Marco Rubio y la hora de los hispanos

Eduardo Suárez
María Ramírez

Fragmento

cap-1

1

El obelisco

El obelisco con la bandera de Cuba se alza casi 20 metros sobre el campus de la Universidad Internacional de Florida y rinde homenaje a los náufragos y a los exiliados. Empieza a anochecer en esta tarde cálida de febrero en la que se inaugura el monumento después de 12 años de batallas para decidir la forma del símbolo y para conseguir financiación.

Miles de personas escuchan de pie el himno de Estados Unidos. Después suena el de Cuba y muchos cantan emocionados, algunos con la mano en el corazón:

Al combate corred, bayameses,

que la patria os contempla orgullosa.

No temáis una muerte gloriosa

que morir por la patria es vivir.

En cadenas vivir, es vivir

en oprobio y afrenta sumidos

del clarín escuchad el sonido.

¡A las armas, valientes, corred!

Entre los versos del himno, se oyen sollozos y algún grito contra el régimen de los hermanos Castro. Alguien corta la música justo antes de llegar a la frase que iba a sonar unos segundos después: «Cuba libre, ya España murió».

«Abajo los tiranos», dice una pancarta entre una multitud en la que se mezclan banderas de Cuba y de Venezuela. Un octogenario sujeta otra contra «los vendepatrias» que quieren «diálogo» con el régimen. Una joven tapa los ojos de un niño cuando aparecen las imágenes más cruentas en los vídeos que se proyectan, algunas de balseros moribundos y otras de fusilamientos. La consigna en este invierno de 2014 es «no olvidar», ahora que el final del castrismo parece estar más cerca y que parte de los cubanoamericanos están ansiosos por dar el salto a la isla para hacer negocios o restablecer los lazos con la patria perdida.

El senador republicano Marco Rubio charla sonriente en un corrillo con sus aliados políticos hasta que llega su turno. Al subir al escenario, adopta un tono más serio para dirigirse a su comunidad. Está ronco y coge el micrófono con menos ganas de lo habitual.

«Vivimos un momento sumamente interesante e importante en la historia del mundo», dice con un tono bajo y hablando en español, una lengua que siempre pronuncia a un ritmo más lento que el inglés. «¡No se oye!», le gritan desde las primeras filas. «¿Y ahora?», pregunta el senador acercándose un poco más al micro. «Sííí.»

Rubio apenas habla cinco minutos. Lo hace sin papeles, como de costumbre. Primero compara la lucha de los cubanos por la libertad con la de los ucranianos y la de los venezolanos. Luego describe la naturaleza del régimen y asegura que muchos en Estados Unidos no comprenden bien la situación:

Desafortunadamente, cuando yo viajo en el país, me encuentro con personas que no lo hacen por mal, pero me dicen «hace poco estuve en Cuba» o «leí un artículo sobre Cuba», y me parte el corazón porque a veces creo que el gran público americano y del mundo no se da cuenta de la realidad cubana. Cuba no es una cosa interesante que está pasando en este hemisferio. Es una tragedia que está ocurriendo en medio de nosotros, a 90 millas de la costa del país más libre en la historia del mundo. Y no es simplemente una tiranía. Es un Gobierno de criminales.

Lo interrumpen los aplausos. «Llegará un momento en que ya ese Gobierno no esté ahí. Es inevitable. Y cuando ese momento llegue es importante que esté bien escrito y que se sepa bien qué fue lo que ocurrió durante esos años.»

El senador republicano repite algunas de las ideas del exilio histórico, el que se fue de Cuba después del ascenso de Fidel Castro en 1959. Pero ni pertenece a esa generación ni ha tenido una experiencia similar a la de la mayoría de los miembros de la comunidad.

La familia de Rubio se mudó a Estados Unidos unos años antes de la llegada al poder de Castro y no emigró por motivos políticos. Sus padres, Mario y Oriales, se marcharon de Cuba en busca de trabajo en mayo de 1956. Aún mandaba el dictador Fulgencio Batista y su destino inicial fue Nueva York, donde vivía la hermana de Oriales.

La pareja no se quedó mucho tiempo allí y dio tumbos en busca de la fortuna que nunca terminó de llegar. Vivieron en Los Ángeles y en Las Vegas antes de instalarse definitivamente en Miami, donde nació Marco el 28 de mayo de 1971.

Oriales y Mario difícilmente podían imaginar lo que ocurriría cuatro décadas después. Que aquel país en el que habían luchado por ser parte de la clase media elegiría a su hijo como uno de los 100 miembros del Senado de Estados Unidos. O que un candidato presidencial examinaría su currículum como posible aspirante a vicepresidente. O que Marco lucharía un día por la Casa Blanca.

Rubio es cubanoamericano pero sus vivencias lo distinguen de muchos de los espectadores que escuchan esta tarde su discurso. La mayor parte de su infancia la pasó en Las Vegas, lejos del exilio que lo ha adoptado como defensor. Allí el joven Rubio se hizo mormón y creció rodeado de mexicanos y afroamericanos. Esa experiencia complicó su adaptación al volver a Miami y le dio una sensibilidad especial, lejos de su comunidad más inmediata por origen.

El monumento que se inaugura este sábado está en el sur del campus de la Universidad Internacional de Florida, donde Rubio imparte clases de política local.

Su faceta de profesor empezó con una polémica en 2008. Acababa de dejar su escaño en la Cámara de Representantes de Florida y se estaba preparando para presentar su candidatura al Senado federal. Unos meses antes, la universidad había aprobado un recorte de 23 programas y 200 puestos de trabajo pero aun así contrató a Rubio, que no había cursado ni un doctorado ni un máster, requisitos habituales para ser profesor.

El centro académico había recibido ayudas públicas de Florida mientras Rubio era presidente de la Cámara de Representantes del estado. Le ofreció un sueldo de 69.000 dólares anuales y varios profesores se quejaron de su contrato.

El político republicano recaudó dinero privado para sufragar gran parte de su sueldo. El millonario Norman Braman, dueño de una red de concesionarios de coches y principal mecenas de Rubio, donó 100.000 dólares al centro.

Rubio hizo una pausa académica durante la campaña de 2010. Pero volvió a las aulas en 2011, después de tomar posesión como senador. Entonces empezó a turnarse con otros cuatro profesores a cambio de un sueldo de unos 24.000 dólares después de haber recibido la aprobación de la comisión del Senado que se encarga de controlar los posibles conflictos de interés.

Rubio dice que le «encanta» dar clases. Algunos de sus críticos reconocen que su presencia ha atraído a alumnos que quieren escuchar lo que dice un político al que ven a menudo en la tele. Con una sonrisilla que parece pedir disculpas, Rubio dice que no suele hablar «tanto» de Cuba en clase porque no tiene «tanto tiempo» en cada sesión y tiene que ajustarse a un programa más amplio dedicado a la política de Florida. Pero a menudo se siente identificado con las familias de sus alumnos.

«La diferencia entre esta universidad y muchas otras es que aquí hay muchos estudiantes cuyas familias están sufriendo o han sufrido esa realidad», cuenta el senador. En las mochilas de sus alumnos ve chapas de apoyo a los demócratas y sabe que probablemente muchos no comparten sus opiniones y que qui

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