Magia robada (La Ley del Milenio 1)

Trudi Canavan

Fragmento

cap-1

1

Los dedos marchitos y agarrotados del cadáver acabaron por ceder y soltar el fardo. Arrancar el objeto de las manos del muerto le parecía a Tyen una falta de respeto, por lo que procedió despacio y le levantó con delicadeza el antebrazo, pero una uña ennegrecida se quedó enganchada en el envoltorio. Había tocado tantos cuerpos de personas que llevaban largo tiempo muertas que ya no le causaban repugnancia o miedo. Su carne reseca había dejado de ser fuente de enfermedades transmisibles años atrás, y él no creía en fantasmas.

Cuando consiguió hacerse con el misterioso fardo, Tyen se enderezó con una sonrisa triunfal. Aunque no era tan implacable en su búsqueda de reliquias como sus condiscípulos y su profesor, si volvía a casa de aquellas expediciones con las manos vacías, jamás obtendría el título de mago arqueólogo. Ejerciendo la voluntad, obligó a la diminuta llama alimentada por magia a acercarse.

El recubrimiento del objeto estaba tan rígido y seco como el ocupante de la tumba, tras pasar unos seiscientos años oculto allí, según los cálculos de Tyen. Estaba hecho de una piel gruesa oscurecida por el tiempo, desprovista de marcas y adornos de metal o piedras preciosas. Intentó abrirla. La envoltura se desgarró y algo cayó por la abertura. Cuando atrapó el objeto en el aire a Tyen se le aceleró el pulso...

... y el desaliento. Entre sus manos no sostenía un tesoro, sino un simple libro. Ni siquiera se trataba de un libro con joyas engastadas y motivos dorados.

Un libro sin duda podía poseer valor histórico, pero, en comparación con los rutilantes tesoros que los otros dos alumnos del profesor Kilraker habían exhumado para la Academia, era un hallazgo decepcionante. Después de meses de viaje, investigación, excavaciones y observaciones, su trabajo apenas había rendido frutos que pudiera mostrar. Cuando por fin había descubierto una sepultura que no había sido profanada por saqueadores de tumbas, ¿qué había encontrado en ella? Un simple féretro de piedra, un cadáver sin adornos y un libro antiguo.

Por otro lado, los vejestorios de la Academia no se arrepentirían de haber costeado su expedición si el libro resultaba ser importante. Lo examinó con detenimiento. A diferencia de la envoltura, las tapas de piel conservaban su flexibilidad. La cubierta estaba en buen estado. De no ser porque acababa de sacarlo de la funda, habría supuesto que el volumen no tenía más de cien años de antigüedad. En el lomo no se leía título ni texto alguno. Quizá se había borrado. Lo abrió. Como no había palabras en la primera página, le dio la vuelta. La siguiente también estaba en blanco, así que pasó rápidamente el resto de las hojas y advirtió que todas lo estaban.

Se quedó contemplándolo con incredulidad. ¿Por qué iba alguien a enterrar un libro sin texto en una tumba tras envolverlo con sumo cuidado y colocarlo entre las manos de su ocupante? Miró al muerto, pero este no le ofreció respuestas. Entonces algo atrajo su mirada de nuevo hacia el libro, que estaba abierto por una de las últimas páginas. Se lo acercó a los ojos.

Había aparecido una marca.

Junto a ella se formó una mancha oscura, y luego docenas más. Se extendieron por la página y se juntaron unas con otras.

—Hola —decían—. Me llamo Vella.

Tyen profirió una palabra que habría escandalizado a su madre si aún hubiera estado viva. La desilusión cedió el paso al alivio y el asombro. Se trataba de un libro mágico. Aunque en casi todos ellos la magia era débil y estaba utilizada de manera frívola, eran tan poco comunes que la Academia los coleccionaba. No había realizado aquel viaje en balde, después de todo.

Pero ¿qué propiedades tenía aquel libro? ¿Por qué solo aparecía el texto cuando se abría? ¿Por qué tenía nombre? Se materializaron nuevas palabras en la página.

—Siempre he tenido nombre. Antes era una persona. Una mujer de carne y hueso.

Tyen fijó la vista en esas frases. Un escalofrío le bajó por la espalda, pero al mismo tiempo lo asaltó una sensación que conocía bien. A veces la magia resultaba inquietante, a menudo inexplicable. A él le gustaban sus aspectos incomprensibles, pues dejaban margen a nuevos descubrimientos. Por eso había decidido estudiar magia además de historia. Ambos campos le brindaban la oportunidad de hacerse un nombre.

Nunca había oído hablar de una persona que se hubiera convertido en libro. «¿Cómo es posible?», se preguntó.

—Soy obra de un mago poderoso —contestó el texto—. Se apoderó de mis conocimientos y de mi cuerpo, y me transformó.

Tyen notó que se le erizaba el vello. El libro había respondido a la pregunta que él se había formulado en la mente. «¿Me estás diciendo que estas hojas están hechas con partes de tu cuerpo?», inquirió.

—Sí. La cubierta y las hojas están confeccionadas con mi piel. Para encuadernar se utilizó mi cabello, trenzado y cosido con agujas talladas de mis huesos, y cola obtenida de los tendones.

Él se estremeció. «¿Y tienes conciencia?»

—Sí.

«¿Oyes mis pensamientos?»

—Sí, pero solo cuando me tocas. Cuando no estoy en contacto con un ser humano vivo, estoy ciega y sorda, atrapada en la oscuridad y sin noción del tiempo. Ni siquiera duermo. Tampoco estoy del todo muerta. Mi vida discurre así, año tras año, desperdiciada.

Tyen volvió a mirar fijamente el libro. Las palabras, que casi llenaban ya una página, permanecían allí, oscuras sobre la vitela color crema... que estaba hecha con la piel de la mujer.

Aquello parecía grotesco. Sin embargo... la vitela siempre se fabricaba con piel. Si bien aquellas páginas eran de piel humana, no tenían una textura distinta de la piel animal. Eran suaves y agradables al tacto. A diferencia de un cadáver antiguo y desecado, el libro no resultaba repulsivo.

Además, era mucho más interesante. Conversar con él era como hablar con un muerto. Si aquel objeto tenía tantos años como la sepultura, conocería bien la época en que lo habían enterrado. Tyen sonrió. No había encontrado oro ni joyas con las que cubrir los gastos de aquella expedición, pero el libro lo compensaría con información histórica.

Se formaron más palabras.

—Pese a las apariencias, no soy un objeto.

Tal vez no era más que un efecto de la luz sobre la página, pero las nuevas letras parecían un poco más grandes y oscuras que las anteriores. Tyen sintió un ligero ardor en las mejillas.

«Perdóname, Vella. Ha sido una descortesía por mi parte. Te aseguro que no pretendía ofenderte. No me encuentro con un libro parlante todos los días, por lo que no estoy muy familiarizado con el protocolo.»

Se recordó a sí mismo que Vella era una mujer. Concluyó que lo mejor sería hacer uso de los buenos modales que le habían enseñado de pequeño. Por otro lado, el trato con las mujeres podía resultar endemoniadamente complicado, incluso cuando se seguían todas las reglas de urbanidad. Sería una grosería iniciar una conversación interrogándola sobre el pasado. La buena educación exigía que primero se interesara por su bienestar.

«Bueno... ¿Y es agradable ser un libro?»

—Cuando me sostiene y me lee una persona agrada

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