Prólogo
¿Cómo somos? ¿Cómo eres? ¿Cómo te comportas en determinadas situaciones? ¿Y si no fueras la única persona que tiende a ver el partido político al que vota como el único que merece la pena y su ciudad como, claramente, mucho más bonita que la de al lado? ¿Y si hubiera más gente que, al igual que tú, aunque no lo cuente, actúa en muchas ocasiones (demasiadas, tal vez) condicionada por el miedo? Y, a todo esto, ¿qué hacías comprando decenas de rollos de papel higiénico en los primeros días de la pandemia del COVID? Ah, y ¿te diste cuenta en la cena de antiguos alumnos de que tus compañeros y compañeras de clase están envejeciendo mucho peor que tú? ¿Y si en este libro encontraras una explicación a todos estos enigmas y alguno que otro más?
Entiende tu mente nació como un pódcast hace más de seis años. Pronto se convirtió en el más escuchado de psicología en español en todo el mundo. Fue de los primeros en superar la barrera de los cien millones de descargas. Y aquí seguimos, aunque ahora ya no nos dedicamos «solo» a grabar pódcast. Hemos dado el salto a otros medios, charlamos de psicología en teatros y, claro, también escribimos libros. En los inicios hablábamos de forma llana sobre esas dudas psicológicas que todos nos planteamos alguna vez, pero que a veces nos cuesta compartir con las personas más cercanas (ya sabes, por aquello del qué pensarán si les cuento que me pasa tal o cual cosa por la cabeza). Creamos un espacio seguro al que poco a poco se fue uniendo una comunidad de buena gente que compartía las mismas inquietudes. Nuestro primer libro editado por este mismo sello, Entiende tu mente: Claves para navegar en medio de las tempestades, fue el mejor compendio posible que supimos darte de lo contado en esos primeros años.
Hablar de aquellos temas psicológicos que antes comentábamos a escondidas se puso de moda. Durante la pandemia la psicología tomó un papel de muchísima relevancia en todos los ámbitos. Aparecieron cientos de pódcast parecidos al nuestro (algunos nos encantan), libros con abordajes similares, series con las que no podíamos estar más de acuerdo y hasta programas de televisión y documentales que abordan genialmente esos curiosos aspectos psicológicos que tanto nos interesan.
Por un lado había mucho más de lo mismo y por otro sentíamos que una etapa había terminado. Puede parecer difícil cambiar cuando algo que haces funciona y ayuda a mucha gente. Pero ese momento llegó: soltamos los frenos y volvimos a jugar la partida de crear nuevos espacios y ver qué pasaba. Recalculamos la dirección como hace el GPS cuando varías el camino a mitad del viaje y nos lanzamos a diseñar varias secciones, varios formatos, varias aventuras con los contenidos que ahora más nos apasionan, pero con la misma idea de siempre: tratar de pasarlo bien, aceptar nuestras imperfecciones y animar a quien quiera escuchar o leer a mirar la vida y lo que le pasa por la mente desde lados diferentes. Entre esas «aventuras» está la que da nombre a esta obra que tienes en tus manos.
En el último episodio del libro anterior, hablábamos de la importancia de conocerse y aceptarse. De cómo un autoconcepto claro y realista suele correlacionarse con una autoestima sana. Pero… ¿cómo conocernos a nivel personal si no nos conocemos como especie? ¿Cómo identificar «nuestras cosas», cuando no conocemos «las cosas» que tenemos en común con toda la plantilla de la empresa o los compañeros de la clase o la comunidad de vecinos o nuestros primos lejanos o quienes forman parte de ese grupo de WhatsApp en el que un día te metieron y que te parecen «tan raros»?
Con esa intención nació Entiende tu mente: Así somos, nuestra apuesta por combinar entretenimiento y psicología, no para adentrarnos en perfiles muy particulares, sino en perfiles sociales. ¿Qué hacemos en este libro? Unir historias reales y psicología. Porque no conocemos una manera mejor de aprender que a base de anécdotas, de curiosidades. De todas ellas extraemos psicoaprendizajes de esos que sorprenden y que tal vez decidas compartir en tu próxima cena de amigos. ¡Y bien que harás! Porque para eso lo hacemos. Para que disfrutes con las historias que vamos a contarte —y los conocimientos que esconden— y las lleves más lejos.
Te damos la bienvenida a un espacio para conocerte y conocernos, para entender nuestra mente de forma global. Porque solo desde el reconocimiento de nuestras limitaciones, sesgos y extraños rituales que seguimos llevando a cabo porque sí, porque siempre se han hecho o porque nuestras hormonas y mecanismos cerebrales así nos lo piden, podremos pararnos a pensar si lo que nos pasa por la mente, y la forma de afrontarlo, tiene sentido en este alocado siglo XXI.
¿Te apetece aprender cómo somos? Pasa a la próxima página y empieza la aventura.
CAPÍTULO 1
Somos
miedosos
Viajemos casi un siglo atrás en el tiempo. Nos situamos en 1938, solo un año antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial. El 30 de octubre se produjo uno de los hitos más citados en la historia de la generación artificial de miedo. Una compañía de teatro, dirigida por Orson Welles, protagonizó la dramatización radiofónica más famosa de todos los tiempos. ¿Te viene a la cabeza de qué estamos hablando?
El joven Welles, que unos años después se convertiría en uno de los primeros directores cinematográficos de éxito en Hollywood, producía por entonces un programa de radio, en el que se representaban obras literarias. Sus jefes le habían amenazado con cerrar el espacio. Nadie quería escuchar sus historias aburridas. Y en uno de esos momentos límites, donde sabes que o se te ocurre algo ingenioso o pasas a engrosar la cola del paro, jugó todas sus cartas y se atrevió a crear una versión radiofónica rompedora de La guerra de los mundos; una obra que narra cómo los marcianos invaden la Tierra, paso a paso. ¿Le serviría para mejorar los datos de audiencia y conservar el trabajo?
La historia comenzaba plácidamente. De hecho, el primer actor que intervenía hacía el papel de un locutor de radio que presentaba canciones, sin más. Retransmitía un concierto en directo. Pasados unos minutos, dejó a un lado la música para comentar un impactante suceso: «Naves extraterrestres están aterrizando en New Jersey». La noticia, obviamente, era más importante que el concierto. La música quedó a un lado, dejando espacio para las voces que empezaron a poblar la antena: testigos oculares y miembros de las fuerzas de seguridad. Sus testimonios eran atroces: los alienígenas estaban masacrando a la población. Imagínate esa narración, dramáticamente realista, acompañada de una gran variedad de efectos sonoros. Actores y sonidistas iban creando un ambiente de caos, casi apocalíptico, a base de ingenio. Nadie había mezclado hasta entonces el formato informativo con la ficción. Welles lo hizo. Aprovechó la credibilidad que ofrece un medio como la radio para cruzar límites deontológicos hasta entonces desconocidos. ¿Adivinas lo que ocurrió?
El efecto que produjo en la población ha sido contado en numerosas ocasiones. Se dice que muchos de los que sintonizaron la cadena tardíamente y no escucharon los anuncios previos que avisaban de que todo era una representación, entraron en pánico. Las crónicas reflejan el impactante poder que tuvo aquella retransmisión. Miles de norteamericanos —familias enteras— abandonaron sus hogares y huyeron despavoridos. El ejército tomó las calles, la confusión y el caos generalizado llevaron a escenas de pillaje y violencia, muchas personas sufrieron ataques al corazón por el terror que las atenazaba e, incluso, hay cronistas que hablan de que se produjo algún suicidio.
¿Es tan fácil llevarnos a ese estado? ¿Son tan manipulables nuestros temores? La psicología sabe que, en los momentos vulnerables, efectivamente somos muy fáciles de amedrentar. El programa de Orson Welles se emitió un año antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. El clima social era casi paranoico: una invasión enemiga era posible. Solo había que pulsar las teclas adecuadas para llevarnos al límite.
Encontrar esos activadores del pánico es, en realidad, sencillo. Los temas que usan los traficantes de miedo para asustarnos son siempre los mismos: muerte, sexo, riqueza, locura… Las diversas épocas cambian el formato, pero el trasfondo del relato es siempre el mismo: se trata de hallar el camino para llegar a nuestros temores más profundos. Si una historia nos aterroriza, dejamos de pensar de forma racional. Y eso nos impide ser analíticos. Como nos recuerda la neuróloga Kathleen Taylor en su libro Brainwashing. The science of Thought Control: «Cuando algo provoca una reacción emocional, el cerebro se moviliza para lidiar con ella, dedicando muy pocos recursos a la reflexión». Los que intentan influir en nosotros saben que es mejor que tratemos el problema de manera visceral: eso desconecta nuestro córtex cerebral y nos hace ser menos críticos.
¿COMPRASTE LA ÚLTIMA VEZ QUE TE VENDIERON MIEDO?
Déjanos adivinar. ¿Recuerdas algo así? Una persona llama a tu puerta o a tu teléfono. Te pregunta si tienes un servicio de alarma contratada. Después te comenta que en tu zona se ha detectado un aumento de robos y ocupaciones. Te dice en confianza que algunos de tus vecinos la van a instalar. Además estás de suerte, porque justo ese mes tiene una oferta especial.
¿Te ha pasado? ¿Qué hiciste? ¿Compraste el miedo? Y, ya puestos, un par de preguntas más: ¿sabes qué país es el «campeón» de Europa en alarmas por habitante? ¿Crees que coincide con aquel donde hay más riesgo de robo u ocupación? Luego te contamos.
Infundir temor ha sido siempre una buena táctica para controlar a las masas. El historiador Jean Delumeau, en su libro El miedo en Occidente, cita multitud de ejemplos del uso maquiavélico de esta emoción básica del ser humano. El miedo al demonio en la época de la caza de brujas es un prototipo de esta estrategia. Para ello, siempre se han utilizado los medios de comunicación disponibles: el best seller de finales del siglo XV, Malleus Maleficarum, fue el gran promotor de la caza de brujas. No importa que en esas épocas pocas personas supieran leer, porque el terror, como sabemos, no se transmite de forma racional y argumentada. Escuchar algunas frases del maléfico manual fue suficiente para dejar sus ideas grabadas en el imaginario colectivo.
En la época de Orson Welles, el uso de esta táctica estaba entrando en su apogeo. De hecho, en esas mismas fechas, en Alemania el movimiento nazi hablaba continuamente de un libro que contenía los «protocolos de los sabios de Sion», un plan de los judíos para hacerse con el control del planeta. Una vez activado el miedo hacia el grupo que querían estigmatizar, una vez encendida la alarma contra los judíos, consiguieron convencer a miles de personas para que iniciaran un exterminio sistemático de la supuestamente atemorizante etnia. Y todo esto ocurrió aunque el libro en cuestión era un fraude: el periodista Herman Bernstein, del New York Herald, había publicado quince años antes La historia de una mentira: los protocolos de los sabios de Sion, desenmascarando el montaje. Pero ¿qué importancia tenía para los instigadores del exterminio que el miedo al diferente se fundamenta en una mentira? Lo importante para ellos era tener el miedo a su favor.
«La única cosa de la que debemos tener miedo es del miedo», afirmó Franklin Delano Roosevelt por las mismas fechas en que se emitió La guerra de los mundos. Sin embargo, el efecto del programa de Welles demostró que la sociedad del siglo XX no había cambiado tanto respecto a la del XV. Era igual de asustadiza y así sigue siendo. A finales de los noventa, Brian Tobin, ministro de Pesca de Canadá, difundió un rumor que caló hondo en las gentes de Terranova: las focas eran las culpables de la desaparición del bacalao. A pesar de la falsedad del bulo, el temor a la disminución de reservas de pescado duplicó el número de focas muertas en la campaña de ese año. Poco tiempo después, una productora cinematográfica de bajo presupuesto usó el miedo para conseguir pingües beneficios utilizando un medio más innovador que el usado por Wells: internet. Por entonces no había bots, pero sí jóvenes dispuestos a, por unos dólares, entrar en chats y contar la historia de unos amigos suyos que habían desaparecido en un bosque. La aventura de esos «amigos» resultó ser aterradora y, lo más impactante es que había quedado registrada en sus videocámaras. También comentaban que con el material grabado se hizo un montaje que podía verse en los cines. A base de los terroríficos testimonios que vertieron en la red, consiguieron que El proyecto de la bruja de Blair se convirtiera en una de las películas más rentables de la historia. El miedo volvió a funcionar. Unos años más tarde, aprovechando un hecho puntual (un niño resultó herido por un navajazo), una compañía japonesa logró hacer un gran negocio vendiendo chalecos antiapuñalamiento para niños cuyo nombre comercial era —pensando en sus posibles compradoras— «madre». Son tres ejemplos que demuestran que, en el mundo actual, al igual que ha ocurrido siempre, el miedo es la mejor forma de vender un producto.
ESPAÑA, CAMPEONA DE EUROPA EN VENDER MIEDO
¿Respondiste a las preguntas del recuadro anterior? ¿Te han intentado vender una alarma usando el miedo como argumento de venta? No queremos opinar sobre lo conveniente o no de instalar una alarma, pero sí animarte a darte cuenta de que el miedo es una potente herramienta de venta. ¡Y funciona! Por ejemplo, en España.
Lo curioso es que en este país, los índices de delincuencia son muy inferiores a la media europea. Pero, pese a ello, se ha ganado la medalla de oro en la compra-venta de miedo: es el cuarto país del mundo con más alarmas (solo superado por Estados Unidos, Japón y China).[1]
¿Están en España los campeones en vender y comprar miedo de Europa? Parece que sí.
Hay muchas personas y organizaciones a las que les interesa «vendernos miedo». Y para hacerlo resulta esencial, desde la época de Orson Welles, utilizar como amplificador los medios de comunicación de masas. La radio que él usó, la prensa, la televisión, el cine o las actuales redes sociales son la mejor manera de multiplicar nuestros terrores. El asesor presidencial Gavin de Becker, autor del libro The Gift of Fear, nos recuerda en su obra el papel esencial que tienen estos canales. La necesidad de crear contenidos impactantes (aunque sean inventados) transmite una visión alarmista del mundo, poblada de problemas insalvables. De hecho, como nos recuerda este autor, fue la prensa (sobre todo la local, que siempre anda escasa de noticias) la que creó el miedo a la invasión extraterrestre de la que se sirvió Orson Welles.
El objetivo de la fabricación del temor es anular nuestro lado crítico. El psicólogo Robert Cialdini nos recuerda que, por ejemplo, los vendedores de seguros intentan implantar imágenes de los riesgos que corremos para que estén presentes en nuestra toma de decisiones y nos olvidemos de la poca probabilidad de que esos sucesos ocurran. Se quedarán solo con los ejemplos que acentúen el pesimismo («¿Conoce usted alguna persona que haya quedado incapacitada a temprana edad?». «¿Sabe que en su barrio ardió una casa el año pasado?»). De esa forma se aseguran de que activemos los sistemas de defensa más viscerales y utilicemos poco el córtex cerebral, tomando decisiones completamente irracionales.
EL PODER DE LOS TITULARES
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