Encantado de conocerme (edición ampliada)

Borja Vilaseca

Fragmento

Aquello que no eres capaz de aceptar es la única causa de tu sufrimiento. Sufres porque no aceptas lo que te va ocurriendo a lo largo de la vida y porque el ego te hace creer que puedes cambiar la realidad externa para adecuarla a tus propios deseos, aspiraciones y expectativas. Pero la verdad es que lo único que sí puedes cambiar es la interpretación que haces de los acontecimientos en sí, conociendo y comprendiendo cómo funciona la mente. Si tu interpretación del hecho te reporta sufrimiento es que actúas movido por la ignorancia; si te deja satisfacción, bienestar o armonía no cabe duda de que actúas movido por la sabiduría. Ante cualquier tipo de perturbación, ya sea por miedo, tristeza o ira, hazte una simple pregunta: ¿qué es lo que no estoy aceptando? La respuesta te hará comprender que la limitación que origina todas estas desagradables reacciones está en tu propia mente y no en ninguna otra parte. En realidad, nadie puede hacerte daño emocionalmente: el ego es el que te hace reaccionar automáticamente ante lo que te sucede, te dicen o te hacen. El ego es el único responsable de tu malestar interior, por mucho que te esfuerces en buscar culpables fuera de ti mismo. Cuando compruebas la veracidad de estas afirmaciones a través de tu experiencia personal, dejas de intentar cambiar la realidad externa para acomodarla a las exigencias del ego y comienzas a trabajar sobre tu realidad interna para aprender a aceptarla tal como es. A partir de entonces comprendes que has venido al mundo a aprender a ser feliz por ti mismo, y a aceptar y amar a los demás tal como son. Éste es el llamado camino espiritual.

GERARDO SCHMEDLING

Confesión del autor
Confesión del autor

Felicidades. Seguramente no tengo el placer de conocerte, pero que hayas decidido leer este libro dice mucho acerca de ti. Pone de manifiesto que eres una persona honesta, humilde y valiente, con ganas de mirar hacia dentro para tomar las riendas de tu vida. Te aseguro que ya has hecho lo más difícil: abrirte al cambio. No importa en qué punto de este proceso te encuentres. Conocerte a ti mismo es un camino que no tiene meta. Lo importante es que te comprometas con seguir profundizando.

Deja que me presente. Me llamo Borja Vilaseca. Encantado de conocerte. Quiero ser radicalmente honesto contigo desde el principio: no creo en las casualidades, sino que he verificado empíricamente que existen las causalidades. El hecho de que escribiera en su día este libro —y de que tú lo estés ahora mismo leyendo— es la consecuencia de una serie de causas y efectos que nos han conducido a ambos a este preciso momento. De ahí que, si me lo permites, quisiera explicarte brevemente mi versión de mi propia historia.

No tengo la verdad ni tampoco soy ningún ejemplo de nada. Lo único que puedo ofrecerte es mi pequeña experiencia vital. Quizás algo de lo que he vivido pueda serte de utilidad, nunca se sabe. Nunca fui un alumno aplicado. Para mí, la escuela era sinónimo de obligación y aburrimiento. Ya desde pequeñito adopté el rol de payaso, gamberro y rebelde de la clase. Para que te hagas una idea, cuando sacaba un cinco y medio mis padres me invitaban a cenar fuera para celebrarlo. Eso sí, nunca repetí un solo curso.

Toqué fondo a los diecinueve años, en el año 2000. Me sentía perdido. Estaba lleno de carencias, inseguridades y frustraciones. Y no sabía por qué. La idea de adaptarme al sistema me sumergió en una profunda crisis existencial. Movido por el dolor, la angustia y el sufrimiento, emprendí una búsqueda filosófica para encontrar el sentido de mi vida. Fue entonces cuando decidí salirme del camino trillado, explorando maneras alternativas de pensar y de vivir.

UN PUNTO DE INFLEXIÓN EN MI VIDA

Tras romper con mi burbuja social, la soledad y la lectura se convirtieron en mis mejores amigas. Me pasé cuatro años encerrado en mi cuarto, leyendo a filósofos como Friedrich Nietzsche y Jean-Paul Sartre y a psicólogos como Erich Fromm y Viktor Frankl. También devoraba clásicos como George Orwell, Hermann Hesse o Aldous Huxley. Mientras, estudiaba periodismo y buscaba la verdad enrolándome en diferentes ONG, viajando en solitario a lugares marcados por el conflicto, la pobreza y la enfermedad.

Dicen que el maestro aparece cuando el discípulo está preparado. En mi caso surgió cuando acababa de cumplir los veinticuatro años. Fue entonces cuando me hablaron del Eneagrama. En aquel momento era ateo y todo lo que tenía que ver con el crecimiento personal y la espiritualidad me parecían una chorrada. Sin embargo, estaba tan harto de sentirme vacío que me abrí a lo nuevo y lo desconocido. Poco después me apunté a un curso de introducción al autoconocimiento, que supuso un punto de inflexión en mi vida. Descubrir que tenía ego y saber cuál era mi eneatipo cambiaron mi manera de comprenderme a mí mismo y de concebir al ser humano.

Inspirado por el Eneagrama, me di cuenta de lo profundamente ignorante que era. Tomé consciencia de que yo mismo era la causa de mi sufrimiento y también de mi felicidad. Poco a poco dejé de verme como a una víctima y empecé a tomar las riendas de mi vida. Dejé de leer a Nietzsche y comencé a leer al Dalái Lama. Mi única prioridad era aprender a ser verdaderamente feliz. A partir de entonces me sumergí en la esencia que comparten todos los sabios de la historia. De la mano de Lao Tsé y Siddharta Gautama «Buda» llegué hasta Jiddu Krishnamurti y finalmente hasta Gerardo Schmedling, cuya forma de entender la realidad me hizo despertar.

Por fin sabía cuál era mi lugar en este mundo: democratizar la sabiduría para inspirar un cambio de paradigma, facilitando que otros buscadores aprendan a ser verdaderamente felices y descubran cuál es el auténtico propósito de sus vidas. Y eso hice. Organicé mi primer curso de Eneagrama a los veinticinco años, en el año 2006. Fue entonces cuando todo empezó a cobrar sentido. Mi objetivo era compartir de la manera más sencilla posible los beneficios que aportaba trabajarse por medio de herramientas de autoconocimiento. Curiosamente, cuanto más la compartía, más aprendía de mí mismo y más curiosidad sentía por seguir avanzando por este apasionante camino.

LA ÚLTIMA VEZ QUE LO REESCRIBO

Sin embargo, me di cuenta de que la mayoría de los participantes se pasaba el seminario tomando apuntes, en vez de sentir y experim

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