Correr el tupido velo

Pilar Donoso

Fragmento

¿Quién escribió a quién?

¿Quién escribió a quién?

Cecilia García-Huidobro Mc.

De tarde en tarde la literatura nos asombra con historias de autores que han escrito un libro extraordinario, solo uno para luego, por las más diversas razones, refugiarse en el silencio. Pienso en Matar un ruiseñor de Harper Lee, La conjura de los necios de John Kennedy Toole o El gatopardo de Lampedusa. Obras reconocidas como maestras que son lecturas ineludibles para sucesivas generaciones, mientras estudiosos se cabecean preguntándose cómo se escribe un libro con tal potencia y madurez a la primera. Así, de una vez y para siempre. Eso es, ni más ni menos, lo que hizo Pilar Donoso. No sé si exista otro caso así en la literatura chilena. Correr el tupido velo es uno de los poquísimos títulos que podría estar en esa galería de escritores que desafían todas las leyes de la escritura.

Desde la aparición de Correr el tupido velo en 2009 la crítica reconoció su valor. Se habló de «un libro notable en su dolor y en su honestidad». Se destacó que «posee un valor literario insospechado»; se dijo que era una historia descarnada, franca, y «por contradictorio que esto parezca, un libro de amor: amor salpicado por el odio...». Comentarios que no hicieron otra cosa que anticipar la sólida y contundente recepción que luego tendría fuera de Chile. Esta biografía no es como ninguna otra, anota la española Rosa Montero: «He leído muchas, porque es un género que me encanta, pero me resulta difícil recordar otro texto tan desnudo como este.»

Me gusta el término desnudo. Quizás esa sea el y lo sustantivo de este relato. Estamos habituados a que una narración, sobre todo si aspira a retratar una vida y una época, vaya vistiéndose a través de la suma de datos, miradas, perspectivas. Pilar Donoso sigue el camino contrario: extrae las capas exteriores y despeja maquillajes en busca de esa esquiva esencia que apenas es posible vislumbrar —o adivinar sería más apropiado decir— entre fisuras y sombras que han sido despojadas de sus más asfixiantes velos.

Más sorprendente aún es que Pilar Donoso consigue esta hazaña con un relato que está estructurado de forma originalísima haciendo difícil su clasificación: no es una novela aunque sea lea como tal, no es una biografía aunque aborda la historia de sus padres, no es autobiografía aunque se muestra hasta quedar en carne viva. Es eso y más. Porque tal vez lo que haya conseguido su autora sin buscarlo sea algo parecido a armonizar los contrarios. Poner el foco en la contradicción como el principal motor de vida.

Correr el tupido velo es una obra coral en la que la mirada de Pilar converge con las voces de sus padres a través de sus diarios y cartas. Como en la Comala de Juan Rulfo —un autor gravitante en la obra de José Donoso aunque no se haya destacado lo suficiente—, aquí los muertos hablan para dejar en evidencia sus relaciones más desgarradoras en clave road movie además, puesto que seguimos a esta peculiar familia en movimiento de un lugar a otro. Más de diez domicilios en menos de veinte años a lo que hay que sumar un desplazamiento existencial que los hace explorar y explorarse entre ellos a ratos de forma obsesiva. Y aunque hay tres voces protagónicas que nunca desentonan, este texto es antes que nada una historia personalísima, la de Pilar Donoso, historia que solo ella pudo haber escrito con esta lucidez, buena pluma y una dosis profunda de humanidad.

La extraordinaria acogida que Correr el tupido velo tuvo desde el primer día en Chile, y luego en España y algunos países de Latinoamérica, no significó que las cosas se volvieran fáciles para la autora. Se solía hablar de su obra como polémica, cuando se la presentaba no era suficiente decir que era su hija —se subrayaba que era adoptada— y, como si esto fuera poco, se le preguntó una y otra vez qué sentía al leer los diarios de su padre, especialmente los pasajes más duros que reprodujo en el libro.

Porque entre tantas adversidades, Pilar tuvo que lidiar con esa suspicacia chilena de -cómo-puede-haber-escrito-ella-un-libro aplaudido por la crítica o un oblicuo cómo-es posible-que-publique-cuestiones-personales... Trasgredió un código social que opera de forma tácita pero eficiente en este país: hay cosas de las que sencillamente no se habla. Nada de trapitos al sol ni menos ocuparse de temas como el alcoholismo, la adopción o la homosexualidad. En una sociedad proclive al eufemismo y al cinismo, con una manía de ser perpetuamente el guardián del otro al decir de Benjamín Subercaseaux, descorrer velos como lo hizo Pilarcita —nótese el diminutivo descalificador—, tiene un alto costo. Pilar Donoso no solo lo experimentó sino que tuvo que pagarlo. Se sintió sola, desprotegida. Tuvo que soportar desconfianzas, burlas, suspicacias, cuestión que se encargó de explicitar en la dedicatoria: «Escribir este libro tuvo grandes consecuencias para mí, pérdidas irreparables y, seguramente, habrá más. Es por ello que, como continuidad de mi historia, se lo dedico a mis hijos: Natalia, Clara y Felipe.»

Pilar se casó en 1986 a los diecinueve años. Por diversos motivos, ese debió ser un año singular para José Donoso. Para empezar porque la perturbadora experiencia de regresar a Chile en plena dictadura, cinco años antes, había cuajado por fin en una novela cuyo título ya anticipa su perplejidad, La desesperanza, que publicó en medio del gris y doblemente oscuro invierno santiaguino. También ese año, unos meses después, Pinochet salió ileso de un atentado. Un plan perfecto que rebotó contra el azar y ciertos errores dejando al dictador sano y salvo y con un halo de intocabilidad. La impresión de que el general estaría para siempre en el poder dotó de mayor reverberación a su reciente novela y muy especialmente a su título. Pero ese 1986, tan cargado, en realidad para él será significativo sobre todo por el matrimonio de Pilar, su Pilarcita, que se casa con su primo hermano. Como escribe Pilar en este libro, Pepe había regresado en buena medida para «crear una conexión entre su historia familiar y yo, su hija española». Y resultó que ahora la tribu resolvía esa inquietud de modo literal, como si todo hubiera vuelto atrás, recurriendo a los usos o hábitos de sus ancestros talquinos. Para ella, que era hija única y que carecía de tíos y primos maternos porque su madre también era hija única, su casamiento transformó a sus parientes también en su familia política. La jaula afectiva parece haber quedado cerrada por dentro.

Quizás por ello y tal como Pilar anticipó, hubo más consecuencias tras la publicación de Correr el tupido velo. Pero era valiente y de una autenticidad impresionante y no quiso desatender la necesidad de iniciar ese arduo viaje tras las señas de su identidad: «En cada página, sin darme cuenta, me encontré también conmigo; tuve que reestructurarme una y mil veces frente a lo allí escrito, ante el desconcierto, el dolor, el amor, el miedo

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