Confesiones sin vergüenza

Valérie Tasso

Fragmento

cap-1

Nota previa y advertencia de la autora

Por lo general, no deseamos que suceda cuanto somos capaces de imaginar, y esta premisa es aplicable a todos los ámbitos de la existencia humana, en particular a aquellos que conforman nuestra condición de seres sexuados. No obstante, la mayoría de las personas no nos sentimos especialmente culpables ni excesivamente sorprendidas si en algún momento fantaseamos, por ejemplo, con asesinar a alguien; es lógico, pues pensar en asesinar a alguien (y hasta gozar imaginándolo) no es cometer un asesinato. Sin embargo, cuando la fantasía (imaginar, pensar) es de orden sexual creemos de inmediato que pensarlo es desear que ocurra. ¿Por qué? Gracias al valor de mis editores, ahora podré dar respuesta a esta pregunta que me martillea desde hace años.

La originalidad de este libro no radica en ofrecer una recopilación de aquello que las mujeres deseamos en materia erótica, sino, precisamente, en mostrar aquello que proviene de nuestro imaginario erótico y nos excita pero nunca desearíamos que nos sucediera; esto es, las denominadas «fantasías sexuales».

Otros trabajos, algunos con una inequívoca vocación comercial y otros con sincera voluntad epistemológica y de apoyo a la sexología, han recogido los «deseos sexuales» de las mujeres; es decir, aquello que somos capaces de imaginar porque queremos (estamos deseando) que suceda. Pero, posiblemente, desde que Nancy Friday publicara en 1973 Mi jardín secreto, donde, mediante testimonios, se plasmaba la totalidad del imaginario erótico* femenino (y no sólo los deseos de las mujeres), es muy poco lo que se ha avanzado en la recopilación de testimonios que no se circunscriben únicamente al imaginario erótico al completo sino en concreto a lo que denominamos «fantasías sexuales» y, por el contrario, mucho lo que se ha escrito (es lógico, pues la labor es más sencilla y el resultado más comercial) sobre los llamados «deseos sexuales» de las mujeres.

Por tanto, las fantasías sexuales pueden considerarse el lado más oscuro, siniestro y sórdido de nuestro imaginario, y, quizá por ello, el más temido, rechazado y desconocido sin duda. Las causas posibles de esta carencia de preocupación por las fantasías sexuales son múltiples: desde la dificultad de la propia mujer en relatarlas (bien porque le ocasionan un profundo sentimiento de culpa, bien porque al exteriorizarlas pierden su eficacia como estimulante del imaginario íntimo) hasta la convulsión que reconocerlas puede producir en el orden social.

Considero necesario advertir a los lectores que los testimonios recopilados en este libro son duros —en ocasiones muy duros—, aunque también los hay cómicos, por absurdos, y otros extremadamente tiernos... pero, en cualquier caso, tan humanos como todas las sombras y oscuridades que nos conforman en cuanto a humanos sexuados. Unas veces el lector se sentirá sobrecogido, otras asqueado, casi siempre irritado y, en algunas ocasiones, hasta excitado. Nada de extraño habrá en ello. Con todo, porque me siento obligada como sexóloga y estudiosa de lo humano, el primer objetivo de este trabajo es procurar que dejemos de sentirnos culpables por lo que nunca debería culpabilizarnos y dejar de creer que nuestra riqueza imaginativa es una depravación de la conducta.

VALÉRIE TASSO,

junio de 2015

cap-2

PRIMERA PARTE

La fantasía, los fantasmas

y los deseos

cap-3

 

(Para los que quieren pensar un poco. Los demás pueden ir a Hablan las españolas...)

Hace ahora un año entró en mi consulta una joven de aspecto impecable y adusto —la camisa abotonada hasta el cuello— y semblante hierático. Tras las presentaciones, tomó asiento con la espalda rígida y las manos convenientemente apoyadas, una junto a la otra, en la mesa. Inspeccionó el despacho con una mirada rápida, intentando evitar que me diera cuenta. Procuré relajarla con una breve conversación introductoria y, acto seguido, me interesé por el motivo de su visita. Carraspeó ligeramente, como si algo muy oculto pugnara por alcanzar su garganta. Bajó los ojos y me dijo: «Algo sucede en mis fantasías y no sé qué es..., tampoco dónde ocurre».

En el tiempo que llevo participando de las dificultades sexuales de las personas, nunca nadie hasta el momento me había planteado un problema con su imaginario erótico... y posiblemente nunca más nadie vuelva a hacerlo. Las dificultades con las que los sexólogos solemos encontrarnos son siempre de orden funcional, de conducta, de clarificación de conceptos, educacionales, morales o eróticas (de relación con el otro), pero quien acude a consultarnos algo jamás pone en cuestión su universo imaginario.

Sin embargo, el imaginario erótico es el que siempre propone, el fundamento de cualquier acción operativa y el que posibilita o no la actuación.

Algo sucede con y en nuestro imaginario erótico, pero somos incapaces de identificarlo: no sabemos explicar dónde ni tampoco qué.

cap-4

El ser sexuado

Todo ser humano es un ser sexuado, lo cual significa que el sexo lo conforma (mejor dicho, le permite conformarse) como individuo, le da identidad (le procura un centro; un «ser» particular) y le otorga personalidad (le facilita una forma concreta de actuar y de conectarse con el mundo). La aceptación de esta realidad tan simple ya supone una enorme dificultad para multitud de personas; para aquellas a las que les cuesta entender y profundizar en las cosas (que son algunas), para aquellas cuyo código moral puritano les impide ver asociada la palabra «sexo» con lo más profundo de su esencia (también son unas cuantas) y para aquellas otras que confunden «sexo» con «interactuar sexualmente» (éstas son ya legión). Con las primeras (las que al enunciarles lo anterior te responden con un «¿eiiin?») y con las segundas (las que contestan, por ejemplo, con un «de ninguna manera») poco puede hacerse porque están, bien por incapacidad, desinterés o fanatismo, ancladas a una idea de la que son incapaces de liberarse. Son seres humanos que pierden la capacidad de «desplazarse», de «existir» por tanto, pues al mantenerse inamovibles (estabulados como un buey en un establo) no crean un espacio de movilidad ni, por ende, de desarrollo; no se permiten crecer. Con la tercera categoría de individuos, los que confunden el concepto, sí es posible trabajar, dialogar y r

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