Napoleón

Stendhal

Fragmento

Introducción

INTRODUCCIÓN

¡Napoleón y Stendhal!

La sola mención de estos dos nombres juntos emite una vibración especial para todos aquellos que conservan vivo el impacto que les produjo la lectura de Rojo y negro o de La cartuja de Parma. Puede que, desde la Ilustración, no se haya dado un caso equivalente de sintonía entre un gran escritor —Stendhal— y uno de los grandes poderosos de la Tierra: Napoleón. No se trata, ni mucho menos, del tipo de alianza o de complicidad que llegó a establecerse entre, por ejemplo, Gorki y Lenin, en el marco de la Revolución rusa, o entre Malraux y De Gaulle, en la Francia posterior a la Segunda Guerra Mundial. Se trata de algo más impreciso y a la vez más amplio, que señala a Stendhal como el más fiel cronista del impacto y de las transformaciones espirituales que, en la Europa posterior a la Revolución francesa, supuso la emergencia, el imperio y la caída de Napoleón. Nadie como Stendhal captó de manera tan certera el modo en que la figura, las conquistas y el destierro de Napoleón encendieron la imaginación de al menos dos generaciones de europeos, transformando en no pocos casos la relación con su propio destino. Cabría pensar en Kipling como otro escritor que acertó también a plasmar narrativamente los efectos particulares de un impulso histórico de extraordinaria magnitud, en su caso el del imperio colonial británico en el período de su máxima expansión. Pero, en Kipling —más allá de otras muchas e insalvables diferencias de todo tipo que impiden conectarlo ni siquiera remotamente con Stendhal—, no se establece respecto a la personalidad misma de la reina Victoria una dinámica de atracción y rechazo, de entusiasmo y decepción, como la que en la obra de Stendhal tensa su relación tanto con Napoleón como con su legado histórico.

La imbricación tan potente que se da entre la figura y la gesta de Napoleón y la vida de Stendhal, la marca tan pronunciada que aquellas dejan en la obra de este, alientan, de partida, las expectativas más elevadas respecto a un volumen como el presente, que reúne los materiales correspondientes a los dos intentos de Stendhal —emprendidos con casi dos décadas de diferencia— de contar la vida de Napoleón. Por eso urge advertir, de entrada, que esas expectativas quedan lejos de cumplirse. Y urge hacerlo porque, de otro modo, la decepción que ello acarrea puede mover a desdeñar con resentimiento un libro que, pese a todo, posee importantes alicientes. Esto último ha ocurrido con algunos de los más grandes admiradores de Stendhal, de sus más entusiastas lectores, que dirigen los más agrios reproches a unos textos —los aquí reunidos— a los que ni siquiera su condición inacabada sirve para ellos de atenuante de su carácter a ratos rutinario y en general expeditivo, privados como están estos textos, a sus ojos al menos, de esa contagiosa vitalidad, de esa cordialidad atropellada y excitante que, por lo común, impregna la escritura de su autor.

Así, por ejemplo, Giuseppe Tomasi di Lampedusa, devoto como ninguno de Stendhal, tiene a su Napoleón por un texto «más bien mediocre», que no acierta a zafarse de las «múltiples contradicciones» que a su autor le produce la figura del emperador. La consecuencia es un libro que a Lampedusa se le antoja monocorde, «todo él hilvanado sobre temas negativos y, caso único [en Stendhal], aburrido».

Más ponderadamente, Consuelo Berges, traductora al castellano de la obra completa de Stendhal (ella es quien firma la versión que aquí se ofrece) y una de sus más apasionadas valedoras, tanto en España como fuera de ella, presentaba en su día este libro advirtiendo, no sin pesar, que, «por grande que sea nuestro entusiasmo stendhaliano, no tenemos más remedio que reconocer que esta incompleta y somera obra de Stendhal tiene hoy escaso interés como libro informativo de la personalidad, la vida y los hechos de Napoleón».

Este juicio, sin embargo, realizado décadas atrás, atiende probablemente a un paradigma de biografía convencional que, entretanto, ha sido sometido a múltiples revisiones. Por otro lado, a la vista de la abrumadora bibliografía a que da lugar, un año tras otro, la figura de Napoleón, ¿quién iba a buscar «informaciones» sobre ella en unos textos como estos, escritos entre 1817 y 1937? El mismo Stendhal, en el breve prefacio que antecede a su Vida de Napoleón, fechado en 1818, advierte que, «pasados cincuenta años, habrá que rehacer la historia de Napoleón todos los años», a medida que vayan apareciendo —añade— las memorias de tantos contemporáneos que fueron testigos de hechos cruciales.

No, quien se aproxima a este libro lo hace, por lo general, atraído por el nombre de su autor tanto o más que por el de la personalidad de la que se ocupa, y antes que documentarse sobre la vida y los hechos de Napoleón —mejor conocidos en la actualidad que hace dos siglos—, lo que suele buscar es el impacto y la huella que estos dejaron en Stendhal. A este lector es fácil que le decepcione, como a Lampedusa, la sequedad del texto, su deliberada «neutralidad», su carácter tan poco apasionado. Pero hay que considerar, en ese caso, hasta qué punto esa decepción no es consecuencia de un malentendido acerca del talante y de los propósitos con que el mismo Stendhal abordó su empeño.

Tratemos de reconstruir las circunstancias en que fueron redactadas las dos «partes» de las que se compone este libro. La primera, Vida de Napoleón, fue emprendida por Stendhal en 1817, es decir, cuando Napoleón vivía todavía. Apenas tres años antes, había sido derrotado en Waterloo y desterrado a la isla de Santa Elena, en el océano Atlántico, a mil ochocientos kilómetros de la costa occidental de África, donde moriría en 1821, a los cincuenta y un años. La caída de Napoleón, en 1814, había supuesto la de Stendhal. Así lo dice él mismo en un famoso pasaje de Vida de Henry Brulard: «Caí con Napoleón en abril de 1814». Con esto viene a consignar que, como funcionario que era del Ministerio de Guerra, fue cesado de su cargo tan pronto como Napoleón salió al exilio. Cargado de deudas, y habiendo fracasado en su aspiración de ser nombrado cónsul en Nápoles, Stendhal resuelve viajar por sus propios medios a Italia. Antes de eso, sin embargo, escribe a toda prisa el que será su primer libro: Vidas de Haydn, Mozart y Metastasio, publicado a finales de 1814 bajo el seudónimo de Louis Alexandre César Combet. Se trata de un plagio en toda regla de las biografías dedicadas a estos músicos por un tal José Carpani, publicadas dos años antes. Las protestas de Carpani y le petit scandale a que dieron lugar no fueron suficientes para que el libro, editado a expensas del autor, se vendiera. Pero, concluida su carrera de funcionario, Stendhal está decidido a dar rienda suelta, por fin, a la de escritor, y no tarda en embarcarse en la varias veces postergada redacción del que será su segundo libro: Historia de la pintura en Italia, publicado en 1817: de nuevo un acopio de datos tomados de varias fuen

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