En busca de Dora Maar

Brigitte Benkemoun

Fragmento

libro-3

PRÓLOGO
OBJETO ENCONTRADO

Llegó por correo, bien embalada en un plástico de burbujas.

Misma marca, misma medida, de cuero también liso, pero más roja, más suave, con más pátina.

Pensé que le gustaría, que quizá incluso la preferiría así.

Hacía poco había perdido una pequeña agenda Hermès más nueva que esta, pero que de tanto pasar de bolsillo en bolsillo había acabado por no tener edad. Una especie de grisgrís con sus iniciales grabadas, T. D., con el que se había encariñado práctica, física, sensualmente…

Como cada vez que pierde algo, y suele ocurrirle a menudo, hay que buscar con él. Por lo general, yo lo encuentro enseguida: el pasaporte, las llaves, el móvil… Pero esta vez, la agenda no aparecía. Al cabo de unos días, T. D. se resignó y volvió a comprar otra igual.

«Por desgracia, ya no se hace piel así», respondió el dependiente vagamente apenado, rotundo pero educado. Otros se hubiesen conformado con un granulado, un estriado, con piel de cocodrilo, pero él nunca se rinde. Tuvo suerte en eBay, en la categoría «marroquinería pequeña vintage». Setenta euros. Y en pocos días ya la tenía.

La obsesión es una enfermedad contagiosa: en su ausencia, quise verificar que el objeto encontrado era de verdad una réplica exacta del objeto perdido. Lo inspeccioné desde todos los ángulos. Y después lo abrí.

El vendedor había retirado el recambio anual, donde el anterior propietario debía de haber anotado sus citas, invitaciones o secretos, pero en el bolsillo interior había quedado escondida una pequeña agenda telefónica. Automáticamente empecé a hojearla. Es posible que estuviera poco concentrada, puesto que no fue hasta la tercera página cuando un primer apellido llamó mi atención: ¡Cocteau! ¡Sí, Cocteau: rue Montpensier, 36! Recuerdo sentir un escalofrío y quedarme sin aliento al descubrir Chagall: place Dauphine, 22. Mis dedos recorrían la agenda como locos: Giacometti, Lacan… Y después todos los que siguen: Aragon, Breton, Brassaï, Braque, Balthus, Éluard, Leonor Fini, Leiris, Ponge, Poulenc, Signac, Staël, Sarraute, Tzara… Veinte páginas donde se sucedían por orden alfabético los nombres de los mayores artistas de la posguerra. Veinte páginas que había que releer para creérselas. Veinte asombrosas páginas, como un listín telefónico íntimo del surrealismo y del arte moderno. Veinte páginas que acaricié con una mirada estupefacta. Veinte páginas que rocé, casi sin respirar, temiendo que fueran a desintegrarse o que fuesen producto de un sueño. Y al final de todo, como para datar el tesoro, un calendario de 1952, que demostraba que la libreta había sido comprada en 1951. Nunca más le reprocharía a T. D. que hubiese perdido algo.

Por supuesto, quise saber quién había escrito todos esos nombres con tinta marrón. ¿Quién podía conocer y codearse con todos esos genios del siglo XX? ¡Por fuerza, otro genio!

Sería más honesto admitir que yo no decidí nada. No escogí esa agenda; fue una irrupción, se impuso, se me impuso…

Ya había caído en la trampa, incapaz de resistir la llamada de aquellos nombres, como un perro policía al que se le da a oler una prenda de alguien que ha desaparecido. Busca… Busca…

Me dejo llevar antes incluso de saber quién se esconde detrás de esa caligrafía. Corro tras un fantasma, fascinada por sus amigos antes que por su vida. Todavía no sé cómo se llama, pero esas páginas son como una pequeña cerradura a través de la cual observo un mundo desaparecido que no tiene parangón.

libro-4

Michèle S.

Hameau de la Chapelle
Cazillac

El sello de correos da fe de que el paquete viene de Brive-la-Gaillarde. ¿Cómo unas direcciones tan parisinas pueden venir de Brive-la-Gaillarde?

El anuncio de eBay precisaba que el vendedor era un anticuario de una aldea a unos treinta kilómetros de Brive llamada Cazillac, un encantador pueblo del departamento de Lot, en los verdes valles del Causse de Martel. Cazillac, con menos de quinientos habitantes, es conocida, aunque no demasiado, por su iglesia románica, una torre del siglo XII, unos lavaderos, una panadería y la cruz Sauvat que marca de manera simbólica el paralelo 45, a medio camino entre el Polo Norte y el ecuador. ¡De ahí viene mi agenda! De un punto perdido en la Tierra, pero que se encuentra exactamente en el medio de nuestro hemisferio.

Encontré el nombre de un artista surrealista originario de la zona. ¿Pero quién conocía a Charles Breuil? Según parece, ni Breton, ni Braque, ni Balthus.

Sin embargo, Édith Piaf sí que era una visitante habitual del Causse de Martel. En los años cincuenta, el gorrión de París (la Môme) se había alojado varias veces en una casa de reposo a pocos kilómetros de Cazillac. Al anochecer, iba a rezar a una pequeña iglesia destartalada que estaba incrustada en la roca. Incluso financió la restauración de los vitrales y le hizo prometer al sacerdote que mientras ella viviera mantendría el secreto. ¿Y si la agenda era de Piaf? Había sido amiga de Cocteau, conoció a Aragon durante la liberación y Brassaï la fotografió.

No obstante, la vendedora de la agenda acabó bruscamente con toda especulación acerca de Piaf y Cazillac cuando respondió enseguida a mi primer mensaje: «Hace muchos años compré un lote de dos agendas Hermès en una subasta maravillosa en Sarlat, en el Périgord. No sé nada más, pero conozco al responsable de la casa de subastas, puedo preguntarle si guarda alguna información sobre los vendedores. No le prometo nada, pero la mantendré informada».

Cumplió con su promesa al cabo de un mes. El vendedor había sido en realidad una vendedora, originaria de Bergerac, que había llevado la agenda en persona, junto con otros objetos, a casa del subastador. Michèle también encontró la fecha exacta de la subasta: el 24 de mayo de 2013, en Sarlat.

Para saber más al respecto, me sugirió que contactase con el responsable de la casa de subastas, pero me resultó difícil encontrarlo —o estaba de vacaciones u ocupado, a todas luces indiferente ante mi novelesco hallazgo—. «Apenas conozco a la pareja de vendedores, además hace poco se mudaron muy lejos de la región. Es bastante probable que no tengan ninguna relación con los antiguos dueños de las agendas. O que no quieran oír hablar del tema».

Saltaba a la vista que él tampoco tenía ganas de «oír hablar del tema». Con unas pocas frases y dos o tres conversaciones rápidas, básicamente se esforzó en impedirme el acceso a los antiguos propietarios.

Para ablandarlo, le conté que mi padre también dirigía una casa de subastas. ¡No era mentira! De pequeña pasaba allí días enteros, jugando entre los muebles de formica y los armarios provenzales, abriendo cajas de hojalata oxidadas y cajones que chirriaban. Siempre esperaba encontrar algún tesoro escondido entre los viejos álbumes, los relojes de bolsillo puestos de cualquier manera entre las llaves, o bajo las pilas de sábanas todav

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