George Lucas

Brian Jay Jones

Fragmento

cap-1

Prólogo

Fuera de control

Marzo de 1976

No había manera de que R2-D2 funcionara.

No se debía a la testarudez del androide, un rasgo que le haría entrañable ante los millones de fans de La guerra de las galaxias de todo el mundo. Simplemente, al comenzar el primer día de rodaje en el desierto tunecino la mañana del 22 de marzo de 1977, R2-D2 no funcionaba. Sus baterías ya estaban agotadas.

El pequeño androide no era el único que tenía un problema. Otros robots, operados mediante control remoto por miembros del equipo que se encontraban fuera del objetivo, también presentaban fallos en su funcionamiento. Algunos se desplomaron, otros no llegaron a moverse, mientras que a otros se les desbarataron las señales con las emisiones de la radio árabe que rebotaban contra el suelo del desierto, lo que los lanzó fuera de control sobre la arena o los estrelló unos contra otros. «Los robots enloquecían, chocando entre sí, cayendo o rompiéndose —contaría Mark Hamill, el bronceado actor de veinticuatro años que interpretaba el papel del héroe Luke Skywalker—. Tardamos horas en arreglarlos.»[1]

El director de la película, un californiano barbudo y pensativo de treinta y un años llamado George Lucas, se limitó a esperar. Si un robot funcionaba como era debido, aunque solo fuera por un instante, filmaba tanto material como era posible hasta que el androide se detenía con un petardeo. En otras ocasiones daba instrucciones de tirar de un aparato defectuoso por medio de un cable invisible, hasta que este se rompía o el androide caía. No importaba cómo lo hicieran, porque Lucas tenía previsto arreglarlo todo en la sala de montaje. De todas formas, era donde él prefería estar, antes que mirando a través de una cámara en pleno desierto.

Eran los primeros de lo que serían ochenta y cuatro largos y agotadores días filmando La guerra de las galaxias, veinte más de los previstos. Y el rodaje fue un desastre casi desde el comienzo. «Estaba muy deprimido con todo», diría Lucas.[2]

Su desazón se debía en parte a que tenía la impresión de haber perdido el control sobre su propia película. Echaba la culpa a la mezquindad de los ejecutivos de la Twentieth Century Fox, que habían ido escamoteando recursos a cada paso, negándole el dinero que necesitaba para asegurarse de que todo funcionara. Pero estos se mostraban escépticos; la ciencia ficción, insistían, era un género muerto, y requería accesorios, vestuario y efectos especiales que resultaban caros. En lo que concernía al estudio, Lucas podía arreglárselas con un presupuesto limitado e ir solucionando los problemas con sus robots sobre la marcha. «Se dio simplemente el caso de que la Fox no quiso poner el dinero hasta que fue demasiado tarde —refunfuñaría Lucas—. Cada día perdíamos alrededor de una hora con esos robots, y no habríamos malgastado todo ese tiempo si hubiéramos contado con otras seis semanas para terminarlos, probarlos y tenerlos en funcionamiento antes de empezar.»[3]

No fueron solo los robots de control remoto los que dieron problemas. Anthony Daniels, un actor muy británico de formación clásica en el que había recaído el papel del androide de protocolo C-3PO, sufría mucho dentro de su reluciente disfraz de plástico dorado que no le encajaba bien y desde donde no podía ver ni oír gran cosa. Con cada movimiento que hacía se pinchaba o se cortaba —«cubriéndome de cicatrices y arañazos», dijo con un suspiro—, y cuando se caía, algo que sucedía a menudo, solo podía esperar a que alguien del equipo se diera cuenta y lo ayudara a levantarse.[4] No llevaba ni una semana de rodaje y Daniels ya había perdido las esperanzas de acabar la película de una pieza. «Fue extraordinariamente difícil conseguir que todo saliera bien —confesaría Lucas más tarde—. Lo cierto es que los robots no funcionaban. C-3PO a duras penas se movía. […] Yo no lograba hacer que R2-D2 avanzara más de unos cuantos palmos sin chocar contra algo. […] Todo eran prototipos… Decían: “Eh, vamos a construirlo. No tenemos dinero, pero intentaremos que funcione”. Pero en realidad no funcionaba nada.»[5] Lucas se juró no ceder nunca más el control de sus películas a los ejecutivos de un estudio. ¿Qué sabían ellos de rodajes? «Dicen a la gente lo que tiene que hacer sin ningún motivo —se quejó—. En algún momento decidieron que sabían más de cine que los directores. Me refiero a los jefes del estudio. No puedes pelearte con ellos porque son los que tienen el dinero.»[6]

Si La guerra de las galaxias funcionaba, algo tendría que cambiar forzosamente: él controlaría el dinero.

Aun así, había ciertas cosas que él nunca controlaría, por mucho que quisiera. Las totalmente impredecibles condiciones meteorológicas de Túnez, por ejemplo, no estaban haciendo más fácil la producción. Durante la primera semana de rodaje se puso a llover sobre el valle Nefta de Túnez por primera vez en siete años, y no paró en cuatro días. El equipo y los vehículos se quedaron atascados en el barro, y fue necesario pedir ayuda al ejército tunecino para sacarlos. Por las mañanas a menudo hacía frío, y por la tarde, un calor abrasador. Casi todos los días Lucas empezaba la jornada envuelto en su abrigo marrón, con las manos hundidas en los bolsillos mientras miraba a través del visor de la cámara; a medida que el sol se elevaba en el cielo, se quitaba el abrigo, se ponía las gafas de sol y dirigía a sus actores con camisa a cuadros y gorra de béisbol. Cuando no llovía, el fuerte viento destrozaba los escenarios, haciendo pedazos la oruga de las arenas y lanzando un decorado por los aires, como explicaría un miembro del equipo de rodaje, «casi hasta Argelia».[7]

Y la arena parecía colarse por todas partes, irritando los ojos, abrasando la piel, introduciéndose en casi cada grieta y rendija. Aunque Lucas protegía sus cámaras Panavision con fundas de plástico para impedir que el viento y la arena las estropeara, una lente de una cámara quedó prácticamente echada a perder. Lucas se veía acosado tanto por los problemas del equipo técnico como por la simple mala suerte. Se incendió un camión, estropeando varios robots. Cuando los camiones fallaban, Lucas mandaba que trasladaran el equipo a lomos de burros.

Hacia el final de las dos primeras semanas de rodaje Lucas estaba agotado. Con los constantes contratiempos causados por el mal tiempo, los androides estropeados y el vestuario mal ajustado, tenía la impresión de haber conseguido solo dos tercios de lo que quería filmar, y no estaba satisfecho con lo que tenía. «No había forma de avanzar por culpa de todos los problemas —dijo Lucas— y no me parecía que las cosas fuesen por buen camino.» Estaba tan preocupado que incluso faltó a la fiesta que él mismo había organizado con motivo del final del rodaje en Túnez y se encerró en su habitación de hotel para regodearse en su propia desgracia. «A esas alturas estaba profundamente deprimido, porque nada había salido bien. —Suspiró—. Todo se había torcido. Me sentía desesperadamente desgraciado.»[8]

Poco más de un año antes de la fecha prevista para su estreno en los cines (si algún día lograba llegar a la gran pantalla), el proyecto de Las guerras de las galaxias era un desastre e iba a ser un espanto de película.

Lucas estaba convencido de ello.

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