Héroes de leyenda

Antonio Cardiel

Fragmento

Prólogo

Prólogo

Héroes del Silencio es un caso único en el panorama del rock español por su popularidad incombustible y por su persistencia como fenómeno musical. Y las pruebas son abrumadoras: la EMI no solo sigue vendiendo cada uno de sus cuatro álbumes, que superaron los siete millones de copias en todo el mundo, sino que reeditó Senderos de traición por su 25.º aniversario y El espíritu del vino por el 20.º; es el grupo del que más discos piratas se facturaron, decenas y decenas de ellos, un fenómeno que no experimentó ninguna otra banda española ni de su época ni posterior, lo que demuestra el afán que han tenido sus seguidores por poseer grabaciones de sus directos; se mantiene también el coleccionismo de objetos relacionados con el grupo, autógrafos, camisetas, ediciones raras, discos de oro, y existe un activo mercado a través de internet; hay decenas de bandas tributo, tanto en España como en Hispanoamérica, que interpretan sus canciones en innumerables conciertos que se programan cada semana; hoy por hoy, continúa activo el club de fans Las Líneas Del Kaos, fundado en 1994, que editó fanzines y especiales de la banda, preparó viajes y actividades, y mantiene cuentas en redes sociales que informan sobre todo lo que atañe a los cuatro músicos aragoneses; recientemente otra iniciativa se ha sumado al largo listado, el Día H, que organiza cada mes de octubre, desde 2008 y en decenas de ciudades innumerables actos en su homenaje, como en 2019, cuando se hicieron en Argentina, Bolivia, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, México, Perú, Estados Unidos y España, actos que culminaron con un concierto a cargo de la banda tributo Maldito Duende y la Joven Orquesta Sinfónica Ciudad de Salamanca. ¿Por qué hay un clamor constante en la red para que vuelvan, para que compongan otro álbum entre los cuatro que, sin ninguna duda, rompería los esquemas del mercado de la música en español?

Un fenómeno sustentado por sus miles de seguidores, que son los verdaderos responsables de que su música continúe estando vigente y su memoria viva. La mayoría de ellos desde el anonimato, aquellos que compraban fielmente cada novedad discográfica y los seguían de ciudad en ciudad, en los calurosos y lejanos veranos de 1988 a 1996, para no perderse ni uno de sus directos. Otros como protagonistas de historias que lindan con lo extraordinario, como la presidenta de un club de fans de Francia que, se dice, despertó del coma escuchando las canciones de Héroes del Silencio, o las decenas de muchachas alemanas que, entre 1992 y 1993, se mudaron a Zaragoza para estar más cerca de sus ídolos. O como el joven de Granada que se aficionó a la música de Héroes del Silencio escuchando El espíritu del vino. Sufría de sonambulismo y no era rara la noche en que sus padres le sorprendían levantado de la cama, deambulando por el pasillo, entretenido en las actividades más extravagantes. Una de esas noches, creyendo que estaba jugando con un amigo, se precipitó a la calle desde el tercer piso de la casa familiar. Había saltado sobre el alféizar de una ventana abierta. Cuando sus padres se dieron cuenta llevaba ya un rato en el suelo, inconsciente. Le llevaron en una ambulancia al hospital más cercano, en cuya UCI quedó ingresado, y le sometieron a numerosas operaciones para recomponer las partes más dañadas de su cuerpo: el brazo izquierdo, la pierna del mismo lado y la cadera. En esas circunstancias de desesperación y dolor, de aislamiento y soledad, un pariente tuvo la ocurrencia de regalarle un walkman y una cinta de casete. La escogida fue El espíritu del vino, de una banda para él desconocida llamada Héroes del Silencio. Enseguida se la puso, en la soledad de la UCI, conectado a los aparatos que mantenían sus constantes vitales. Aquello fue un descubrimiento, un flechazo, la constatación del valor terapéutico que a veces tiene la música. Se la ponía continuamente, era la única manera en que conseguía olvidarse del dolor. Esas canciones le aliviaban más que los sofisticados calmantes que le suministraban. La música de Héroes del Silencio le ayudó a salir adelante. Durante el mes que pasó en la UCI fue la única actividad que le mantuvo despierto y alerta, con ganas de aferrarse a la vida y salir de ese agujero. Se imaginaba a los cuatro músicos entregados a su pasión compositiva en el local de ensayo, dando forma a sus canciones sin ser del todo conscientes de lo que esa labor podría llegar a significar para otros. Para él, desde luego, ese álbum fue su asidero a la vida en el momento más dramático, cuando el dolor y la soledad se hacían más intensos. Todavía conserva ese viejo walkman y esa cinta escuchada miles de veces.

La historia de este libro arranca en el verano de 2017. Joaquín Cardiel, mi hermano, me había dejado la bibliografía sobre Héroes del Silencio que tiene, y pasé las vacaciones leyéndola y valorando la posibilidad de embarcarme en una biografía de la banda. Entre todo aquel material había dos títulos que merecía la pena rescatar: el que escribió el periodista Matías Uribe, Héroes del Silencio. El sueño de un destino, editado por Heraldo de Aragón en 2007, un buen libro escrito con conocimiento de causa por un testigo privilegiado de los sucesos, editado con cuidado e ilustrado con decenas de fotografías; y el de Pep Blay, Enrique Bunbury. Lo demás es silencio, biografía del cantante editada por Random House Mondadori también en 2007, en el que dedica un largo capítulo de más de doscientas páginas a desgranar la historia de la banda. Sin embargo, tuve la convicción de que era posible plantearse la escritura de un libro sobre el grupo más importante de la historia del rock en español. ¿Sería posible enfocarlo de otra manera y dar entrada a una visión intimista, basada en las confidencias de los cuatro músicos? Una historia de la banda contada desde dentro.

Los había tratado muy de cerca desde que Joaquín entró en la banda. Recuerdo que, junto con mi mujer, Ester, ya fuimos invitados al local de la calle Hernán Cortés a presenciar un ensayo. Aquel día de octubre de 1986, mientras interpretaban Héroe de leyenda y Olvidado, o la última composición, El estanque, fuimos conscientes de la calidad de sus canciones, de la fuerza interpretativa de Enrique, que se movía de un lado a otro como si estuviera actuando ante un estadio abarrotado de público, y del gran futuro que les aguardaba. Enseguida empezamos a ir a sus conciertos, algunos en Zaragoza, otros por los pueblos de los alrededores, en una costumbre que se prolongaría hasta 1992, cuando comenzaron a girar por Europa y América y se hizo más difícil verlos en España. Aunque, esporádicamente, también recalaban en Barcelona, ciudad en la que vivimos, en la sala Zeleste, en el Pabellón de Deportes, en el Palau Sant Jordi, y allí nos presentábamos. Fuimos testigos de toda la liturgia que rodea la gira de una banda de rock: los hoteles, los desplazamientos en furgoneta, las pruebas de sonido, los camerinos, la épica del directo, las risas cuando todo había pasado y las cerv

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