Lady Almina y la verdadera Downton Abbey

Lady Fiona Carnarvon

Fragmento

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Pompa y circunstancia

El miércoles 26 de junio de 1895, miss Almina Victoria Marie Alexandra Wombwell, una deslumbrante belleza de diecinueve años de extracción social algo dudosa, se casó con George Edward Stanhope Molyneux Herbert, el quinto conde de Carnarvon, en la iglesia de St Margaret, en Westminster.

Hacía un bonito día, y la iglesia milenaria de piedra blanca estaba a rebosar de gente y de preciosas flores. Entre la congregación, algunos invitados por parte del novio tal vez señalaran que la decoración era un tanto ostentosa. En la nave se habían colocado innumerables jardineras con altas palmeras y de las hornacinas colgaban helechos. El coro y presbiterio estaban decorados con lirios blancos, orquídeas, peonías y rosas. Se respiraba un exotismo peculiar combinado con el aroma intenso de las flores estivales inglesas. Era un marco inusual, pero en esta boda todo era inusual. El nombre de Almina, las circunstancias de su nacimiento y, sobre todo, su excepcional fortuna…; todo contribuía al hecho de que no se trataba de la típica boda de alta sociedad.

El conde se casaba a los veintinueve años. De familia y título aristocráticos, era esbelto y encantador, aunque algo reservado. Poseía propiedades en Londres, Hampshire, Somerset, Nottinghamshire y Derbyshire. Las fincas eran señoriales; las casas estaban repletas de pinturas de maestros clásicos, de objetos adquiridos en sus viajes a Oriente y de bellos muebles franceses. Como es natural, lo recibían en todos los salones del país e invitaban a todas las fiestas de Londres, especialmente si había alguna hija o sobrina casadera. Ese día algunas damas de la congregación debieron de sentirse desilusionadas en su fuero interno, aunque sin duda se mostrarían corteses en una ocasión tan especial.

Llegó con su padrino, el príncipe Victor Duleep Singh, amigo de Eton y luego de Cambridge. El príncipe era hijo del exmajarajá de Punjab, propietario del diamante Koh-i-noor hasta que los británicos lo confiscaron para incluirlo en las joyas de la Corona de la reina Victoria, emperatriz de India.

El sol se filtraba por las nuevas vidrieras, con escenas de héroes ingleses a lo largo de los siglos. La antigua iglesia, situada junto a la abadía de Westminster, había sido remodelada recientemente por sir George Gilbert Scott, el insigne arquitecto victoriano. De hecho, la iglesia reflejaba la característica fusión victoriana de tradición y modernidad. Era el marco perfecto para el enlace de dos personas de condiciones sociales muy dispares, pero que se aportaban mutuamente algo que el otro necesitaba.

Cuando el organista, Mr Baines, tocó los primeros acordes del himno The Voice that Breathed o’er Eden, Almina, que esperaba bajo el pórtico, hizo su entrada. Caminaba despacio, con toda la calma y dignidad de la que era capaz siendo el centro de todas las miradas, con la mano enfundada en un guante apoyada con delicadeza en la de su tío, sir George Wombwell. Debía de estar nerviosa, pero también emocionada. Lord Burghclere, su futuro cuñado, señaló que era una especie de «damisela ingenua», pero también que parecía estar «locamente enamorada» y que apenas podía contenerse las semanas y días previos a la boda.

Quizá le reconfortara saber que tenía un aspecto exquisito. Era menuda, medía poco más de metro y medio, tenía los ojos azules, la nariz recta y el cabello castaño y brillante en un alto y elegante recogido. Su futura cuñada, Winifred Burghclere, la describió como una joven «muy guapa, con una figura perfecta y cintura estrecha». Era lo que en la época se denominaba una auténtica «Venus de bolsillo».

Llevaba una pequeña corona de azahar bajo un velo de delicado tul de seda. El vestido era de House of Worth, de París. Charles Worth, el modisto de moda en aquella época, era conocido por su uso de tejidos y adornos exquisitos. El vestido de Almina se realizó con el satén duchesse más delicado, con cola y un velo de encaje prendido al hombro. Los faldones estaban ensartados de azahar, y Almina llevaba un regalo del novio: una pieza de encaje francés muy antigua y valiosa que había sido incorporada al vestido.

Toda la puesta en escena anunciaba la llegada triunfal de Almina a la vida pública. En realidad ya había hecho su debut, pues la presentó en la corte su tía, lady Julia Wombwell, en mayo de 1893, pero no había sido invitada a los eventos sociales exclusivos y cuidadosamente organizados que le sucedieron. El asunto de la paternidad de Almina había despertado muchos rumores, y ni la vestimenta más sublime ni los modales más intachables podían brindarle acceso a los salones de las grandes damas que dirigían discretamente la alta sociedad. De modo que tras su presentación en sociedad, Almina no había asistido a los obligados bailes de su temporada de debutante, ocasiones concebidas para que las jóvenes atrajesen la atención de caballeros solteros. A pesar de ello, Almina había colmado sus aspiraciones con un prometido de alta alcurnia, e iba vestida como merecía una mujer que se disponía a alcanzar los escalafones más altos de la aristocracia.

Ocho damas de honor y dos pajes seguían a Almina: su prima, miss Wombwell; las dos hermanas menores de su prometido, lady Margaret y lady Victoria Herbert; lady Kathleen Cuffe; las princesas Kathleen y Sophie Singh; miss Evelyn Jenkins y miss Davies. Todas llevaban faldas de satén blanco adornadas con lazo celeste bajo una capa de muselina de seda crema. Los grandes sombreros de paja adornados con muselina de seda, plumas y lazos realzaban la bonita estampa. Les sucedían el honorable Mervyn Herbert y lord Arthur Hay, vestidos con trajes de la corte de Luis XVI de color blanco y plata con sombreros a juego.

Almina había conocido a su prometido casi un año y medio antes. No habían pasado ni un momento a solas, pero habían coincidido en varios eventos sociales. Casi con toda seguridad, Almina no había tenido tiempo para darse cuenta de que la levita que aconsejaron al conde que llevara el día de su boda contrastaba bastante con su habitual estilo informal.

Con la joven pareja de pie frente al altar, la familia y los amigos reunidos a sus espaldas formaban una deslumbrante muestra representativa de la élite, junto a alguna que otra presencia sospechosa. A la derecha se sentó la familia del novio: su madrastra, la condesa viuda de Carnarvon; su hermanastro, el honorable Aubrey Herbert; los Howard; el conde de Pembroke; los condes y condesas de Portsmouth, Bathurst y Cadogan; amigos como lord Ashburton, lord De Grey y los marqueses de Bristol. También asistieron las duquesas de Marlborough y Devonshire, así como lord y lady Charteris y lo más nutrido de la sociedad londinense.

Lord Rosebery, el exprimer ministro, se encontraba entre los invitados. Justo cuatro días antes se había desplazado al castillo de Windsor para presen

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