Cautiva en Arabia

Cristina Morató

Fragmento

Un encuentro inesperado

Un encuentro inesperado

Tras sus aventuras en Arabia, perdí —y nunca recuperé— mi propia identidad. Desde ese momento fui para todos el hijo de Marga d’Andurain; ya no supe, ni sabría jamás, definirme de otra manera.

JACQUES D’ANDURAIN,
Drôle de mère (Una madre singular)

Cuando aquella mañana de diciembre de 2006, sonó el teléfono en mi casa y al descolgar escuché por primera vez la voz de Jacques d’Andurain, no imaginaba el fabuloso viaje que junto a él estaba a punto de emprender. Un viaje al pasado, para tratar de reconstruir la vida de una mujer aventurera como pocas —su madre, Marga d’Andurain— a la que siempre persiguió el escándalo y cuyas temerarias aventuras en Oriente Próximo ocuparon durante décadas las portadas de los periódicos franceses. Aquella inesperada llamada dio paso a un primer y emotivo encuentro con Jacques que tuvo lugar unas semanas más tarde en una residencia de ancianos a las afueras de París. Así empezó todo, aunque en realidad la vida de la enigmática condesa Marga d’Andurain había despertado mi curiosidad un año atrás cuando viajé a Siria y oí por primera vez su nombre.

Fue en Palmira, durante una visita al hotel Zenobia, situado a un paso de la imponente ciudad en ruinas, en pleno desierto sirio. Tras recorrer sus lúgubres instalaciones comprobé decepcionada que el legendario hotel, donde antaño se habían alojado ilustres huéspedes —entre ellos Agatha Christie y el rey Alfonso XIII de España—, se encontraba bastante abandonado y sus habitaciones emanaban el mismo y desagradable olor a «agua estancada» que tanto irritó a la famosa reina del suspense. En la recepción me dieron una fotocopia con la historia de su antigua propietaria, una tal «condesa Margot que hacia 1916, durante la Revuelta Árabe, había sido secretaria personal y espía al servicio de Lawrence de Arabia». En aquel momento creí que la misteriosa condesa francesa era sólo una leyenda aunque mi guía sirio Jamal me aseguró que la dama, propietaria del hotel desde 1927 hasta 1936, había dado mucho que hablar en Palmira porque se creía una moderna reina Zenobia, cabalgaba desnuda por el desierto, frecuentaba a los beduinos en sus tiendas, y se enfrentó a las autoridades militares francesas que la consideraban una peligrosa espía.

A mi regreso a España me olvidé por completo de Marga d’Andurain hasta que un día su nombre se cruzó de nuevo en mi camino. Investigando la vida de la escritora y fotógrafa suiza Annemarie Schwarzenbach descubrí que ésta había conocido a la condesa d’Andurain cuando pasó unos días en el hotel Zenobia. Annemarie, impresionada por la arrebatadora personalidad de la dama francesa, la utilizó como personaje de ficción en uno de sus relatos cortos ambientados en Oriente Próximo. Mi curiosidad me llevó a rescatar de un cajón la desgastada fotocopia, y a intentar averiguar qué había de verdad en su novelesca biografía. En los meses siguientes, viajé a los escenarios del País Vasco francés donde transcurrió su solitaria infancia y parte de su juventud, y entendí por qué Marga quiso romper con su anodina existencia y huir a un país cálido y exótico como Egipto. En Bayona (Francia), sigue en pie la casa de la rue Victor Hugo donde nació y dio sus primeros pasos, y en el pueblo de Hastingues (Las Landas) la solariega y asfixiante mansión de piedra, rodeada de un alto muro, donde Marga pasó sus veranos y se refugió con su familia durante la Primera Guerra Mundial. Supe entonces que había tenido dos hijos y que el menor, Jacques d’Andurain, aún vivía y era un héroe de la Resistencia francesa.

Jacques, a sus noventa y dos años, es el único testigo vivo de la extraordinaria y desconocida vida de Marga d’Andurain. Fue su hijo más querido, y a la vez su cómplice y confidente. Desde el primer momento, se mostró dispuesto a colaborar conmigo respondiendo pacientemente a todas mis preguntas, permitiéndome leer su diario personal, y autorizándome a publicar fotografías inéditas de su madre, un valioso testimonio del recorrido vital de Marga desde su infancia en Bayona hasta su trágica muerte ocurrida en Tánger en 1948. También me regaló un ejemplar de Le Mari-Passeport, el libro de memorias que Marga publicó en 1947 y donde narra, con un estilo directo y muy ameno, sus increíbles aventuras en la península Arábiga donde reinaba el poderoso Ibn Saud. Jacques deseaba que se conociera la verdad sobre su madre, a quien la prensa francesa de los años cuarenta calificó, entre otros títulos, como «La Mata Hari del desierto», «La condesa de los veinte crímenes» o «La amante de Lawrence de Arabia».

¿Quién era en realidad Marga d’Andurain? ¿Una peligrosa espía, una asesina o tan sólo una audaz aventurera que deseaba ser conocida en toda Francia? Mientras me sumergía en su apasionante historia he intentado comprender qué había detrás del personaje de Marga —la condesa seductora y espía sin escrúpulos capaz de matar a sangre fría que la prensa vio en ella—, y acompañarla en sus emocionantes viajes por Oriente Próximo que la llevaron a recorrer Egipto, Irán, Siria, Líbano, Palestina y la costa del mar Rojo en la remota Arabia. Emprendedora, rebelde y feminista, Marga intentó visitar la ciudad santa de La Meca por la misma razón por la que la gran viajera y orientalista Alexandra David-Néel quiso entrar en Lhasa, capital del Tíbet: porque eran lugares prohibidos a los occidentales y ninguna europea antes lo había conseguido.

Marga debería figurar en la lista de las grandes aventureras de la historia junto a nombres como el de Catalina de Erauso, «la monja alférez»; lady Hester Stanhope; Ida Pfeiffer o Isabelle Eberhardt. No era escritora, ni científica ni una exploradora al uso, pero llevada por la curiosidad y el afán de aventura emprendió un viaje lleno de peligros por regiones desconocidas. Si la historia la ha olvidado no ha sido por su falta de audacia y tenacidad, sino porque su vida se vio salpicada de escándalos —y graves acusaciones— que la condenaron al panteón donde descansan las mujeres malditas, aquellas que la sociedad no sabe cómo etiquetar.

1 Espiritu rebelde

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Espíritu rebelde

Mi familia llevaba una vida retirada y tranquila que yo comenzaba a aborrecer. Me daba náuseas el ritual de las reglas de buena educación, las recepciones, el intercambio de visitas, las cortesías hipócritas, y las amabilidades tras crueles murmuraciones, todo, en fin, cuanto hay en el fondo de una existencia

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