Operación César

Garance Le Caisne

Fragmento

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Prólogo

Cuando miraba las fotos, me hablaban. Muchas de las víctimas retratadas sabían que iban a morir. Tenían el dedo levantado como cuando uno va a morir y recita la shahada.1 Tenían la boca abierta por el dolor y transmitían la humillación que habían sufrido. Cada vez que miraba esos rostros se me quedaban grabados en la memoria.

Gritaron su dolor para que las salvaran, pero nadie lo hizo, nadie las escuchó. Pedían cosas, pero nadie las oyó.

Todos los días oía la voz de las víctimas, que gritaban su terrible dolor para denunciar lo que ocurre en las prisiones y los centros de detención sirios. Pero allí no había nadie que pudiera ofrecer su testimonio, nadie respondía. Esas víctimas depositaron sobre mis hombros la responsabilidad de testimoniar las torturas que se les infligieron ante sus familias, ante la humanidad y ante el mundo libre.

Me fui de Siria con intenciones honestas y sinceras. Los informes sobre los crímenes del régimen son abundantes: las armas químicas, los asesinatos masivos, los detenidos. Todos estos informes se tendrán en cuenta y aportarán pruebas contra Bachar al Asad. ¿Cuándo y cómo? No lo sé.

La verdad llevará a la victoria. Un viejo proverbio reza: «Un derecho no se pierde mientras tenga una persona detrás que lo reclame.»

CÉSAR, fotógrafo que trabajó

para la Policía Militar del régimen sirio

de Bachar al Asad.

Abril de 2015

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mapa
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Presentación de los sirios

que ofrecen su testimonio

César es un antiguo fotógrafo militar de Damasco, encargado de fotografiar los cadáveres de los detenidos muertos en centros de detención y luego de archivar los negativos en sus respectivos informes. Horrorizado por esta macabra rutina, decidió hacer copias de estas pruebas de la barbarie del régimen y sacarlas de Siria con el fin de mostrarlas al mundo. De este modo, César arriesgó la vida cada día durante dos años.

Sami, nombre apócrifo. Es el amigo más cercano de César. A él se confió el fotógrafo y él lo apoyaría día a día durante su tarea clandestina, hasta que consiguieron cruzar la frontera y refugiarse en Europa.

Abu al Leiz, nombre apócrifo. A sus más de treinta años, este antiguo comerciante originario del Qalamún pasó siete meses detenido en la sección 227 de los servicios de inteligencia militar y luego en una celda de la prisión civil de Adra, reservada en principio para los criminales de derecho común. Huyó de Siria y reside en Turquía.

Mazen al Hamada era técnico de una petrolera internacional instalada en Deir ez-Zor, al norte del país. Detenido tres veces por haber filmado y subido a la red vídeos de manifestaciones, permaneció retenido un año y medio, entre otros lugares, en los servicios de inteligencia aérea, donde se convertiría en un sujra («trabajador forzoso», en árabe), encargado de ayudar a los carceleros en sus trabajos cotidianos, como el transporte de los cadáveres de los reclusos. Hoy en día vive en Holanda.

Amer al Homsi, médico de Homs, no quiere que lo identifiquen. Trabajó durante quince años en el hospital gubernamental de la ciudad. En 2011 y 2012 comprobó que convertían el establecimiento en algo semejante a un centro de detención donde se sometía a tortura a los presos heridos.

Munir abu Muaz, nombre apócrifo. En dos años de encarcelamiento, entre marzo de 2012 y enero de 2014, este ingeniero fue transferido a cuatro secciones de dos servicios de inteligencia diferentes, y luego lo enviaron a Sednaya, a treinta kilómetros de Damasco, prisión reservada a los presos políticos y los islamistas, digna heredera de la de Palmira. Pasó varias semanas en el hospital militar de Mezé. Actualmente vive en Turquía.

Ahmad al Riz abrazó la revolución siria, otra «primavera árabe», cuando tenía veinticinco años. Aprendió a encriptar los mensajes en la red y a organizar manifestaciones clandestinamente. Cuando lo detuvieron, pasó siete meses en diferentes secciones y luego fue a parar a la prisión de Sednaya. Lo ingresaron dos veces en el hospital militar de Tishrín. Refugiado en Alemania, asiste a cursos de lenguas para proseguir sus estudios.

Wafa, nombre apócrifo. La detuvieron junto con su marido en mayo de 2013 y la liberaron en un intercambio de presos cuatro meses y medio después. Su marido murió como consecuencia de las torturas. Wafa encontró la foto de su cadáver entre las que César pudo sacar del país.

Ahmed pertenece a una familia de Daraya, ciudad en el extrarradio de la capital que estuvo en la vanguardia de la revolución pacífica. Desea preservar su apellido mientras espera la ocasión de denunciar ante la justicia a Bachar al Asad. Su hermano y su tío murieron a causa de las torturas en dependencias de la inteligencia aérea. Sus fotos figuran en el informe César.

Abu Jaled. Comandante de una katiba de las montañas del Qalamún, este hombre frágil y poco hablador organizó la fuga de César en verano de 2013. También fue él quien sacó clandestinamente de Siria el disco duro que contenía las 45.000 fotografías originales.

Hasán Shalabi. Miembro fundador del Movimiento Nacional Sirio, este militante político tuvo que huir de Siria. Siguió la operación César desde el exterior del país y consiguió la difusión internacional del informe.

Imad Edín al Rashid. Antiguo vicedecano de la Facultad de Sharia de Damasco. Propulsor del Movimiento Nacional Sirio, intenta convencer a los Estados para que lleven a Bachar al Asad ante el Tribunal Penal Internacional. En julio de 2014 acompañó a César a Washington, donde el antiguo fotógrafo se dirigió al Congreso.

Imrán, nombre apócrifo. Este joven informático —tiene unos veinte años— es originario de Muadamiyé, en el extrarradio de Damasco. Perseguido por el régimen y refugiado en Turquía, trabajó con Sami en la clasificación de miles de fotografías para conseguir que el informe fuera accesible para todos.

Zacarías, nombre apócrifo. Antiguo pediatra en Damasco, huyó

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