos por aprendido, al fin y al cabo es algo que hacemos de forma automática, al igual que tu corazón late o tu estómago digiere la comida sin pensarlo siquiera, pero a diferencia de estos dos ejemplos —y por suerte— la respiración sí es algo que puedes controlar conscientemente.

Viajemos un poco hacia atrás, justamente al día de tu nacimiento, cuando inhalaste por primera vez y tus pulmones se expandieron dentro de tu pequeña caja torácica de neonato al sentir el frío del exterior en tu piel forzando a tu sistema respiratorio, aún por estrenar, a recoger aire y comenzar a inhalar y a exhalar de forma autónoma. Justo en ese momento es cuando se activan los receptores que estimulan el centro de la respiración, enviando las señales necesarias a los músculos respiratorios para iniciar su movimiento, especialmente el diafragma, que se contrae hacia abajo y crea un vacío que permite que el aire entre en los pequeños pulmones.

Y aunque esta primera respiración es uno de los momentos más importantes del parto, cuando los órganos respiratorios tienen que comenzar a desempeñar esta tarea tan primordial que une el interior de nuestro cuerpo con el exterior, una vez realizada, todos dieron por hecho que, si nada lo impedía, respirarías perfectamente entre veintiuna mil y veintitrés mil veces cada día el resto de tu vida y que pasarían por tus pulmones una media de ocho mil litros de aire diarios, más o menos.

Respirando tantas veces, cualquiera pensaría que somos expertos en el arte de respirar, pero, lamentablemente, la realidad es bien distinta. Se estima que un gran porcentaje de personas en edad adulta respira muy por debajo de su capacidad total, bastante más rápido de lo que deberían y además con las fosas nasales atrofiadas u obstruidas la mayoría del tiempo, lo que obliga al cuerpo no solo a hiperventilar, sino a verse irremediablemente sometido a una respiración bucal, que aunque consigue mantenerte con vida, no es nada aconsejable, pues desestabiliza el sistema nervioso, aumenta nuestro ritmo cardiaco y envía continuas señales de alerta a nuestro cerebro, por no hablar de todos los beneficios que pierdes al no recoger el aire a través de la nariz.

En el mundo hiperacelerado y lleno de estímulos en que vivimos hoy día, la llamada era del multitasking, nuestro organismo se encuentra en estado de alerta casi de forma permanente, es decir, con el sistema nervioso simpático activo en todo momento. Es como si tuviéramos que afrontar un peligro que pone en riesgo nuestra vida durante todo el día, como si una manada de leones nos acechara detrás de cada puerta, de cada semáforo, o nos estuviera vigilando al final de la larga lista de tareas diarias que nos quedan por hacer.

Por fortuna para nosotros, el cuerpo humano es extraordinario pues, aunque estemos en constante alerta, cuenta con una especie de interruptor que se encarga de regular este estado. Me refiero a nuestro sistema nervioso autónomo, que regula todas aquellas funciones que son necesarias para mantenernos con vida, pero que no requieren un control consciente por nuestra parte, entre ellas la regulación de la respiración, la digestión, el ritmo cardiaco o la temperatura corporal. Hay muchas formas de activar este interruptor de nuestro sistema nervioso autónomo, pero una de las más efectivas y sencillas es la respiración diafragmática.

Unas páginas más adelante entraré de lleno a explicarte cómo funciona el mecanismo del sistema nervioso autónomo, pero te avanzo que la rama simpática es la que ordena llenar tu cuerpo de adrenalina y cortisol, la hormona del estrés, genial para escapar en un momento dado de esa manada de leones de la que hablaba antes, pero enormemente perjudicial cuando tienes la sangre repleta de dicha hormona día tras día y te causa, entre otros trastornos, picores en la piel, caída del pelo, dolores de cabeza, digestiones pesadas o insomnio, uno de los grandes males de nuestro tiempo. Todo ello es producto de una respuesta irracional de nuestro cerebro, cuando a menudo la imaginación nos juega una mala pasada, ya que muchas veces esa manada de leones solo está en nuestra mente, pero nuestro cerebro aún no sabe distinguir entre lo que sucede de verdad y lo que se imagina que pasa. Este trata de adelantarse a un futuro que muchas veces no se cumple, pero ordena a nuestro cuerpo a que actúe en consecuencia y se mantenga preparado. No lo culpes por ello, tu cerebro solo trata de mantenerte con vida, y eso no puedes cambiarlo, pero comprender cómo funcionan sus mecanismos te dará una cierta ventaja.

Lo peor, y posiblemente lo más grave, es que nos hemos acostumbrado a vivir de esta forma, apresuradamente, en un estado de continua agitación, sin pausa, como si nuestro día a día fuera una carrera de obstáculos en la que el pistoletazo que marca la salida se sustituyera por el incesante pitido de la alarma del despertador, y desde ese instante ya no paramos de correr hasta que llegamos exhaustos al final del día. Nos sentimos como si hubiéramos corrido la maratón de Nueva York dos veces, y ya sabes cómo respiras cuando corres o practicas deporte, de forma acelerada y superficial que activa en mayor medida el cortisol y la rama simpática del sistema nervioso.

Pero la cosa no acaba ahí. Las largas jornadas de trabajo, sentados de forma incorrecta, con los hombros inclinados hacia delante y la espalda formando una constante curva descendente, nos obligan irremediablemente a respirar de forma incorrecta. No utilizamos toda nuestra capacidad pulmonar, al contrario, respirando como lo hacemos desperdiciamos más de un 35 por ciento del aire que podría entrar en nuestros pulmones. Es como si estuviéramos todo el día metidos en un corsé victoriano del siglo XIX muy apretado que nos impidiera expandir la caja torácica. En consecuencia, acabamos hiperventilando y practicando una respiración muy superficial en la que solo movemos el pecho.

El estrés y la ansiedad, ya sea debido al trabajo, a las deudas, a desavenencias en nuestras relaciones, a la pérdida de un ser querido, a la falta de tiempo o cualquier otro problema que se te ocurra, nos han llevado a una crisis de salud muy importante. Cada vez más personas sufren problemas respiratorios como asma, bronquitis y apnea de

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