José Antonio

Joan Maria Thomàs

Fragmento

 Sueños de Tierra y Cielo

Índice

José Antonio. Realidad y mito

Introducción

1. José Antonio Primo de Rivera y los suyos

Fascismo y deseo de trascender al padre

Una saga de militares intervencionistas: del tío abuelo ministro al padre dictador

La dictadura de Primo de Rivera

José Antonio y la dictadura de «padre»

2. La emergencia del primogénito: de la defensa del padre muerto a la forja de un segundo Primo de Rivera como Salvador de España

La defensa de la memoria y la obra del padre. La Unión Monárquica Nacional

Dándose a conocer

Haciéndose fascista: el fascismo como plataforma

3. Salvando ya España

José Antonio y el primer año de la Falange: el camino hacia el poder total

El deseo realizado: José Antonio, Jefe Nacional

Un Jefe Nacional fascista... cada vez más fascista

La soledad y el fin del líder: José Antonio en la Guerra Civil

4. El ideario fascista de José Antonio

5. El mito y el culto más importante del franquismo, después del dedicado a Franco

Fuentes y bibliografía

Imágenes

Sobre este libro

Sobre Joan Maria Thomàs

Créditos

Notas

cap

Introducción

El régimen de Franco siempre presentó públicamente a José Antonio Primo de Rivera como el mártir principalísimo de la barbarie roja que padeció el país durante la Guerra Civil. A su vez, las biografías falangistas redactadas en esos años sobre su primer Jefe Nacional fueron en tal grado elogiosas y acríticas que resultan inservibles para el historiador en todo aquello que no sean datos concretos, y aun así una parte de éstos aparecen falseados, o, simplemente, no aparecen. Más que de biografías se trata de hagiografías, es decir, relatos que presentan al personaje como una especie de santo. Estas obras se circunscriben al culto que recibió José Antonio por parte del partido único FET y de las JONS-Movimiento Nacional y por el régimen franquista en general. Desde que en 1938 se anunció oficialmente su fusilamiento —ocurrido dos años antes, el 20 de noviembre de 1936—, nació un culto de enorme entidad, sin parangón con el dedicado a otros mártires de la cruzada, como José Calvo Sotelo o los generales Sanjurjo, Mola y Goded, con la excepción, por supuesto, de la perenne glorificación del Caudillo Franco.

En realidad, dicho culto no era sino una continuación, descomunalmente ampliada, del que ya se había rendido a José Antonio en el seno de la Falange en los años en que había sido su jefe: el característico de los partidos fascistas, organizados en torno de un liderazgo carismático y fuerte, a la manera castrense o paramilitar. Y durante el franquismo se exacerbó de tal manera su mitificación que se llegó al extremo de equiparar a José Antonio, quien al ser fusilado tenía la misma edad que Jesucristo al morir en la cruz, con el hijo de Dios..., por difícil de creer que pueda ser hoy en día. Y las generaciones de jóvenes formados durante el régimen supieron, por medio de la educación escolar, de la vida ejemplar del personaje.

Debido a esta presión ensalzadora no resulta extraño que la mayoría de los libros dedicados a José Antonio durante el régimen franquista, y aun muchos otros posteriores, seducidos y fascinados sus autores por la figura del jefe falangista, ofrezcan una visión distorsionada de éste, por mitificada y acrítica. Con frecuencia aparece presentado en ellos como un notable pensador, autor de un corpus político-filosófico importantísimo e incluso como el creador de una escuela de pensamiento específica. Todo ello, eso sí, inacabado a causa de su pronta muerte.

Lo anterior no deja de ser una exageración notable, a pesar de que José Antonio fue una persona culta y con inquietudes intelectuales —incluyendo en ellas las de tipo literario—, que, algo antes pero sobre todo después de que decidiera dedicarse a la política, elaboró un corpus de artículos y discursos ligados directamente a su labor. Un conjunto que en su inmensa parte publicó la prensa del partido del que era jefe supremo. Por supuesto, José Antonio no carecía, sino todo lo contrario, de capacidad de estudio, reflexión y retórica..., si bien empleaba un lenguaje de mixtura político-literaria o literario-política poco claro y no siempre comprensible que le granjeó críticas y que difería del que se esperaba de un líder fascista.

A partir de sus lecturas, elaboró los rudimentos de una doctrina política propia, muy deudora de las elaboraciones teóricas de otros, pero con una síntesis específica. Y lo hizo en buena medida sobre la marcha, es decir, al mismo tiempo que creaba un partido de corte fascista y conseguía llegar a ser su líder único. Y, mientras ejercía de tal, fue haciéndose fascista y cada vez más fascista. En su producción escrita intervino también el espejo —o, mejor, el «contraespejo»— de su padre, como demuestran sus sonados enfrentamientos con algunos de los más prestigiosos intelectuales de la época y su verborrea incontenible, que además plasmó en escritos de obligada inserción en la prensa —las famosas Notas Oficiosas— durante su etapa de dictador. No resulta difícil encontrar en la continua demostración de erudición y cuidadísima expresión escrita del primogénito, junto a cierta frustración literaria, un deseo de diferenciarse del padre.

José Antonio tenía también inquietudes profesionales —el ejercicio de la abogacía, con la que se ganaba la vida, y el mundo del Derecho en general— además de culturales —la lectura; el teatro, incluso como actor aficionado; y la escritura de novelas, piezas teatrales y poesías—, pero todas ellas se situaban por detrás de su deseo de hacer política. En el primer ámbito produjo un número considerable de «informes», incluso ante el Tribunal Supremo; en el segundo, nunca publicó nada, aunque trabajó en varios bosquejos de novelas. Sin embargo, y paradójicamente, fue capaz de rodearse de un grupo nada desdeñable de literatos profesionales y fecundos, interesados como él por la política[1] y que encontraron en José Antonio no sólo un líder político, sino también una persona a la que muchos llegaron a querer y algunos —no pocos— incluso a adorar.

A José Antonio no le faltaban ni capacidad de seducción ni carisma. Contribuían a ello que fuera hijo de quien era —nada menos que el primogénito y heredero del dictador de la España de 1923-1930— y su propia personalidad, que, como explicaré a lo largo del libro, combinaba seriedad, rigor, timidez, simpatía y violentos brotes de «cólera bíblica», todo ello envuelto en una cuidada apariencia física. Pero lo que acabó marcando tanto su propia existencia como el fin de ésta en un rincón del patio de la cárcel de Alicante fue su deseo de emular y supera

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