Mujer y poder en el siglo XIX

Francie Chassen-López

Fragmento

Mujer y poder en el siglo XIX

INTRODUCCIÓN

Dicen en Tehuantepec que a veces muy noche se ve prendida una luz del primer piso del chalet, y se deja entrever a Juana Cata parada en la ventana contemplando su amada ciudad. Uno puede o no creer en fantasmas, pero lo que sí es cierto es que la presencia de Juana Catarina Romero sobrevive por todas partes en la ciudad de Tehuantepec. La avenida central que corre entre el mercado y el zócalo se llama Juana C. Romero, hay una escuela Juana C. Romero, su estatua está en el zócalo, su chalet está de pie en la avenida Ferrocarril, aunque en un estado de lamentable deterioro, y su mausoleo se levanta regio en el Panteón del Refugio. Sin embargo, en el resto de México, si acaso se reconoce su nombre es casi siempre como la supuesta amante “zapoteca” del joven Porfirio Díaz.1

En cambio, Juana C. Romero fue una mujer excepcional: de nacimiento humilde llegó a ser reconocida como la cacica de Tehuantepec. Surgió de la pobreza para llegar a ser una empresaria riquísima del sureste de México, acumuló enorme poder económico, social, cultural y político en una época cuando la mujer no podía votar ni ocupar un cargo político. Tuvo una vida fuera de serie que entretejió con tres periodos cruciales en la historia de México: la Reforma Liberal, el porfirismo y la Revolución, durante los cuales el país vivió la construcción del Estado nación, el desarrollo de una economía capitalista y la formación de la identidad nacional. Tuvo una vida azarosa de novela, una vida que habría que dar a conocer.

Así lo pensé cuando me topé con ella mientras hacía la investigación para mi tesis doctoral, que analizó el desarrollo económico, político y social del estado de Oaxaca entre 1902 y 1911, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Mientras leía los libros sobre la historia de Oaxaca, tanto actuales como de la época, me di cuenta de que no hablaban de las mujeres. Eran casi invisibles, tal vez asomaban en una anécdota o una nota a pie de página. Sin embargo, en mis investigaciones en los archivos y periódicos había bastante información sobre mujeres y me esforcé por incluirlas a ellas y a Juana C. Romero en esa tesis y en el libro que publiqué muchos años después, Oaxaca entre el liberalismo y la Revolución.2 Pero no era suficiente, hacía falta escribir la historia extraordinaria de esta tehuana.

Nacida en 1837 en Tehuantepec, Oaxaca, esta joven y vivaz vendedora ambulante de cigarrillos sirvió como espía para el ejército liberal en la Guerra de Reforma (1858-1860). En ese momento el comandante militar en su pueblo era un joven militar de veintiocho años, el capitán Porfirio Díaz. Como la mayoría de la población de Tehuantepec era muy católica, favorecía más a los conservadores, aunque también había un pequeño núcleo de liberales. Así, la información que Juana C. Romero le proporcionaba fue de mucho valor para Díaz. Para ella, arriesgarse como espía cambió el derrotero de su vida. A raíz de colaborar juntos por dos años, nació una amistad que perduró por todas sus vidas. Así es que el nombre de Juana Cata, como se le conoce popularmente,3 ha estado enlazado con el de Porfirio Díaz desde entonces. A raíz de esta relación han surgido muchos mitos, rumores y anécdotas, algunos sensacionalistas, que se repiten sin cansancio, generación tras generación. El más coreado es que fueron amantes (algo que no se ha podido comprobar), pero también que Díaz le dio su fortuna, que hizo pasar el ferrocarril frente a su casa, que le construyó su gran chalet francés, que recordó su nombre en su lecho de muerte, y que le dio su poder político. Otro mito refiere a su amorío (comprobado) con el corrupto prefecto imperialista Remigio Toledo durante la Intervención francesa: que él le heredó su fortuna al decirle dónde había enterrado su tesoro. Lo que sí es cierto es que Juana Cata nunca se casó, así que fue libre, independiente y empresaria en una época en la que eso no era bien visto en una mujer.

¿Cómo entonces excavar los hechos verdaderos de la vida de una mujer cuya vida ha sido ofuscada por tantos mitos? Por un lado, como la hija más famosa de Tehuantepec, la gente la quiere presentar como una benefactora respetable, hasta intachable, sin manchas. Pero por otro lado les encanta repetir los mitos, mitos que tienden a trivializar y esconder sus verdaderos logros, así como los aspectos problemáticos de su historia. Quienes la repudian, la critican con todo el repertorio de estereotipos históricamente aplicados a las mujeres, como una lujuriosa hechicera, o después como una matriarca déspota. Como explicó Stacy Schiff con respecto a la vida de una mujer mucho más famosa y poderosa: “Restaurar la verdadera historia de Cleopatra es al mismo tiempo salvar los pocos datos existentes y despegar los mitos encostrados y la vieja propaganda”.4 Efectivamente, la vida de Juana Catarina Romero, y sobre todo los mitos, han inspirado tres novelas, varios artículos periodísticos, un librito, una pequeña obra teatral, y Salma Hayek la representó como una bella zapoteca que sedujo a Porfirio Díaz en la telenovela biográfica del dictador El vuelo del águila (1994-1995).5

Pero encontrar los hechos de su vida ha sido obstaculizado no sólo por los mitos sino también por la escasez de fuentes, sobre todo la falta de su propia voz, un elemento considerado fundamental hoy en día por los biógrafos. Sólo hay unas pocas cartas suyas dirigidas a Porfirio Díaz por razones de negocios o de política que se han encontrado en la Colección Porfirio Díaz en la Universidad Iberoamericana. No hay un archivo personal centralizado de Juana C. Romero. Miembros de la familia informaron a César Rojas Pétriz que todos los documentos personales estaban en un cuarto al fondo de su casa y fueron destruidos en la inundación de 1944. Según su sobrina bisnieta, Juana Moreno Romero, fueron quemadas sus cartas personales. Algunos de sus descendientes tienen unos pocos documentos y fotos dispersos, que me permitieron ver.6 Entonces, para solventar el problema de fuentes, anduve tras sus huellas hurgando en archivos públicos y personales, en bibliotecas y en hemerotecas, leyendo libros, periódicos y revistas viejas, y memorias personales y de viaje. Analicé su cultura material, sus pertenencias y sus fotos, y fotos de la época, y realicé muchas entrevistas para descubrir los datos de la vida real de Juana C. Romero. También seguí sus pasos y caminos por las calles de Tehuantepec una y otra vez.7

“Un biógrafo —escribió Leon Edel— es como un afilador de lentes. Su objetivo es hacernos ver.” Entonces, necesita tener cuatro ojos, no sólo los suyos, sino también los de su personaje; tratar de ver a través de los ojos de su personaje para comprender cómo concibió su vida ella misma y su momento histórico. Pero esto resulta un problema cuando faltan no sólo su voz sino también muchos datos personales. Al investigar la biografía de cinco mujeres jaliscienses que participaban en la vida pública, María Teresa Fernández Aceves lamentó que fuera “casi imposible reconstruir la infancia, la intimidad,

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