Todos los futuros perdidos

Eduardo Madina
Borja Sémper

Fragmento

1. Empecemos por el final

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Empecemos por el final.

20 de octubre de 2011

—El 20 de octubre de 2011 me encontraba en Bilbao porque era cabeza de lista en las elecciones al Congreso por Bizkaia, mi tierra. Sabíamos que había muchas posibilidades de que ese día llegara el comunicado del final de ETA. Estaba en mi casa cuando me llamó Rodolfo Ares, el consejero de Interior del Gobierno vasco, y me fui a la sede del Partido Socialista de Euskadi. El lehendakari López estaba en Estados Unidos, en un viaje con empresarios. Y entonces recibí la llamada de Zapatero para confirmarme que sí, que ETA iba a hacer público su comunicado y que incluía estas dos palabras mágicas: «cese definitivo». Le respondí llorando: «Mira, el presidente del Gobierno eres tú, así que habla tú porque yo no puedo». Así que él habló conmigo y yo lloré con él. Las primeras horas las viví con mucha intensidad, atendí a los medios de comunicación en la sede... Esa noche no dormí. O dormí muy poco. Me apetecía disfrutar el momento. Recordar el esfuerzo realizado a lo largo de cincuenta años en un País Vasco tan hostil para tantos, y a mucha gente que ya no estaba. Todos los futuros perdidos y todos los futuros ganados. Simplemente, una Euskadi sin ETA. Esa noche me hice muchas preguntas sobre el futuro que se abría. Cómo sería la habitación sin el elefante dentro; cómo sería mi vida sin ETA; qué iba a ser de todos nosotros. Eran preguntas muy apetecibles y no quería esperar a hacérmelas. El día siguiente fue de puta madre. La mejor mañana del mundo.

—Aquel 20 de octubre yo estaba en la sede del PP en San Sebastián, esperando, también como tú, Edu, a que sucediera algo. En 2011 nosotros apoyábamos al Gobierno de Patxi López y teníamos una interlocución muy fluida tanto con el lehendakari como con el consejero de Interior, por lo que contábamos con información muy puntual de dónde estaba la cosa. Y, en paralelo, manteníamos relaciones personales forjadas a lo largo de los años con guardias civiles que estaban a pie de campo. Guardias civiles, fundamentalmente, que trabajaban más en Francia que en España y que desde hacía mucho tiempo me iban contando que ETA estaba acabada, desorientada y en plena crisis interna. La banda no tenía claro cómo bajar la persiana de una manera que no pareciera su derrota. Por eso sabíamos que el final iba a llegar y solo faltaba el certificado de ETA. Yo presidía el partido en Gipuzkoa y estaba en contacto con Antonio Basagoiti, presidente entonces del PP vasco, quien hablaba a su vez con Mariano Rajoy. Queríamos que la reacción del partido fuera la que en Euskadi considerábamos que tenía que ser, en función de todos los datos de que disponíamos. Las posibles dudas quedaron resueltas en cuanto Antonio me dijo que Rajoy lo tenía clarísimo, que íbamos a certificar el final de ETA y que respaldaríamos al Gobierno. En ese momento, yo también pensé en los futuros robados, en las personas que ya no estaban y que no podrían vivirlo. No sentí vértigo. Aquellas horas fueron un vacío maravilloso que rellené muy rápido. Abracé lo desconocido con muchas ganas.

—Lo expresó muy bien Jesus Egiguren, el presidente del PSE y uno de los protagonistas del proceso de paz: «Yo también me paré a pensar en los ausentes en una hermosa plaza liberada», evocando la canción de Pablo Milanés. Te detienes a recordar momentos terriblemente difíciles, a los ausentes, a los que ETA había matado. Pensé mucho en mi madre, en la pena que me daba que no lo viviera, que no llegase a ver ese día. Y recordé a aquel Edu joven que iba a manifestaciones, que participaba en debates en la Universidad de Deusto con grupos pacifistas cuando ETA estaba activa, cuando todavía mataba, esos años en los que dediqué tantas horas a trabajar en todo aquello... Recordé también a los compañeros de las Juventudes Socialistas o de otras organizaciones juveniles que habían pagado un precio muy elevado por enfocar la vida de una manera distinta a como ETA decía que había que hacerlo. Pero, sobre todo, miré hacia delante. Mucho. Y ahora, con la perspectiva del tiempo, debo decir que la realidad ha superado todas las expectativas. Lo que he vivido desde entonces es infinitamente mejor que lo que imaginé aquel día.

—Yo también me acordé de aquel Borja de la facultad de Derecho de San Sebastián, de esos debates sobre la violencia que tú has descrito de una manera tan dulce...

—Caían hostias como panes...

—Era durísimo, porque ibas a debatir y, aunque los de la mesa tuvieran una actitud en apariencia dialogante, te encontrabas allí unas cuantas decenas de personas que habían ido a insultarte, que te decían de todo. Aquel universo de odio, en la facultad adquiría una presencia constante, organizada y que no descansaba nunca en su acoso. También me acordé de aquellas manifestaciones de noche lluviosa, las concentraciones casi en soledad al principio, y que a medida que fueron más numerosas se encontraban con las contramanifestaciones de quienes tiraban piedras... Me acordé de todo eso. Y, por supuesto, de algo que siempre está presente en mi memoria y en mis recuerdos de aquel día: mis padres. Pensé mucho en ellos y, pocos días después, les dediqué una carta pública titulada «Que no os roben este momento». Porque desde determinados sectores se trataba interesadamente de proyectar una sombra de duda, de sospecha, de cuestionamiento. Se decía que ETA no había sido derrotada. Se intentaba diluir la grandeza de aquellos que, como las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, la movilización ciudadana y la resistencia frente a ETA, o como mis padres, habían superado el miedo con dignidad y coraje. Y yo no quería que nos robasen ese momento. El momento en el que supimos que el terrorismo se acababa definitivamente. El mito de la imbatibilidad de ETA había caído y ellos mismos lo habían certificado.

—Al día siguiente fui con los escoltas a una entrevista para la televisión. Era temprano y pasamos con el coche por el puente del Ayuntamiento de Bilbao. Justo en ese puente Bernardo Atxaga localiza el final de una novela suya que a mí me gusta mucho, Esos cielos. Es la historia de una exterrorista de ETA que vuelve en autobús desde Madrid y, en el momento en que llega a ese puente, el cielo se abre mostrándole un horizonte de vida diferente. Y recordé aquel final que me había gustado mucho, aquellos cielos que aquella mañana se abrían no para una militante de ETA en una novela, sino para mí y en la vida real. Un final que era, en realidad, un principio. Un cielo abriéndose. Creo que ese día también desaparecieron las nubes para todos los vascos, para todos los españoles que vivían amenazados. A pensar en esas cosas dediqué aquel día que fue especialmente distinto en todo, medio onírico, un poco raro, novedoso. Todo era bueno. Un día increíble.

—No puedo igualar esa metáfora del cielo luminoso, pero aquel día significaba sacar a ETA de la ecuación, del guion de nuestras vidas. Y no solo terminabas con el malo de la película, sino que también empezaba un

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