Índice
Isabel la Católica
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Árbol genealógico de Isabel la Católica
Introducción. La primera gran reina de Europa
1. No existe hombre que tan gran poderío tuviese
2. El Impotente
3. La hija de la reina
4. Dos reyes, dos hermanos
5. Toros
6. La elección de Fernando
7. El matrimonio con Fernando
8. Princesa rebelde
9. Los Borgia
10. Reina
11. ¡Y rey!
12. Nubarrones de guerra
13. Atacada
14. «Aunque muger flaca»
15. El momento decisivo
16. El sometimiento de los grandes
17. Justicia expeditiva
18. Adiós, Beltraneja
19. La Inquisición: populismo y pureza
20. La cruzada
21. «Lo asolaron ciudad por ciudad»
22. «¡Dios salve al rey Boabdil!»
23. Los Tudor
24. La toma de Granada
25. Traspaso de poderes
26. La expulsión de los judíos
27. El valle de lágrimas
28. La carrera hacia Asia
29. Mujeres alegres
30. Una noche infernal
31. Un mundo nuevo
32. Indios, loros y hamacas
33. El reparto del mundo
34. Un continente nuevo
35. Las bodas de los Borgia
36. Todos los tronos de Europa
37. «Aunque clérigos… somos carnales»
38. La flota de Juana
39. «Dos veces casada, murió doncella»
40. «El tercer cuchillo de dolor»
41. El sucio Tíber
42. «Los alemanes los llamamos ratas»
43. ¿El fin del islam?
44. El sultán de Egipto
45. «Como una brava leona»
46. El juicio final
Epílogo. Un destello de gloria
Fotografías
Apéndice. Monedas y valores
Bibliografía
Agradecimientos
Índice alfabético
Notas
Sobre este libro
Sobre el autor
Créditos
A Katharine Blanca Scott, por todo lo que hemos hecho y creado
Ninguna mujer en la historia ha superado sus logros.
HUGH THOMAS, El imperio español. De Colón a Magallanes
Que se trata de un personaje importante, lo sabéis muy bien;
puede que no haya otro igual en toda nuestra historia.
MANUEL FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, Isabel la Católica
INTRODUCCIÓN
La primera gran reina de Europa
Segovia, 13 de diciembre de 1474
El espectáculo era impresionante. Gutierre de Cárdenas avanzaba solemne por las calles de Segovia, gélidas y azotadas por el viento, sujetando la espada real por la punta, la empuñadura en alto. Le seguía la nueva monarca, una mujer de veintitrés años, de estatura entre mediana y baja, cabello entre rubio castaño claro y ojos de color azul verdoso, cuyo aire de autoridad quedaba reforzado por el simbolismo amenazador del arma de Cárdenas, un emblema del poder real tan contundente como cualquier corona o cetro. Quienes se habían atrevido a desafiar el frío glacial del invierno segoviano para contemplar la comitiva sabían que tal acto significaba que la joven estaba decidida a impartir justicia e imponer su voluntad mediante la fuerza. Las joyas resplandecientes de Isabel de Castilla evidenciaban la magnificencia real, mientras que la espada de Cárdenas amenazaba con la violencia. Ambas eran emblemas del poder y de la disposición a ejercerlo.[1]
Los espectadores estaban asombrados. El padre y el hermanastro de Isabel, los dos soberanos que habían regido la díscola Castilla durante los últimos setenta años, no se habían distinguido por el ejercicio de la autoridad, sino que habían dejado dichas funciones en manos de otros. Sin embargo, para mayor sorpresa, ahí estaba una mujer que manifestaba su determinación a ejercer el poder sobre ellos. «No faltaron algunos sujetos bien intencionados que murmurasen de lo insólito del hecho», informó un contemporáneo. Los murmuradores no tenían reparos en desafiar el derecho de una mujer a gobernarlos, ni sentían necesidad de mantener la boca cerrada. La débil monarquía de Castilla se había convertido en objeto de burla, desobediencia y rebelión abierta. Durante décadas, los reyes del país habían sido peleles de una parte de los poderosos y engreídos aristócratas terratenientes que se referían a sí mismos como los «grandes». Esa mujer, que decía ser su nueva reina aquel día de diciembre de 1474, ya podía presentarse ataviada con sus mejores joyas, porque solo la acompañaban un reducido número de grandes, eclesiásticos y altos dignatarios. Era una señal de que sus dificultades iban más allá de su condición de mujer y de la fragilidad de la monarquía de Castilla. Isabel no era la única aspirante al trono, ni tampoco la persona que había sido designada como sucesora por el monarca anterior. Aquello era, en definitiva, el golpe preventivo de una usurpadora. Y nadie estaba seguro