El caso Florence Cassez

Pablo Reinah

Fragmento

Título

PRÓLOGO

Pocos casos son tan emblemáticos, confusos e incluso contradictorios como el de Florence Cassez. Combina variables propias de la dinámica y de la añeja relación entre gobierno y medios, muestra el uso de los aparatos de justicia y evidencia cómo, cuando están en apuros, las empresas de medios de comunicación pueden dejar a su suerte a las y los reporteros.

Pablo Reinah vio y vivió todo ello en primera fila. Después de darse a conocer que aquel operativo había sido un engaño, quienes, como él, se dijeron sorprendidos y extrañados por la situación se fueron haciendo a un lado. Quienes en el momento preciso debieron haber hecho preguntas que pudieron aclarar las cosas no lo hicieron. Quienes le dijeron que no se preocupara por su trabajo le cerraron la puerta al día siguiente.

A Pablo Reinah lo dejaron solo. Todas las mañanas hacía muy bien lo que sabía hacer: reportear e informar. Se convirtió en una imagen creíble de la empresa para la que trabajaba en el manejo de asuntos que no necesariamente son gratos o amables para los televidentes.

No es sencillo hablar de temas que por mucho tiempo fueron conocidos como de página roja, o algo parecido, por más que causen morbo y atraigan nuestra atención. Pablo Reinah se encargaba todas las mañanas de contarnos cómo despertaba la capital del país.

Todos los días trataba de no perder su capacidad de asombro, por más que la vida cotidiana se moviera bajo rasgos violentos o muy rudos. Pablo siempre intentó conservar su sensibilidad ante los sucesos. La sorpresa, el asombro, la capacidad de observar, escuchar y estar es lo que hace que las y los reporteros puedan echar a andar su trabajo.

Pablo Reinah era consciente de ello y por eso resultaba llamativa su sección en el noticiero matutino de Televisa. Se convirtió en un comunicador de experiencia que sabía muy bien qué tenía que hacer y cómo lo tenía que hacer, alejándose, en la medida de lo posible, de excesos y escándalos, los cuales son riesgosamente atractivos, aunque para las televisoras sean parte de su cotidianidad.

La mañana del viernes 9 de diciembre de 2005, Pablo Reinah recibió una llamada que cambió su vida profesional y también personal. Un alto funcionario del gobierno lo alertó sobre lo que llamó “una gran noticia”. El reportero, que tenía experiencia y olfato, sabía que un evento de esa naturaleza era de interés periodístico y que debía informar a su conductor y contar con su aprobación, así como la de la empresa, para poder dar cobertura al hecho. Así lo hizo.

Bajo la lógica del funcionamiento, operatividad y control de la empresa parece un sinsentido que en Televisa no supieran sobre “una gran noticia”. Independientemente de las secuelas que dejó aquello, la forma en que se operó esa mañana no fue distinta de lo que sucedía cotidianamente.

Bajo la óptica del histórico maridaje entre gobierno y medios de comunicación, no hay manera de que en los altos niveles de las empresas —recordemos aquello del duopolio como una especie de cogobierno— se pudiera pasar por alto una información y una alerta que procedía de un alto funcionario de la AFI.

El gobierno había decidido, como lo ha hecho tantas veces desde la creación de los medios electrónicos, usar a la radio y la televisión. Es una relación que sirve para gobernar, informar a conveniencia y crear la idea de efectividad, control y sentido de los equilibrios en el imaginario colectivo. Hemos vivido bajo grandes acuerdos entre los gobiernos (federal y estatales) y los medios en una relación de convivencia y complicidad. No hay indicios de que las cosas hayan cambiado de manera sustantiva hasta estos días.

Con su oficio y experiencia, Pablo Reinah hizo lo que tenía que hacer: hablar con el productor y conductor, quienes tenían que estar enterados de cualquier paso que diera.

El espectáculo mediático se montó ante la algarabía colectiva. El propio Pablo ha afirmado una y otra vez que no estaba al tanto de que eso fuera una recreación; así se lo hizo saber a los funcionarios de Televisa y a las propias autoridades cuando, dos meses después, el engaño quedó al descubierto.

La AFI se dio vuelo con la transmisión hasta que la propia Florence Cassez hizo público el hecho de que había sido detenida el día anterior a su presentación ante las televisoras. Utilizando a los medios, la AFI echó a andar la maquinaria que le iba a permitir presumir logros en red nacional y además en vivo.

Así lo hicieron también con el secuestro de Rubén Omar Romano. Al exentrenador del Cruz Azul lo tuvieron esperando hasta que llegara el conductor de TV Azteca para hacer creer que en ese preciso momento lo estaban liberando. A Romano no le quedó más que aceptar la puesta en escena: lo más importante para su familia y para él era, evidentemente, su liberación.

En tiempos en que el país vivía una severa crisis por la ola de secuestros, al gobierno le pareció buena idea inventarse escenarios en donde se viera la presunta “efectividad” de la autoridad. Como eje del espectáculo, la televisión se encargaba de cerrar la pinza de la complicidad.

Los reporteros eran una pieza menor, pero necesaria, para la espectacularidad de las falsas detenciones.

Los funcionarios de la AFI se asumieron victoriosos, orgullosos y reconocidos en medio de la manipulación. Movían a los medios a su antojo, en una complicidad que les permitió explotar al máximo una detención que les dio una audiencia efímera. Nunca se preguntaron el costo que implicaba hacerlo así. Fueron precisamente estas transmisiones las que con el paso del tiempo provocaron un enorme problema para el país en sus aparatos de justicia y en su relación diplomática con Francia.

El caso Florence Cassez fue usado políticamente por el entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, como instrumento interno para mostrar que el mandatario defendía a los franceses en el mundo, mientras surgían cada vez más evidencias de la puesta en escena y de la confusión e inconsistencias que provocaba la ausencia de un debido proceso. Sarkozy encontró todo lo necesario para impugnar, señalar y hacer política en su país.

Las evidencias y la política determinaron la estrategia del presidente francés. Se canceló el año de México en Francia y, en su visita a nuestro país, Sarkozy no dejó pasar el tema en el Senado, a pesar de que por medios diplomáticos se le conminó en conversaciones a que no lo hiciera, entre otros y otras, con la destacada y recordada diplomática Rosario Green.

La relación entre ambos gobiernos se deterioró. Felipe Calderón se encargó de poner su parte. No hubo manera de que los presidentes se entendieran. Sus caprichos, la puesta en escena, la ausencia de un debido proceso, la confusión, las dudas sobre si Florence Cassez había participado o no en los secuestros, todo ello definió el caso ante la opinión pública.

Ese viernes 9 de diciembre la televisión estaba en su terreno natural: se mo

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