Joven y Alocada

Camila Gutierrez

Fragmento

CAPÍTULO I EL DESCONTENTO

Se abre la caja de Pandora

Pocos caminaban a esa hora de la tarde por la avenida Matucana en Santiago. El frío intenso hacía que los transeúntes se apresuraran a tomar el metro o alguna micro rumbo a sus destinos. El panorama era aún más solitario en el parque de la Quinta Normal, otrora sede de la vanguardia, donde a principios del siglo XX se realizaban exposiciones científicas y se paseaba la elite chilena. Pero ahora estaba venido a menos. El pasto húmedo y amarillo por las heladas y los árboles desnudos no invitaban precisamente a visitarlo aquel lunes 30 de mayo de 2011.

No obstante, desafiando las inclemencias del tiempo, unos jóvenes comenzaban a agruparse en la esquina de Matucana con Portales. Vestían uniforme escolar y ninguno superaba los dieciocho años. Y pese a que la cita estaba organizada con algunos días de antelación y que se había pronosticado una mínima de tan solo un grado, no llevaban suficiente abrigo. El punto de encuentro inicial era la Biblioteca de Santiago, el remodelado edificio de Matucana que se inauguró bajo la administración del presidente Lagos. Pero los asistentes habían olvidado que los lunes el recinto permanece cerrado, por lo que tuvieron que improvisar un nuevo punto de encuentro. De manera que no llevaban ni una frazada para colocar sobre el pasto, ni una taza de té o algo para comer, aunque la mayoría había empezado su jornada antes de las ocho. Solo mochilas iban amontonándose sobre la yerba fría, a medida que más convocados llegaban a la cita.

A las seis de la tarde ya se habían reunido todos. Se trataba de unos cuarenta escolares de distintas procedencias, como del Internado Nacional Barros Arana, ubicado a pocas cuadras; el Carmela Carvajal, el Lastarria y el Liceo 7, en Providencia; el Instituto Nacional y el Barros Borgoño, en Santiago.

Uno de los convocados era Claudio Calabrán, de quince años, conocido como Bobby por sus compañeros del segundo año medio del Instituto Nacional. De estatura y contextura medianas, pelo castaño largo y un look algo desordenado, había salido de clases a la una de la tarde y después se había quedado realizando diversas actividades, como de costumbre. Pasadas las cuatro tomó su mochila y con su compañero Gabriel Rojas, también estudiante de segundo medio, abordó la micro 406.

Freddy Fuentes, de cuarto medio del Liceo de Aplicación, tampoco alcanzó a ir a su casa antes del encuentro. Pese a que su jornada escolar terminaba a la una, su nuevo rol como presidente del centro de alumnos lo obligaba a pasarse la tarde completa organizando muchas actividades en el liceo. Llegó a la Quinta Normal junto con su compañero Matías Cárdenas, ambos a pie desde el edificio del «Aplica», como se conoce al liceo ubicado en calle Huérfanos con Cienfuegos, en pleno centro de la capital. En esa dirección funcionaba de forma «provisoria» desde que en 2008 seis estudiantes resultaran lesionados al derrumbarse el túnel que unía los dos edificios originales de la calle Cumming.

Freddy, oriundo de la comuna de Pedro Aguirre Cerda pero residente en Pudahuel, y el hermano menor de una familia de tres comandada por el padre —un chofer del Transantiago—, ejercía de vocero natural en la Quinta Normal. Este rol no lo adquirió solo por su cargo en el Liceo de Aplicación, sino que también por su manejo adecuado de las palabras y sus inflexiones, y por los conocimientos en diversos temas que acumulaba gracias a su interés por la lectura desde que era un niño.

Todos los asistentes pertenecían a la Federación Metropolitana de Estudiantes Secundarios (Femes), creada a inicios de 2011. Llevaban reuniéndose una vez por semana desde inicio de año, como recuerda Charles Guillaume, estudiante de dieciséis años de tercero medio y representante de las bases del Manuel Barros Borgoño, otro liceo emblemático de la capital. Como varios establecimientos, tuvo que abandonar su clásico edificio de la calle San Diego tras el terremoto del 27 de febrero de 2010 para instalarse en las dependencias de una antigua escuela básica.

Las reuniones se hacían frecuentemente en lugares públicos, como la Biblioteca de Santiago o la propia Quinta Normal. Era muy difícil conseguir colegios, porque estaban en clases. En ellas, los jóvenes discutían las nuevas políticas del debutante ministro de Educación, Joaquín Lavín; el estado de la educación pública; las demasiadas deudas pendientes desde el «pingüinazo» de 2006; y cómo se organizarían para enfrentar la agenda pública. Pero esta vez el tema a debatir era más importante. Se vivía un momento de especial efervescencia: ese mismo día, el gobierno recibía la aprobación más baja hasta entonces (36 por ciento en la encuesta Adimark, que después caería a 27 por ciento); y además diez días antes el país había presenciado una multitudinaria marcha contra el proyecto de la central hidroeléctrica HidroAysén. En esa ocasión, cuarenta mil personas habían desfilado por la Alameda. Y aun, después del tradicional discurso del presidente en el Congreso, los estudiantes y manifestantes por HidroAysén volvían a marchar en Valparaíso. La jornada terminó con incidentes con Carabineros, setenta detenidos, lacrimógenas y mobiliario urbano destruido, que el municipio cifró en treinta millones de pesos.

También los universitarios habían comenzado a movilizarse y se sumaban a las más de setenta y cinco manifestaciones que se realizarían durante 2011. La primera se efectuó el 28 de abril, cuando la Confech (Confederación de Estudiantes de Chile) llamó a una convocatoria que reunió a ocho mil alumnos de universidades estatales y privadas, así como a representantes del Colegio de Profesores y la ANEF (Agrupación Nacional de Empleados Fiscales). Pero la que tuvo mayor impacto mediático fue la del 1 de junio, ya que a los quince mil manifestantes que desfilaron por la principal avenida capitalina y a los otros miles en regiones se unieron, por primera vez en años, cuatro rectores: Víctor Pérez, de la Universidad de Chile; Juan Manuel Zolezzi, de la Usach; Patricio Sanhueza, de la Universidad de Playa Ancha; y Aldo Valle, de la Universidad de Valparaíso.

Los secundarios, reunidos en la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ACES), también habían hecho lo propio, pero su movimiento no era representativo de todos los escolares.

Ese fue el escenario que los convocados a la Quinta Normal analizaron ese frío día de otoño. Los mismos que esperaban respuestas desde hacía cinco años.

«Se debatía la paupérrima actuación de los estudiantes secundarios en la marcha del 21 de mayo. Un vocero de la Femes decía que no era posible que estuviéramos discutiendo estatutos en vez de cómo insertarnos en lo que estaba pasando. Hasta entonces, solo estábamos enfocados en lo interno. Teníamos que visibilizar el movimiento», relata Bobby.

Bobby era el secretario de relaciones públicas del Centro de Alumnos del Instituto Nacional (CAIN) y había ido a la asamb

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