Diario 1936-1950

André Gide

Fragmento

cap-1

PRÓLOGO

Último acto

«El final de la vida… Último acto un poco lánguido; llamadas del pasado; repeticiones. Uno quisiera un inesperado resurgir, y no sabe qué inventar».

29 de julio de 1941

Una tarde de primeros de enero de 1936, por las mismas fechas en que comienza este volumen de su Diario, André Gide recibió en su domicilio la visita de dos jóvenes. Eran delegados de las Juventudes Comunistas, que acudían a él con el objeto de pedirle apoyo moral y financiero para fundar un Club de la Juventud del distrito VII. Pretendían, además, que Gide aceptara ser presidente honorario del club.

En el distrito VII se halla la rue Vaneau, en cuyo número 1 bis vivía el escritor desde 1928. Pese a su fama de tacaño, Gide concedió a los dos delegados lo que le solicitaban. Éstos, además, le pidieron un breve texto y una fotografía suya, a fin de reproducirlos en su boletín. De nuevo Gide satisfizo sus deseos: les mandó una fotografía (con la dedicatoria: «A los jóvenes del 7.º, su camarada y amigo André Gide»), y adjuntó a la misma una especie de carta abierta, de más o menos dos cuartillas de extensión.

Cabe imaginar lo contentos que quedarían los dos jóvenes delegados, con todas sus expectativas colmadas. Justo un año después, sin embargo, en enero de 1937, ni ellos ni los restantes miembros del Club de la Juventud del distrito VII se arredraron a la hora de dirigir al mismo Gide una carta en la que, reprobándolo duramente, lo declaraban «indigno» de ser su presidente de honor y le retiraban el nombramiento.

¿Qué había hecho Gide para que pasara algo así?

Es bien sabido. En junio de 1936 había viajado a la URSS, había permanecido allí más de dos meses, había experimentado una profunda decepción frente a la realidad de la que había sido testigo, y había escrito, al poco de volver a Francia, Regreso de la URSS, una crónica de su progresivo desencanto.

Regreso de la URSS se publicó en noviembre de 1936, y el libro produjo una verdadera conmoción tanto en Francia como fuera de ella. En pocas semanas se vendieron decenas de miles de ejemplares. El escándalo que produjo fue todavía superior al que había supuesto, cinco años atrás, la pública adhesión de Gide a la causa del comunismo. En un ambiente político tan tenso y polarizado como el que imperaba en Francia y en toda Europa por aquellas fechas, con España sumida en una guerra civil en la que el soterrado apoyo de la URSS al bando republicano constituía para éste la única esperanza de resistir a las fuerzas rebeldes, alentadas y sostenidas por los regímenes fascistas de Italia y Alemania, la pública apostasía de Gide, que en los últimos años venía desempeñando muy activamente el papel de «santón» del comunismo internacional, suponía un golpe bajo, por así decirlo.

Gide fue objeto de un repudio generalizado por parte de la izquierda prosoviética, que en lo sucesivo iba a negarle el pan y la sal. Ni siquiera sus más cercanos «compañeros de viaje» —como André Malraux o Jef Last— osaron salir en su defensa. Por mucho que él mismo no hubiera abjurado de su profesión de fe comunista, limitándose a marcar distancias respecto a la forma en que el comunismo venía implantándose en la URSS, el nombre de Gide se convirtió en anatema entre la izquierda francesa, como poco antes entre la derecha. Ya nunca, en lo sucesivo, iba a romperse el relativo aislamiento en que quedó su figura, juzgada por unos con severidad y por otros con condescendencia, según el grado de frivolidad que le atribuyeran.

Parecía estar repitiéndose el mismo proceso que había tenido lugar cuando Gide viajó al Congo, diez años antes. También a su regreso de allí, en 1926, se sintió llamado a dejar testimonio de su experiencia, a despecho de las reacciones consternadas a que previsiblemente iba a dar lugar. En aquel entonces, las grandes compañías coloniales, cuyos intereses se veían contrariados, y la susceptibilidad de la derecha nacionalista, enojada por ver empañada la grandeur de Francia, sometieron a Gide a una violenta campaña de descalificaciones. Lejos de arredrarse, él redobló su apuesta, publicando, meses después de Viaje al Congo (1927), El regreso del Chad (1928), donde no sólo ampliaba el testimonio acusatorio de las condiciones de explotación del África Ecuatorial Francesa, sino que lo complementaba con un grueso apéndice documental.

También a los pocos meses de haber publicado Regreso de la URSS, Gide dio a la luz, en junio de 1937, Retoques a mi «Regreso de la URSS», donde salía al paso de las «numerosas injurias» de que venía siendo objeto en los últimos meses, aportando asimismo un gran acopio de datos y estadísticas. Cuesta hacerse una idea, desde la actualidad, del tono y del volumen de esas injurias, pronunciadas por parte de figuras tan destacadas —y hasta hacía poco tan estrechamente asociadas a Gide— como Romain Rolland o Paul Nizan. Y cuesta hacerlo porque, como la de Viaje al Congo, la lectura de Regreso de la URSS se le antoja al lector un testimonio bastante tibio y muy matizado —muy poco enconado, en cualquier caso— de la realidad contemplada.

Conviene recordar que Gide viajó finalmente a la URSS muy presionado por los representantes de las autoridades soviéticas, que buscaban en esa visita un efecto publicitario. Gide, que se había venido mostrando reticente respecto a ese viaje, accedió a emprenderlo a condición de escoger a sus acompañantes. Éstos serían el editor de origen ruso Jacques Schiffrin y los escritores Eugène Dabit, Louis Guilloux, Jef Last y Pierre Herbart. Su elección tenía para Gide el objetivo de asegurarse de que sus experiencias iban a poder ser contrastadas. Como él mismo recordaba en sus Retoques..., «de estos cinco compañeros, dos llevaban mucho tiempo inscritos en el Partido Comunista, del que eran miembros muy abnegados, muy activos», y otros dos «hablaban ruso». Pierre Herbart llevaba ya seis meses viviendo en Moscú, y para Jef Last se trataba del cuarto viaje que hacía al país. Datos que importa tener presentes a la hora de desmentir la presunción de que Gide apenas pudo percatarse de la realidad que tenía frente a sus ojos, cuidadosamente velada y distorsionada por los agentes soviéticos, siempre cuidadosos de que no dirigiera sus pasos —pero tampoco la vista y mucho menos la palabra— a otros escenarios y personas que los previamente seleccionados por las autoridades.

Para escribir Regreso de la URSS, Gide se sirvió de las notas de diario realizadas en los que se conocen como «Cuadernos de la URSS» (no incluidos en esta edición), cuyo contenido apenas ocupa dos docenas de páginas. En las notas apresuradas que alcanzó a realizar durante el viaje queda constancia del trato privilegiado del que fue objeto ya desde su misma llegada; también de las constantes manifestaciones de afecto de la población, cabe sospechar que en buena medida inducidas. Desde Moscú, Gide viajaría a San Petersburgo y desde allí el grupo que formaban él y sus acompañantes realizaría un tour por varias ciudades rusas. Un día tras otro se suceden los actos oficiales, las entrevistas con personalidades de todo tipo, las visitas culturales, las visitas a fábricas y escuelas, los encuentros con representant

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