Horacio Quiroga y Alfonsina Storni

Fernando Klein

Fragmento

Amor, locura y muerte

Horacio Quiroga fue el monumental cuentista salteño que impregnó sus cuentos, inspirados en Edgard Allan Poe y Rudyard Kipling, con la frondosidad de la selva misionera.

Su vida estuvo rodeada por la muerte, desde el desgraciado accidente que terminó con la vida de su padre, el suicidio de su padrastro y de su primera esposa, hasta ser el causante del deceso de su mejor amigo, Federico Ferrando, en un lamentable accidente en plena juventud. Él mismo terminaría con su propia vida, y sus hijos, en breve, lo imitarían.

Un hombre que enfrentó tantas fatalidades, sin embargo, vivió la vida y la conmemoró como ningún otro. Su periplo se inició en Salto y siguió en París, Montevideo y Buenos Aires con un continuo retorno a Uruguay, y finalmente a la selva, su hogar definitivo.

Vivió de manera desenfadada su juventud, primero como activo ciclista y esgrimista y luego como un dandy. Como escritor conformó el grupo literario que llamó Consistorio del Gay Saber: se volvió poeta y prosista del modernismo, y llegó a litigar con Julio Herrera y Reissig, quien fuera su amigo, líder del cenáculo de la Torre de los Panoramas.

Fue un fotógrafo notable, y Leopoldo Lugones (escritor, filósofo, periodista, docente y diplomático argentino, 1874-1938), quien prontamente sería su amigo, lo llevaría a Misiones para ilustrar una expedición científica; desde allí no tuvo una vuelta atrás, la selva le fue «devorando lo urbano» hasta alejarlo del Río de la Plata.

Se transformaría en un modesto hacendado, un yerbatero en la selva y, en distintos períodos, un docente de Literatura y Castellano en Buenos Aires y un diplomático uruguayo en Argentina.

Sus reuniones literarias hicieron prácticamente inevitable que finalmente conociera a los literatos más vanguardistas del momento, y posteriormente, ya en Buenos Aires y en su propio cenáculo, Anaconda, a la notable poetisa Alfonsina Storni.

La presencia de Alfonsina, con su apariencia frágil, pequeña y sus ojos azulados, a veces cubiertos por el pelo dorado y ondulado que enmarcaba su rostro joven, era exactamente lo contrario a su carácter fuerte y resuelto; inteligente y con fuerza de mujer viva, era una enamorada de la vida y de la muerte, y sobre todo de la libertad.

Su escritura fue muy prolífica, y aunque en el imaginario popular se la asocia a la poeta suicida, la poeta sentimental, la poeta de «Alfonsina y el mar», fue también la luchadora por los derechos de la mujer.

Frágil, activa, contestataria, romántica, feroz, vanguardista… todo eso era la poetisa argentina que dejó más de una vez azoradas a las «señoras» y los «señores» de una sociedad en la que reinaban el prejuicio y la hipocresía.

Apenas podía, no dudaba en usar sus poesías, crónicas, obras de teatro o conferencias para decirles a las mujeres que «si quieren, son libres», sin perder el privilegio de «seducir con la palabra».

Entre Alfonsina y Horacio nacería una profunda relación afectiva que en breve se transformaría en amorosa, en pasional. Los unía la soledad, la incomprensión de la sociedad en la que les tocó vivir y su forma de expresar su disconformidad, su «catarsis» particular: la escritura.

Se trataba de un vínculo de absoluto respeto, en el que se congregaron dos familias, la de un hombre viudo y la de una madre soltera, que disfrutaron una relación afectiva de características únicas para ese momento, hasta que se distanciaron por el llamado de la selva, que reclamaba una y otra vez al escritor salteño.

Quiroga, un hombre que se debatió entre grandes amores y pasiones inflamables, era el amante de las muchachas jóvenes, pero con Alfonsina logró una gran estabilidad emocional. Luego de finalizar su romance con ella se casó en segundas nupcias. Ese matrimonio tampoco logró sobrevivir, y quedó solo en la selva, con una mala relación con los hijos de su primer casamiento.

Su estado de ánimo y, mayormente, su salud comenzaron un proceso de caída:

Voy quedando tan, tan cortito de afectos e ilusiones, que cada uno de estos que me abandona se lleva verdaderos pedazos de vida… Yo soy bastante fuerte, y el amor a la naturaleza me sostiene más todavía; pero soy también muy sentimental y tengo más necesidad de cariño —íntimo— que de comida.

Y agregaba en una de sus cartas finales, cuando la enfermedad hacía mella en su ánimo, recordándonos que su obra no refiere a la muerte, sino a la vida:

La esperanza del vivir para un joven árbol es de idéntica esencia a su espera del morir cuando ya dio sus frutos.

Alfonsina quedó cautivada por Montevideo: los viajes en las décadas de 1920 y 1930 en el Vapor de la Carrera eran todo un descanso para ella. Disfrutaba especialmente el balneario Pocitos, donde una ola del mar la golpeó en el pecho en 1935 y le mostró su mortal dolencia, iniciando un sufrimiento que en poco tiempo la consumiría y la llevaría a optar por el suicidio.

Se despidió de su amigo, de su amor, Horacio, con un poema:

Morir como tú, Horacio, en tus cabales,

y así como siempre en tus cuentos, no está mal;

un rayo a tiempo y se acabó la feria…

Allá dirán.

No se vive en la selva impunemente,

ni cara al Paraná.

Bien por tu mano firme, gran Horacio…

Allá dirán.

«No hiere cada hora —queda escrito—,

nos mata la final».

Unos minutos menos… ¿quién te acusa?

Allá dirán.

[…]

Fernando Klein

Montevideo, agosto de 2020

El testamento de la piolita.
Salto, junio de 1897

Oscurecía en la casa de Saturnino Ribes, en Salto, hasta que llegó la penumbra, cosa sorprendente, pues don Saturnino fue el introductor del teléfono y la luz eléctrica en la ciudad.

En su dormitorio, moribundo, musitaba sus últimas palabras: «Res non verba» («Hechos, no palabras»). Lo rodeaban industriales y comerciantes, los hombres poderosos de Salto.

La empresa naviera de don Saturnino, cuyos barcos navegaban por el río Uruguay portando el pabellón inglés, había vencido a cualquier otra compañía hasta que Mihanovich, con sus grandes y ágiles barcos, la derrotó por completo.

Mientras esperaban al notario para recoger su voluntad final, en el cuarto se consumía la única vela existente.

La criada llamó presta a la puerta:

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos