Destino, libertad y alma

Osho

Fragmento

Destino, libertad y alma

uno

El misterio de «quién soy yo»

¿Quién soy yo? Esta pregunta debe surgir de lo más profundo y recóndito de tu ser. Tienes que vibrar con esta pregunta. Tiene que resonar, pulsar en tu sangre, en tus células. Tiene que convertirse en un signo de interrogación en tu alma.

Y cuando la mente esté en silencio, lo sabrás. No es que vayas a recibir alguna respuesta en forma de palabras, ni que vayas a poder anotar en tu libreta «ésta es la respuesta». No es seas capaz de decirle a alguien «ésta es la respuesta». Si puedes decírselo a alguien o anotarlo en una libreta, no es la respuesta que buscas. Cuando la verdadera respuesta llega a ti, ésta será tan existencial que es inexpresable.

Yo mismo soy una pregunta. No sé quién soy. ¿Qué hacer? ¿Adónde ir?

Quédate con la pregunta. No hagas nada, no vayas a ninguna parte y no empieces a creer en respuestas, simplemente quédate con la pregunta.

Ésa es una de las cosas más difíciles de hacer: quedarse con una pregunta y no buscar la respuesta. Porque la mente es muy astuta, puede proporcionarte respuestas falsas. Puede consolarte, puede darte algo a lo que aferrarte y, así, la pregunta no es respondida sino suprimida. Entonces, continuarás creyendo en la respuesta, y la pregunta permanecerá en lo profundo de tu inconsciente como una herida. No habrá sanación.

Con esto no quiero decir que si te quedas con la pregunta vayas a recibir la respuesta. Nadie ha recibido jamás respuesta. Poco a poco la pregunta desaparecerá, y no porque tengas la respuesta; no hay respuesta porque la vida es un misterio. Si hubiese una respuesta, la vida no sería un enigma.

No hay repuesta, no se trata de algo que se pueda resolver. Ésa es la diferencia entre un rompecabezas y un enigma. Un rompecabezas, por muy complicado que sea, puede resolverse, un enigma no. No es que sea difícil, es muy sencillo, pero su naturaleza es tal que no puede ser resuelto.

Por eso, quédate con la pregunta, alerta, consciente, sin buscar, sin intentar encontrar una respuesta. Es muy duro, pero puedes hacerlo… Yo lo he hecho. Y todos aquellos que han disuelto sus preguntas lo han logrado. El fuego de su propia conciencia quema la pregunta. El sol de su conciencia la funde, la desaparece, la evapora. Un día, de repente, descubres que estás ahí y que la pregunta ya no está. No es que la pregunta sea reemplazada por una respuesta. La pregunta simplemente ha desaparecido. Estás ahí y sin pregunta. Ésa es la respuesta.

Tú, sin ninguna pregunta, es la respuesta. No es que seas capaz de decir quién eres; te reirás de la pregunta en sí. La pregunta se vuelve absurda. En primer lugar, el mero hecho de preguntar es un error, pero en este momento no lo puedes comprender, tienes que preguntar con mucha intensidad. Haz la pregunta, pero no pidas la respuesta.

Ésa es la diferencia entre teología y religiosidad. La teología te da la respuesta, la religiosidad te da la conciencia. La teología te proporciona una respuesta preparada, manufacturada, pulida, perfecta. La religiosidad no te da respuesta alguna; simplemente te ayuda a profundizar en la pregunta. Cuanto más profundizas en la pregunta, ves mejor cómo se va fundiendo, desapareciendo. Y cuando la pregunta ha desaparecido, dentro de ti se libera una tremenda energía. Estás ahí, sin pregunta. Y cuando no hay pregunta, por supuesto, no hay mente. La mente es quien pregunta. Cuando no hay preguntas, también desaparece la mente, queda la pura conciencia; tan sólo el cielo sin nubes, la llama sin humo.

Eso es la divinidad. Lo que es un Buda o Cristo. Recuerda, lo repito una y otra vez: Buda no encontró la respuesta; por eso nunca responde a las preguntas más esenciales. Si le preguntas: «¿Dios existe?», eludirá la pregunta, no responderá. Si le preguntas: «¿Qué ocurre cuando una persona muere?», lo eludirá, empezará a hablar de otras cosas, no responderá.

Él no es ni un metafísico ni un filósofo. Él ha venido a afrontar la pregunta, y la pregunta ha desaparecido. La pregunta desaparece como la oscuridad cuando enciendes una luz. Trae más conciencia a la pregunta.

Dices: «Yo mismo soy una pregunta». ¡Hermoso! Así es como debe ser, reduce todas las preguntas a la pregunta básica, que es ¿quién soy yo? No te vayas por la tangente con otras cuestiones como ¿quién creó el mundo?, ¿por qué fue creado el mundo?. Ésas son interrogantes sin sentido. Ve a la pregunta básica, a la pregunta más fundamental: ¿Quién soy yo? Deja que tu conciencia penetre en ello, como una flecha que va penetrando más y más. Y no tengas prisa por encontrar la respuesta, porque la mente es astuta. Si vas con prisa, si eres impaciente, la mente puede proporcionarte una respuesta. La mente puede citar las escrituras. Puede decir: «Sí, eres un dios, eres pura conciencia, eres la verdad última, una alma eterna, un ser inmortal». Esas respuestas pueden destruir tu búsqueda.

Un buscador tiene que ser consciente de las respuestas preparadas. Están a tu disposición, se te proporcionan por todas partes. De hecho, tu mente ya ha sido condicionada. Te han sido dadas las respuestas incluso antes de formular la pregunta.

Un niño pequeño, que aún no se ha preguntado quién es Dios, se le ha proporcionado la respuesta; está siendo condicionado. La pregunta todavía no existe y ya se le ha dado la respuesta. Mucha gente cree en esas respuestas durante toda su vida y nunca hacen la pregunta ellos mismos.

Si no has hecho la pregunta, lo que quiera que sepas es basura. Tira todos tus conocimientos al cubo de la basura, porque en realidad no hay conocimientos, sólo hay saber. No hay respuesta, sólo un estado de conciencia en el que el preguntar desaparece. Sólo hay una claridad de visión y percepción, una luz en los ojos con la que puedes ver cada vez más, no es que encuentres una respuesta en alguna parte.

La existencia es tan inmensa y misteriosa; y es bueno que sea así. Imagínate qué mala suerte si pudieras encontrar la respuesta. No merecería la pena vivir la vida; no tendría ningún significado. Como no puedes encontrar la respuesta, la vida sigue teniendo infinito significado. Dios no es la respuesta, la divinidad es el estado de conciencia en el que la respuesta ha desaparecido. La divinidad es el estado de no-mente.

Quédate con la pregunta. Yo estoy aquí para ayudarte a quedarte con la pregunta. No voy a darte ninguna respuesta porque ya tienes demasiadas. No voy a sobrecargarte. Estoy para enseñarte a desaprender las respuestas que has aprendido, para que la pregunta se vuelva cristalina, auténtica y propia; para que la pregunta surja de lo más profundo de tu ser.

Y quédate con ella. No vayas de un lado a otro; no tengas prisa, ten paciencia, deja que esta pregunta se convierta en tu constante compañera.

Ésta es la única disciplina que enseño: preguntar, sin ninguna prisa por obtener la respuesta.

Y es hermoso quedarse con la pregunta porque las respuestas te corrompen. Destruyen tu inocencia, tu ignorancia pura. Llenan tu mente con palabras, teorías, dogmas. Entonces, dejas de ser virgen porque te corrompen. Una pregunta es pura; no te corrompe; de hecho, intensifica tu pureza; te ha

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