El puente

Gay Talese

Fragmento

libro-3

Prefacio

Un gran puente es una construcción poética dotada de una belleza y una utilidad perdurables. A principios de los años sesenta del siglo pasado, mientras la autovía en forma de arcoíris del puente Verrazano-Narrows se estaba ampliando en 4 kilómetros a lo largo del puerto de Nueva York, conectando así los barrios de Brooklyn y Staten Island, con frecuencia me colocaba un casco de seguridad y seguía los pasos de los trabajadores por las pasarelas, observando durante horas cómo subían y bajaban por los cables de acero al modo de arañas, o cómo apretaban tornillos con sus llaves inglesas, sentados a horcajadas sobre las vigas. En ocasiones empujaban con sus manos enguantadas un torno que se había encallado, o golpeaban con el hombro un armazón de varias toneladas que colgaba de una grúa, o movían los tobillos, enfundados en sus botas, según acercaban el cuerpo a la tarea que los ocupaba, en busca de un lugar seguro donde apoyar los pies en medio de los vientos cambiantes y muchos metros por encima del mar.

Gay Talese, 1964.

© Bruce Davidson/Magnum Photos

Desde las dos torres del puente, cada una de setenta pisos de altura, uno puede contemplar el panorama que le brinda la ciudad: el Empire State, el edificio Chrysler, el venerable puente de Brooklyn, completado en 1883, los pináculos de Wall Street y, elevándose desde el caos del 11 de septiembre de 2001, la Torre 1 del nuevo World Trade Center, de ciento cuatro pisos y coronada por una aguja.

Cuando me instalé en Nueva York a mediados de la década de 1950, acostumbraba a formularme preguntas del tipo: ¿a quiénes pertenecerán las huellas impresas sobre los tornillos y vigas de esas edificaciones tan vertiginosas en una ciudad tan inmensa? ¿Quiénes serán esas personas que caminan sobre el alambre provistas de botas y cascos de seguridad, que se ganan el pan jugándose la vida en lugares donde una caída suele ser fatal y donde los familiares y compañeros de los fallecidos consideran sepulcros los puentes y los rascacielos? Aunque solemos conocer la identidad de los arquitectos o ingenieros que están detrás de una edificación importante, los nombres de los trabajadores rara vez se mencionan en las crónicas o los archivos documentales referidos a puntos tan emblemáticos.

Era bien consciente de todo esto cuando tomé la decisión de escribir un libro sobre la construcción del puente Verrazano-Narrows, que arrancó el 14 de agosto de 1959 con la ceremonia de colocación de la primera piedra en el puerto.

El puente se abrió a la circulación unos cinco años después, el 21 de noviembre de 1964, con una caravana de vehículos encabezada por las cincuenta y dos limusinas negras que transportaban a los políticos y grandes ejecutivos, la mayor parte de los cuales habían atendido previamente al corte de la cinta. En la actualidad, más de ciento setenta mil vehículos cruzan cada día la luz[1] del puente, lo que genera unos beneficios diarios de novecientos cincuenta mil dólares.

A las puertas de que la Autoridad Metropolitana del Transporte celebre el medio siglo de su inauguración, esta nueva edición de El puente, publicado por primera vez en 1964, viene a conmemorar aquel hito. Igual que su predecesora, esta edición no pretende ser tanto una celebración del puente en sí como de los hombres que lo levantaron. Los mismos hombres que, dicho sea de paso, no fueron invitados a la ceremonia de inauguración organizada hace cincuenta años.

Durante todo este tiempo he mantenido el contacto con muchos de ellos y este libro es una invitación a conocer a los que no fueron invitados.

Gay Talese, 2014

© Bruce Davidson/Magnum Photos.

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