Pasiones, fracturas y rebeliones

Ángel Gilberto Adame

Fragmento

Pasiones, fracturas y rebeliones: Octavio Paz, Pablo Neruda y José Bergamín

PRÓLOGO

Era del año la estación florida… de batallas intelectuales

Participantes del II Congreso de Escritores por la Defensa de la Cultura —con claras intenciones antifascistas—, celebrado en España, coincidieron por primera vez: Pablo Neruda —uno de los organizadores—, José Bergamín y Octavio Paz, tres temperamentos apasionados que tatuaron en su tiempo y en generaciones posteriores sus afectos literarios y juicios políticos a partir de la tercera década del siglo XX y hasta los años setentas. Neruda, reconocido en Europa como gran figura de la poesía en lengua castellana; Bergamín, líder de las letras españolas, siempre combativo, mordaz y filoso, y un joven Paz, con el legado de su abuelo periodista y su padre zapatista, llegó a España con Elena Garro a recibir las impresiones delirantes/hilarantes de febriles comunistas y de defensores de la República española, tuvo su primer y fundamental contacto con intelectuales tentados por los manes del marxismo.

Resulta curioso que las reflexiones de André Gide sobre el dolor/horror que encontró en la Unión Soviética, aparecidas por aquellos años, fueran condenadas por los tres escritores derivando en un separatismo intelectual con el consabido arrepentimiento de Paz, por su silencio entonces y su incapacidad de ver lo que realmente pasaba en el “paraíso ruso”, años más tarde detallado con todo su tormento por el novelista Solzhenitsyn.

España, hundida en la incertidumbre política, pero con el entusiasmo de humanistas/materialistas de todo el mundo dispuestos a solidarizarse con sus demandas políticas, fue donde se saludaron los poetas, donde fueron cómplices y parte de un frente que exaltaba la Revolución de Octubre y aún sentían el horror de la Segunda guerra mundial. Los poetas acompañaron a otros pensadores en su aventura revolucionaria y su digna pelea contra escritores y políticos reaccionarios.

Con acierto luminoso y revelador, Ángel Gilberto Adame explica el contexto histórico donde se dieron estas querellas ideológicas, la batalla por los liderazgos poéticos/políticos impuestos por Neruda, trasladados de España a México, los intentos de José Bergamín por crear en el nuevo territorio una fortaleza del pensamiento español, ante la negativa de adherirse a sus empeños por parte de Larrea, Ímaz, León Felipe… y bajo la mirada fresca, escrutadora del joven Octavio Paz. Adame se ocupa también de una cuestión fundamental para entender y gozar de este libro: destaca el papel de la prensa mexicana, atenta a las pugnas literarias y políticas de los protagonistas, señala las tendencias ideológicas de los periódicos: El Universal, Excélsior, La Prensa, Hombre Libre, Novedades o la revista Lecturas eran considerados medios de derecha; la izquierda estaba representada por El Nacional, El Popular, La Voz de México y Futuro, incluso con fervores proestalinistas.

El autor despliega una serie de encuentros/rompimientos donde los protagonistas: José Bergamín, de quien dijo Paz: “No se complace nunca en la forma quieta; animado por un humanísimo amor a la palabra, se goza más en soplar sobre ella, en hacerla volar…”, Pablo Neruda y Octavio Paz, anteponen a su tiempo histórico criterios políticos, proyectos editoriales y su pasión literaria, así como el recelo o la alabanza que sus desacuerdos produjeron en intelectuales mexicanos, españoles, uruguayos, argentinos, cubanos…

Causará extrañeza al lector encontrar en estas páginas a un lamentable José Revueltas, regañado por el mistagogo Neruda —su “hermano mayor”—, a Salvador Novo, Rodolfo Usigli y Xavier Villaurrutia, cofradía de pillos en un foro teatral dispuestos a lanzar su veneno de papel a Bergamín, de los pocos exiliados que leyó a escritores mexicanos —incluso defendió la dramaturgia del autor de El gesticulador—, y conocer los rumores sobre la actitud donjuanesca de Juan José Domenchina.

Valioso, sin duda, el rescate de vida y destino de la madrileña Margarita Nelken, quien llegó a México en el mismo barco que trajo a Bergamín: radical, apasionada en su tribuna política, encendida por la revolución estalinista, formó parte de la “Operación Gnomo” cuya tarea era lograr la fuga de prisión de Ramón Mercader, asesino de Trotsky. Sin soslayar personajes temerarios como Ricardo Paseyro, quien después de trabajar con Neruda se convirtió en su crítico feroz, incluso publicó, para acabar pronto… contra Neruda: El mito Neruda, y sin agotar su enojo arremetió también contra Paz, con quien lo une aquel suceso tal vez gracioso, quizá extraño, contado por Julio Ramón Ribeyro y aclarado por Malva Flores en Estrella de dos puntas: Octavio Paz y Carlos Fuentes, crónica de una amistad (Ariel, 2020), donde los protagonistas son el poeta mexicano, el ensayista y poeta uruguayo, André Pieyre de Mandiargues y una hermosa mujer llamada Bona.*

Relevante sin duda, también, la indagación sobre el enigmático José Ferrel: traductor de Rimbaud y Lautreamont, secretario de Trotsky, bohemio y personaje de la noche más oscura del alma que se suicidó en 1950.

El libro avanza por la militancia de Neruda y los yerros de su poesía social, da luz al encuentro tergiversado por muchos entre Neruda ebrio de celebridad y brindis con su séquito y unos “alemanes nazis”. También refiere aspectos de la vida de Bergamín, católico y comunista hasta el tuétano, paradoja que define su radicalismo y sus contradicciones; el asombro de un Paz prudente después de múltiples provocaciones, un poeta que, como bien atina Ángel Gilberto Adame en rescatar, cuando se queja con Pere Gimferrer sobre su sentimiento de vacío, aislamiento le confiesa desolado: “Cada regreso [a México, de sus múltiples viajes al extranjero] es un volver a empezar; cada salida una fuga”.

No escasean las definiciones lapidarias: Álvaro Gálvez y Fuentes ve en Octavio Paz a un hombre con “obscuros resentimientos” y “complejos de inferioridad”, con el propósito de “fulminar, naturalmente por la espalda, la inmensa figura de Pablo Neruda…”, triste lo del afamado bachiller Gálvez y Fuentes que, al defender al poeta chileno, se reduce hasta lo inadmisible en el elogio ridículo y penoso. Los rudos juicios sobre Neruda, velados y directos, que lo definen como un arrogante, prejuicioso con los homosexuales, ¡poeta totalitarista!, que “guste de chapotear en tequila y [de] compañías nauseabundas”, según Salvador Novo o “dedicado a charlar y beber rodeado de su corte de tercerones”, como afirmó Juan Larrea. Bergamín constructor/destructor de filias y fobias, enemistado con el poeta chileno lo confronta en una carta que señala el rompimiento absoluto entre ambos escritores: “Pablo Neruda: en tus cartas has vomitado al fin, como un borracho heroico, toda la porquería que llevabas dentro. Eso te aliviará. Te felicito”.

Por Adame llegan a nosotros más detalles poco conocidos de los exiliados españoles en México, a

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