Nuestra incierta vida normal

Luis Rojas Marcos

Fragmento

Contents
Índice
Portadilla
Índice
Dedicatoria
1. Mi amigo Edward
2. El nuevo equilibrio emocional
3. Sentido de futuro
4. Control de nuestra vida
5. Capacidad de adaptación
6. Nacemos
7. Nos hacemos
8. Aprendemos
9. Las tres quimeras
Somos malos
Antes estábamos mejor
La dicha no existe
10. Diez buenos antídotos
Informarnos
Diversificarnos
Relacionarnos
Hablar
Encontrar la explicación
Reírnos
Movernos
Dejarnos ayudar por la ciencia
Cultivar la espiritualidad
«Voluntariar»
11. Crisis y oportunidad
Referencias bibliográficas
Biografía
Créditos
Grupo Santillana
Dedicatoria

Dedico este libro a los hombres y mujeres que descubren que, como las mejores fotografías, los rasgos más valiosos del carácter se revelan en la oscuridad.

1 Mi amigo Edward

1
Mi amigo Edward

«Esta historia es sobre los humanos que son humanos».

CARL SAGAN,

El mundo endemoniado, 1996

HACE UNOS MESES, Edward, un amigo que trabaja en una firma de inversiones en Wall Street, me llamó para invitarme a almorzar. Ya por teléfono me adelantó que llevaba un par de meses muy preocupado con la creciente intranquilidad y tensión que detectaba en él mismo y en sus colegas. Quería saber mi opinión sobre la situación y algún consejo para aliviarla.

Durante el almuerzo, días después, este hombre de 58 años me explicó en su habitual lenguaje afable y directo que por primera vez estaba notando constantes conflictos en las relaciones entre sus compañeros. Individuos de temperamento sosegado respondían con gran indignación a bromas banales o a provocaciones sin importancia, mientras que otros, normalmente de talante extravertido y jovial, se mostraban reservados, taciturnos o incluso deprimidos. Según él, veteranos inversionistas, que hasta hacía unos meses permanecían imperturbables ante los más pronunciados altibajos de las cotizaciones de Bolsa, ahora reaccionaban con evidente angustia y frustración ante la menor oscilación de un par de puntos.

Sin tener que preguntarle directamente, Edward me confesó que tanto él como muchos de sus amigos habían notado igualmente en sus relaciones familiares más crispación, más nerviosismo, más mal humor, y un aumento considerable de las discusiones y desacuerdos entre ellos y sus parejas, y entre padres e hijos.

El estado de ánimo y los signos de estrés de mi amigo Edward, familiares y compañía son consecuencia de los sentimientos de aprensión, duda, miedo y fragilidad que hoy forman parte de nuestra «nueva vida normal».

De hecho, encuestas epidemiológicas recientes revelan que en los tres últimos años, en Europa y Estados Unidos, la proporción de hombres y mujeres afligidos por síntomas de ansiedad, irritabilidad y desconfianza en el futuro ha aumentado entre el 15 y el 30 por ciento, dependiendo del país. Sospecho que el decaimiento del ánimo colectivo que también se nota responde en parte a que esquemas mentales narcisistas y prepotentes, tan extendidos en los años ochenta y noventa, han ido perdiendo vigencia. Es normal que la caída del pedestal de la invulnerabilidad de nuestro ego produzca salpicaduras de temor y de tristeza. A medida que nos despojamos de la coraza de omnipotencia, experimentamos paralelamente sentimientos de desilusión y de baja estima.

Aunque no poseo datos sobre la incidencia de estas dolencias entre los habitantes de los pueblos de Oriente, no me sorprendería si, dados los terribles acontecimientos que están viviendo muchos de ellos, el incremento del desvelo, la zozobra y el desconsuelo sea aún más pronunciado.

Y es que cada día, nada más abrir los ojos, somos vapuleados por amenazas inquietantes y sucesos sobrecogedores que están totalmente fuera de nuestro control. Nuestra perspectiva del futuro es confusa y nebulosa. El escritor Vicente Verdú sostiene que vivimos en un presente discontinuo. La realidad, según él, «ha tomado la forma del accidente», y añade con agudeza: «El accidente se ha convertido en la circunstancia central, o bien la actualidad consiste precisamente en la expresión del accidente. Como consecuencia, la temporalidad de hace un siglo, morosa y blasonada, ha perdido su calidad familiar para convertirse en un cuerpo desnudo sacudido por cualquier percance, a cualquier hora y desde no importa qué lugar». Verdaderamente, no conozco a muchas personas razonables que se atrevan, en el presente, a pronosticar con certeza cómo será su día de mañana, o qué futuro les espera a sus seres queridos, o cuál será la suerte de sus compañeros y compañeras de vida con quienes comparten este mismo momento de la historia.

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