Los años de Downing Street

Fragmento

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Índice

Portadilla

Índice

Dedicatoria

Agradecimientos

Introducción

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

Capítulo VIII

Capítulo IX

Capítulo X

Capítulo XI

Capítulo XII

Capítulo XIII

Capítulo XIV

Capítulo XV

Capítulo XVI

Capítulo XVII

Capítulo XVIII

Capítulo XIX

Capítulo XX

Capítulo XXI

Capítulo XXII

Capítulo XXIII

Capítulo XXIV

Capítulo XXV

Capítulo XXVI

Capítulo XXVII

Capítulo XXVIII

Cronología

El Gabinete y otros cargos de importancia

Lista de abreviaturas

Índice onomástico

Fotografías

Notas

Sobre la autora

Créditos

Grupo Santillana

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A mi marido y a mi familia,

sin cuyo amor y aliento

nunca habría sido

Primera Ministra.

 

Y a todos los que trabajaron

en el Nº 10 de Downing Street

y en Chequers, sea cual fuera

su cargo, porque su inquebrantable

apoyo fue crucial en esos años de desafío.

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Agradecimientos

 

 

 

Fueron muchas las personas que, de una u otra manera, colaboraron conmigo en la preparación de este libro. A algunas no puedo nombrarlas porque siguen siendo miembros de la Administración pública; a otros, puedo y los menciono. Pero hay alguien a quien debo un agradecimiento especial.

A los funcionarios del Gobierno que preparan el terreno para las reuniones cumbre se les conoce como sherpas, por los guías del Himalaya que ayudan a quienes escalan el Everest. Mi sherpa imprescindible en la empresa de redactar este libro ha sido Robin Harris. Robin se ha sumido en los documentos oficiales, estudiándolos en profundidad, para investigar, confirmar o desafiar mi memoria; fue un guía de paso seguro a través de la borrasca de hechos e interpretaciones; hizo posible que la expedición alcanzara su destino por la ruta más directa, en buen orden e incluso con cierta elegancia. Sin sus consejos y ayuda en cada una de las etapas, dudo mucho que hubiéramos alcanzado la cumbre.

No estábamos solos en el trayecto. John O’Sullivan se nos acercaba a veces esquiando, apuntalaba argumentos, pulía la prosa y le daba un empujón al relato. Sin él, escribir este libro hubiera llevado mucho más tiempo, y el resultado habría tal vez sido más engorroso de leer.

Otro miembro decisivo del equipo fue Chris Collins, nuestro investigador. Con absoluta dedicación, fue meticuloso y perseverante, y sumó a estas cualidades su inapreciable objetividad de historiador académico. Debbie Fletcher mecanografió —y volvió una y otra vez a mecanografiar— con impresionante eficacia e inalterable buen humor el farragoso manuscrito. Tessa Gaisman aportó su sentido común y su buen gusto, tan especial, para la selección de las fotografías. Carolyn Selman nos ayudó a ordenar adecuadamente los comunicados y recortes de prensa. Me siento inmensamente agradecida a todos los miembros del equipo que colaboró en mis memorias. Nuestro trabajo conjunto fue, para citar una frase que aparece más adelante en este volumen, “tenso pero divertido”.

Uno de los aspectos más agradables de la redacción de unas memorias es revivir los viejos tiempos junto a buenos amigos. Pude escribir sobre los recuerdos y reflexiones de muchos de los que, de una manera u otra, se vieron involucrados en la historia que he narrado. Quisiera expresar mi especial agradecimiento a Cynthia Crawford, sir Charles Powell, sir Alan Walters y John Whittingdale MP (Member of Parliament), pues la ayuda de todos ellos me resultó inapreciable. También gocé del privilegio del consejo, en temas específicos, del profesor Tim Congdon, Andrew Dunlop, lord Griffiths of Fforestfach, George Guise, Rt. Hon. (Right Honourable) Archie Hamilton MP, sir John Hoskyns, sir Bernard Ingham, la doctora Sheila Lawlor, John Mills, Rt. Hon. sir Peter Morrison, Ferdinand Mount, lord Parkinson of Carnforth, Caroline Ryder, Stephen Sherbourne, sir Kenneth Stowe, lady Wakeham y lord Wolfson of Sunningdale.

Hurgando entre documentos oficiales, los encontré fascinantes pero limitados. Incluso su extrema sequedad me reafirmó en la idea de lo importante que era escribir este libro. Hay situaciones que es necesario haberlas vivido para poder contarlas. Pero dicho esto, yo, que nunca llevé un diario, me hubiera sentido perdida sin ellos. Estoy, por lo tanto, muy agradecida a sir Robin Butler y al personal de la oficina del Gabinete por la amabilidad y eficiencia con que pusieron a mi disposición los documentos de mi administración.

Mis editores, Harper Collins, actuaron como es de esperar en un editor, permitiendo que el autor reúna su material,

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