El inversionista de enfrente

Moris Dieck

Fragmento

Título

capintro

Había pasado todas las tardes de la semana limpiando los baños de la casa. Lo hice no porque fuera un entusiasta de la higiene y las escobas, sino porque fue uno de los primeros acuerdos de negocio que hice en mi vida. Del otro lado de la negociación, estaba mi madre.

El trato era muy simple, un contrato firmado moralmente y sin papeleo. “Está bien, Moris, te doy $50 MXN si te encargas de dejar los baños rechinando de limpios”. Y no es que limpiar baños fuera uno de mis hobbies cuando era niño, pero ¡caray! cincuenta pesos, eran cincuenta pesos. ¡Trato hecho!

Cincuenta pesitos era muchísimo dinero para cualquier niño de once años y yo estaba a punto de ganármelos. La idea de tener esa cantidad de dinero en mi cartera pesaba más que tener que hacer “el trabajo duro” de la casa. Así que minutos más tarde, ahí estaba yo, de rodillas y desmanchando. Creo que hasta le agarré un poco de cariño al desinfectante.

Llegó el viernes y eso significaba… el día de pago. Con el dinero en mis manos, me puse mi mejor ropa: unos jeans deslavados, unos tenis y una playera negra. Tenía una cita importante. Hasta ese momento no lo sabía, pero también aprendería la primera lección de negocios y finanzas de mi vida.

Entré ansioso a la tienda de discos (para cuando leas esto, es probable que estos artefactos estén al borde de la extinción; aviéntate una búsqueda en Google para conocerlos). La ilusión era más grande que el billete que traía en mi cartera. Yo creía que esos cincuenta pesos eran suficientes para comprarme la tienda entera. Era la primera vez que salía solo de compras, ahora podía tener aquello que tanto deseaba sin que un adulto me limitara o aconsejara lo contrario. ¡Qué equivocado estaba!

Caminé por los pasillos mirando distintas portadas entre anaqueles repletos de discos hasta que vi el anuncio que estaba buscando. En letras grandes se leía: “Género: Rock”. Mi vista se agudizó y mi mente repetía un mantra: “ojalá que lo tengan”.

Y sí… sí lo tenían. Ahí estaba. Lo tomé con mis manos. El disco Issues del grupo Korn, mi banda favorita. La portada del muñeco de trapo se veía mucho mejor en persona. Me sentía emocionado, finalmente mi esfuerzo en los baños de la casa y mi nuevo amor por el olor a Maestro Limpio, me daban frutos.

Todo iba marchando de maravilla conforme al plan hasta que le di la vuelta al disco. En ese momento, mi emoción se esfumó sin despedirse. Sentí por primera vez la famosa sensación de la cubeta de agua fría sobre mi cabeza. Siempre hay un aguafiestas, en esta ocasión, la portadora de malas noticias era la etiqueta. El precio: $100 MXN. Definitivamente tenía que lavar más baños, el problema era que ya no había. Las ilusiones se esfumaron poco a poco de mi cuerpo, simulando el aire que se escapa lentamente de un globo agujerado.

Yo solo tenía aquellos $50 MXN que me había ganado con el sudor de mi frente. Desanimado, dejé el disco nuevamente donde lo había encontrado. Lo miré fijamente por unos segundos, aparentando un acto de despedida. Mi mente estaba ocupada ahora con un nuevo mantra: “Baños limpios, manos vacías”. No existe peor sentimiento que el de la decepción.

Cuando iba saliendo del lugar, resignado a regresar a casa rotundamente derrotado, escuché el grito de una gruesa voz: “¡Espera!”. Fue así como apareció don Pepe, el dueño de la tienda. Seguramente notó algo en mi mirada porque me tomó del hombro y me preguntó: “¿Qué? ¿No vas a comprar nada?”. Recuerdo pensar que su pregunta venía cargada de las peores intenciones, seguro quería ponerle sal a mi herida. “No me alcanza pa’l de Korn”, dije con voz quebradiza, mientras le mostraba el billete que traía.

Entonces me miró de arriba abajo mientras asentía con la cabeza, parecía que conocía el remedio para mi triste situación. “Ven conmigo”, me dijo. Se arrodilló para buscar algo detrás del mostrador. Estaba emocionado, pensé que, apiadándose de mí, me regalaría el disco usado que de seguro a su nieto no le había gustado. Había vuelto la esperanza, pero después me di cuenta de que sus planes eran otros.

“Toma”, dijo mientras ponía sobre mis manos un disco de Black Eyed Peas. “¿Black Eyed Peas? ¿Se está burlando de mí?”, pensé mientras las emociones se mezclaban en mi interior. “Este disco está en oferta y puedes comprarlo con los $50 MXN que traes. Puedes venderlo por el doble de su precio y así comprar el disco de Korn que tanto quieres”.

Ahí estaba, mi primera lección de negocios justo frente a mis ojos:

COMPRA

BARATO Y

VENDE CARO

No lo dudé ni un minuto, hice lo que me sugirió. Lo compré y recordé a un buen amigo a quien le encantaba ese grupo. Me lo compró de inmediato. Mi primer gran negocio se había consolidado sin que yo estuviera demasiado consciente de ello. Fue en aquella tienda de discos de don Pepe donde entendí dos cosas:

1. Necesitas, sí o sí, entender la dinámica del dinero. Con esto me refiero a cómo se gana, gasta y multiplica para que puedas alcanzar tus metas en la vida.

2. Negocio hay en todos lados. Solo necesitas algo de creatividad, muchas ganas y un poquito de experiencia para identificar las oportunidades.

Y así fue como se sembró en mí la semilla de los negocios, las finanzas y las inversiones.

Creerás entonces que desde los once años me volví un financiero fregón y a los veinte ya era dueño de puestos de hot dogs por toda la ciudad, ¿verdad? No tan rápido. La semillita se quedó guardada ahí un buen rato sin germinar. Incluso la olvidé por completo. Años más tarde, conseguí un empleo, como se supone que debe ser. “Terminas la universidad y te consigues un buen trabajo”, reza el monólogo de una vida feliz. Eso es lo que hace la mayoría.

Ahora vendía mi tiempo para ser digno merecedor de una cantidad de dinero cada quince días. Aquel empresario que apareció cuando tenía apenas once años seguía esperando impaciente a que yo lo despertara. Pero lo ignoré, me desenamoré del Maestro Limpio y me enamoré de algo aún más adictivo: las quincenas.

En un abrir y cerrar de ojos llegó el tiempo para una merecida recompensa: “He trabajado mucho, seguro me lo merezco”, y así gasté todos mis ahorros en un iPhone 5, quedándome sin un solo centavo. Ahora no tenía dinero, pero tenía el gadget ideal para encajar en un municipio como el de San Pedro Garza García en la ciudad de Monterrey.

En el lugar donde nací, lo primero que resalta es el precioso Cerro de la Silla que protege y embellece la ciudad. Lo segundo, son los autos de lujo, los zapatos caros, los lentes oscuros de moda y las bolsas de diseñador que forman parte del atuendo cotidiano de los habitantes del municipio, el cual, se dice por ahí, es el de mayor poder adquisitivo en Latinoamérica.

Así que ya ten

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