Luis Buñuel

Ian Gibson

Fragmento

Indice

Índice

Portadilla

Frontispicio

Índice

Dedicatoria

Epígrafes

Agradecimientos

Introducción

Capítulo I. El León de Calanda (1900-1916)

Capítulo II. Los años madrileños (1917-1924)

Capítulo III. Nuestro hombre en París (1925-1928)

Capítulo IV. Un Chien andalou (1929)

Capítulo V. L'Âge d'or (1929-1930)

Capítulo VI. Interludio en Hollywood (1930-1931)

Capítulo VII. Entre París y Madrid (1931-1933)

Capítulo VIII. Buñuel bajo el «Bienio Negro» (1933-1936)

Capítulo IX. Frente Popular, sublevación y Guerra Civil (1936-1938)

Epílogo

Referencias y notas ocasionales

Fuentes de información consultadas

Fotografias

Índice onomástico y de publicaciones

Sobre el autor

Créditos

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Para Carole Elliott, sin cuya compañía, valentía e insustituible colaboración este libro no existiría.

Y en recuerdo de mi entrañable amigo Pedro Christian García Buñuel, que tanto me animó.

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«Miente para no descubrirse, para que no le descubran. Desde luego es su única manera de liberarse, de conseguir esconderse, y sólo escondido, protegido por la mentira, se siente libre.»

 

MAX AUB (hacia 1970)[1]

 

 

«Hace poco ha salido un libro donde se insiste en que Dios es Amor. Ya podrían habérmelo dicho antes. Ahora es ya muy tarde.»

 

LUIS BUÑUEL (hacia 1971)[2]

 

 

«La gran pasión de su vida, por confesión propia, ha sido penetrar directa y violentamente en el misterio de la realidad humana, comunicándolo con inmensa energía, casi a zarpazos, al espectador.»

 

MANUEL ALCALÁ (hacia 1971)[3]

 

 

«Los sueños son el “primer cine” que inventó el hombre, e incluso con más recursos que el cine mismo...»

 

LUIS BUÑUEL (1975)[4]

 

 

«Sólo yo no he cambiado. Permanezco católico y ateo gracias a Dios.»

 

LUIS BUÑUEL (1980)[5]

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Agradecimientos

Este libro está en deuda con muchísimas personas consultadas no sólo a lo largo de los siete años de su elaboración sino en relación con mis trabajos previos sobre Lorca y Dalí, donde, con frecuencia, era cuestión también de Luis Buñuel.

Tengo muy presente, en primerísimo lugar, a José (Pepín) Bello, sin cuyos recuerdos y archivo, generosamente disponibles, mi tarea habría sido imposible. Haberle conocido es una de mis mayores alegrías de biógrafo. Su risa me suena aún en el oído, así como la de su amiga María Luisa González, en sus tiempos alegre cofrade, como él, de la hoy mítica Orden de Toledo. Que conste cuánto le debo.

Merece un agradecimiento muy especial Juan Luis Buñuel, siempre atento, desde París, a mis preguntas acerca de diversos aspectos de la vida y obra de su padre. Su hermano Rafael me ha regalado, por su parte, horas muy placenteras durante sus visitas a Madrid. Con ambos compartí días inolvidables en Calanda, disfrutando de la multitudinaria efemérides tamboril de Semana Santa que tanto le entusiasmaba al autor de sus días. Les agradezco su apoyo y, además, el permiso para reproducir fotografías procedentes del álbum familiar y citas de la obra literaria paterna.

A Pedro Christian García Buñuel, hijo de Concha, la hermana más «surrealista» de Luis, le conocí cuando, por desgracia, le quedaba poco tiempo. Entre nosotros surgió una amistad tan breve como intensa, que no olvidaré nunca, como tampoco los muchos favores suyos, entre ellos el envío casi semanal —desde su enhiesta atalaya zaragozana en la Avenida de Isabel la Católica— de sobres atestados de papeles y recortes relativos a su tío.

Leonardo García Buñuel, su hermano, fue una cantera inagotable de información (y de buen humor) durante nuestros demasiado escasos encuentros por tierras aragonesas, y en sus emails desde Estados Unidos. Era difícil, escuchándole y leyéndole, no imaginar las bulliciosas sesiones que al realizador le encantaba disfrutar con sus amigos de verdad.

Todavía con la familia, me ech

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