La farmacéutica

Carles Porta

Fragmento

cap-1

1

En aquella época, Olot no era famoso. Y nadie hubiese imaginado que esa noche de 1992 iba a cambiarlo todo, y de qué manera.

Sucedió un viernes de finales de otoño. Ya no se hablaba de los Juegos Olímpicos de Barcelona, que habían deslumbrado al mundo. En Olot había una decena de farmacias. La situada en el número 10 de la carretera de Santa Pau era propiedad de dos hermanas: Carme y Maria Àngels Feliu Bassols.

Maria Àngels era la menor de cinco hermanos, contaba treinta y cuatro años, estaba casada con Paco Pérez y tenía tres hijos: Fran, de cinco años; Maria Àngels, de tres y medio, y David, de dos. Vivían en el número 2 de la calle Pere Lloses, en un bloque de pisos conocido como el edificio Serblay o el edificio del RACC, porque en los bajos estaban las oficinas del Reial Automòbil Club de Catalunya. Muchos días, cuando los tres hijos salían de la escuela, antes de volver a casa pasaban un rato en la farmacia haciendo deberes o dibujando.

Es un viernes, 20 de noviembre de 1992. El hijo menor de Maria Àngels hoy no se encuentra muy bien y pasa la tarde en la farmacia con su madre. Al caer la noche, ella misma lo lleva a casa porque sus otros dos hijos ya han terminado las actividades extraescolares y Paco, su marido, ha salido de la imprenta y podrá encargarse de ellos. Así que Maria Àngels deja al pequeño y vuelve a la farmacia para finalizar el turno. Faltan apenas unos minutos para las nueve. Ella termina de preparar una fórmula para una clienta y su hermana Carme hace el cierre de caja cuando entra un amigo.

–No trabajéis tanto que no vais a saber qué hacer con tanto dinero –les dice el amigo mientras aún suena la campanilla de la puerta–. Venga, vamos a tomar algo.

–Sí, vamos, yo ya he acabado –dice Carme–. Maria Àngels, ¿cómo lo llevas?

–Yo también estoy lista, pero no puedo. Me esperan Paco y los niños, que tenemos que…

Carme la interrumpe:

–Nena, no te irá mal dedicarte un rato para ti.

–Claro, Maria Àngels. Venga, solo una copa… –insiste el amigo.

Van a la cafetería La Garrotxa, de la plaza Clarà, a cinco minutos de la farmacia, justo delante de donde vive Carme, que es la hermana mayor, con los patriarcas de los Feliu Bassols.

Al principio Maria Àngels no sabe si atreverse, duda, pero al final se suelta y pide un cubata de ron con Coca-Cola. «Qué narices, un día es un día», piensa, a la vez que observa de reojo la puerta, como si temiera que en cualquier momento fuera a irrumpir su padre, Tomàs Feliu de Cendra, uno de los mandamases de la comarca.

Pero el señor Feliu hoy no va al bar porque tiene un invitado que atender, Ramon Roca, un exdirigente del Banco Industrial de los Pirineos. De hecho, se trata de un exsocio, porque Tomàs Feliu fue también uno de los fundadores de ese banco, que acabó yéndose a pique. El señor Roca, que tiene su negocio en Tàrrega (la conocida fábrica Ros Roca) y vive en Agramunt, sufrió un secuestro tiempo atrás, a manos de tres encapuchados. Lo condujeron hasta una mina de Mequinensa, junto al Ebro, pero logró escapar, sin saber todavía muy bien cómo. Es justo lo que Ramon Roca está contándole a Tomàs Feliu mientras cenan en un restaurante y mientras las dos hijas de los Feliu apuran sus cubatas en el bar La Garrotxa.

–¡Va, otra ronda! –dice el amigo.

–No. Ni hablar –lo corta Maria Àngels–. Con uno ya tengo bastante. Me esperan en casa. ¡Adiós!

A Maria Àngels a veces le dan arrebatos. En un santiamén ha salido del bar y se dirige a su coche, un Renault 25 plateado que tiene aparcado allí mismo. Quizá llegaría antes a pie, pero hoy va en coche.

Cuando se pone en marcha, no se da cuenta de que tres hombres la siguen desde otro vehículo.

Ni por asomo sospecha Maria Àngels que dos agentes de la Policía Municipal de Olot, Toni Guirado y Pepe Zambrano, y un amigo suyo de Camprodon, el Pato, llevan rato vigilándola. En realidad, la han acechado durante meses. Y peor aún: es la tercera vez que intentan secuestrarla. Las dos anteriores, por causas peregrinas, les faltó valor en el último momento. En la primera ocasión hubo un malentendido sobre el lugar donde debían reunirse antes de empezar a actuar; en la segunda, uno llegó tarde y los otros dos se pusieron nerviosos. Esta vez no pueden fallar.

cap-2

2

Hoy, viernes 20 de noviembre, el municipal Pepe Zambrano está de baja y su compañero Toni Guirado se ha tomado el día libre. Guirado está hasta el cuello de deudas y Zambrano es un drogadicto que siempre necesita dinero. El tercero, el Pato, se ha sumado a última hora a ver qué puede pescar. Los tres necesitan pasta de manera urgente.

Hacia las nueve y media de la noche, Maria Àngels llega al número 2 de la calle Pere Lloses con su Renault 25 plateado. Es una calle estrecha, de una sola dirección, con coches aparcados a ambos lados. El edificio Serblay queda a la izquierda. Es un bloque alto, de seis pisos, de obra vista y con los balcones blancos. La capital de la Garrotxa ya tiene treinta mil habitantes y los bloques de pisos forman parte del paisaje urbano, pero la apariencia de ciudad no puede ocultar que la comarca queda lejos de todo; las carreteras principales no son lo bastante buenas y se mantiene cierto aislamiento histórico que les da un carácter algo cerrado a sus habitantes.

Cuando Maria Àngels quiere meterse en el parking tiene que esperar primero a que salga el BMW de un vecino. Luego, ella ha de abrirse un poco hacia la derecha para esquivar los contenedores de basura que hay justo al lado de la entrada y, de paso, encarar mejor el coche. La puerta es muy estrecha y le preocupa rayarlo; es un vehículo grande y teme dar en algún canto. Entra aprovechando que la puerta del garaje (ella lo llama «garaje») aún está abierta. El mecanismo va muy lento, le cuesta mucho abrirse y cerrarse. «Algún día se colará alguien y desvalijará todos los coches», piensa mientras se dispone a aparcar en su plaza. Es un espacio pequeño y siempre le cuesta maniobrar. Tiene prisa porque se ha entretenido con el cubata, pero sabe que si va demasiado rápido será aún peor.

Ya está. Apaga las luces, detiene el motor, saca las llaves, sale del coche, cierra la puerta delantera, abre la de atrás y coge el bolso rojo que tiene en el asiento; está lleno de fotos de los niños. Las ha recogido al mediodía en casa de sus padres porque quiere ordenarlas durante el fin de semana. El parking está muy poco iluminado, algo de lo que ella siempre se queja. Ya va camino del ascensor, a pulsar el botón, cuando de repente oye una voz de hombre, seca y fuerte:

–¡Alto! ¡Las llaves del coche!

Aún no se ha dado la vuelta y ya lo tiene encima. Se queda pasmada, no sabe qué ocurre ni qué hacer. Ve además que hay otro individuo al otro lado. «¿Puede ser que vayan encapuchados? ¿Lo que lleva es una escopeta de cañones recortados?» Y mientras, inconscientemente, hace el gesto de alargar la mano hacia el lugar donde tiene las llaves, vuelve a oír al hombre, que grita de nuevo:

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