Reporteras españolas, testigos de guerra.

Ana Del Paso

Fragmento

cap-1

Prólogo

Este libro salda una deuda personal con todas aquellas personas con las que he compartido buenos y malos momentos durante mis coberturas de conflictos armados, cuando he trabajado como enviada especial. Unas me sacaron de apuros, otras me ayudaron a alcanzar mis objetivos, y algunas, aunque me lo pusieron difícil, reforzaron mi empeño de mostrar, a toda costa, la cara oculta de la guerra, aquella que es más dura de contar, pero que es su historia principal. Las víctimas siempre estarán ahí, aunque cambien los escenarios.

También pretendo poner de relieve la importancia de informar adecuadamente sobre los conflictos armados, así como de la necesidad de enviar a más periodistas a las zonas de peligro y de permitirles permanecer el tiempo que sea preciso en unas condiciones dignas, tanto profesionales como de seguridad.

En otras épocas, el corresponsal de guerra estaba especializado en cubrir únicamente conflictos armados y saltaba de uno a otro, conforme transcurrían los acontecimientos y dependiendo del interés informativo que despertase. Ahora, hablamos más de enviados especiales todoterreno, capaces de cubrir noticias vinculadas a catástrofes naturales, migraciones, elecciones y, cómo no, si el cuerpo te aguanta, conflictos armados. No todo periodista está preparado para ir a una guerra, pero tampoco hay reporteros especializados solo en cubrirlas.

Muchas compañeras se han quedado en el camino intentando ejercer esta profesión. Informar de una guerra es una de las experiencias más duras por las que puede pasar una periodista: significa ser testigo de una violencia y una deshumanización muy difíciles de sobrellevar. De ahí mi voluntad de recoger opiniones sobre el trabajo de los periodistas, técnicos, cámaras y fotógrafos, tanto hombres como mujeres, que conviven a diario con esta realidad.

Quiero recordar a todas las víctimas inocentes de la guerra más allá de su sexo, a mujeres, niños, ancianos, enfermos y heridos, que suponen el 90 por ciento de las bajas civiles que se producen en zonas de conflicto, así como a los refugiados de todo el planeta que se ven obligados a huir para ponerse a salvo.

Todas las periodistas que protagonizan este libro han sido y son fieles testigos, además de hábiles narradoras, de las desgarradoras historias que atraviesan una guerra. Esta obra les rinde tributo, pues no considero justo que sean ignoradas, cuando no discriminadas e infravaloradas, por más tiempo. Su trabajo es igualmente importante y tanto o más arriesgado que el de sus compañeros varones.

Con interés e ilusión, las reporteras me concedieron entrevistas, respondieron a mis cuestionarios y proporcionaron documentación de prensa escrita, radio y televisión, y consulté archivos y hemerotecas para analizar sus trabajos.

Esta obra es el inicio de un proyecto que se verá completado con los testimonios de periodistas de reconocido prestigio de otras partes del mundo, que entrevisté cuando vivía en Washington D.C. Ellas también merecen ser incluidas.

Así pues, esta obra recoge los testimonios de primera mano de periodistas españolas que informan sobre zonas de guerra desde la década de 1980 hasta la actualidad. Sus palabras tienen un valor incalculable, pues han conseguido, con profesionalidad y esfuerzo, formar parte de la élite del periodismo español contemporáneo. Las entrevistas que conforman este libro han supuesto clases magistrales de reporterismo. En ellas queda patente la pasión por el periodismo de todas, una profesión hoy desprestigiada que debe soportar el intrusismo profesional, el mal uso de las redes sociales, la mediocridad y la propaganda.

Sus opiniones versan sobre cómo informar desde zonas en conflicto, el criterio profesional y ético que aplican a su trabajo, las ventajas y desventajas derivadas de su condición de mujeres, los problemas que les surgen estando en medio de una guerra o los objetivos que se marcan en circunstancias tan extremas y que constituyen una valiosa lección de vida. Todas han tenido que superar la discriminación y demostrar una y otra vez su profesionalidad como reporteras de guerra. Relatan cómo han logrado esquivar la censura y los intentos de manipulación inherentes a las zonas en conflicto, las dificultades técnicas y de movilidad que han debido afrontar para transmitir la información, la satisfacción con su trabajo, la competitividad y el compañerismo entre colegas, la relación con la redacción central, las fuentes que manejan o el mensaje que buscan trasladar en sus crónicas. Porque, además del riesgo a ser asesinadas, violadas o secuestradas (igual que sus compañeros varones), han de lidiar, aún hoy, con el paternalismo de muchos editores que recelan cuando ellas quieren informar desde zonas de peligro. Sus experiencias son valiosas para las nuevas generaciones de periodistas que se preparan en las universidades.

Durante décadas, desde que lograron hacerse un hueco en las redacciones, el trabajo de las mujeres periodistas ha sido examinado con lupa, y aún hoy tienen que seguir haciéndose valer.

A ellas va dedicado el presente libro.

cap-2

Introducción

Nunca deben quedar en el olvido las precursoras de las reporteras de hoy: recorrieron el mundo y recogieron sus experiencias en diarios, epistolarios, artículos o libros; eran intrépidas y valientes, y viajaban solas, superando las restricciones que se les imponían por su condición de mujeres. Tuvieron que valerse de todo tipo de artimañas, como seudónimos y disfraces de hombre, para lograr alcanzar su meta; arriesgaron su vida para lograr ver el mundo y contar sus viajes y experiencias.

Podemos encontrar su antecedente más remoto en la española Egeria que, en el siglo IV, abandonó su hogar siguiendo los pasos de Helena, madre del emperador Constantino I, y peregrinó a Tierra Santa, Jerusalén y el Sinaí, y luego viajó a Constantinopla, Egipto y Mesopotamia, y cuya experiencia nos ha llegado a través de las cartas que escribió a sus hermanas, compendiadas en el libro Itinerario de la virgen Egeria.[1]

Muchos siglos después de que Egeria decidiera rendirse a su deseo de verlo todo, las mujeres continuaban obligadas a abrirse su propio camino. Ya fueran monjas, damas viajeras (por su propia voluntad o siguiendo a sus maridos como esposas que eran), peregrinas o herederas, se convirtieron en precursoras, en mujeres que lograron presenciar la historia y contarla en lugar de contentarse con vivirla a través de los relatos de otros. Sus historias llegaban en forma de epistolarios, artículos o libros. Algunas incluso lograron cobrar por ello. Y aunque en un primer momento no consiguieron seducir ni a editores ni a lectores, con el tiempo su forma de ver y entender el mundo que las rodeaba les permitió hacerse un hueco en la prensa y en el universo literario.

Fue durante los siglos XVIII, XIX y XX cuando la mujer adquirió relevancia y protagonismo en una serie de actividades hasta entonces llevadas a cabo exclusivamente por hombres. El viaje proporcionaba, a las pocas mujeres que lograban emprenderlo, la oportunidad de romper moldes, obtener conocimientos y a

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