El zorro rojo

Paul Preston

Fragmento

Agradecimientos

Agradecimientos

Este libro nació en los años setenta cuando empecé a recopilar información sobre la resistencia antifranquista. Entonces, y hasta ahora, hablé con frecuencia con muchos de los protagonistas de este libro, incluido el propio Santiago Carrillo. Muchos de los que compartieron sus recuerdos y opiniones conmigo ya han fallecido, pero me gustaría expresar aquí mi gratitud hacia ellos: Santiago Álvarez, Manuel Azcárate, Rafael Calvo Serer, Fernando Claudín, Tomasa Cuevas, Carlos Elvira, Irene Falcón, Ignacio Gallego, Jerónimo González Rubio, Carlos Gurméndez, Antonio Gutiérrez Díaz, K. S. Karol, Domingo Malagón, José Martínez Guerricabeitia, Miguel Núñez, Teresa Pàmies, Javier Pradera, Rossana Rossanda, Jorge Semprún, Enrique Tierno Galván, Manuel Vázquez Montalbán, Francesc Vicens y Pepín Vidal Beneyto.

A lo largo de los años también he hablado de los temas de este libro con amigos y gente que aparece en él. Estoy muy agradecido por todo lo que aprendí de Beatriz Anson, Jordi Borja, Natalia Calamai, William Chislett, David Ginard i Féron, María Jesús González, Fernando Hernández Sánchez, Esther López Sobrado, Aurelio Martín Nájera, Teresa Miguel Martínez, Rosa Montero, Michael Richards, Ana Romero, Nicolás Sartorius, Miguel Verdú y Ángel Viñas Martín.

Por último, este libro no hubiera sido posible sin los amigos que me han ayudado a encontrar información, me han facilitado interpretaciones y han leído capítulos: Javier Alfaya, Nicolás Belmonte Martínez, Laura Díaz Herrera, Helen Graham, Susana Grau, Gregorio Morán, Linda Palfreeman, Sandra Souto Kustrin y Boris Volodarsky. A ellos, mi agradecimiento.

Prólogo

Prólogo

Esta es la compleja historia de un hombre importante. Entre 1939 y 1975, el Partido Comunista de España fue el más firme opositor al régimen de Franco Como su líder efectivo durante dos décadas, Santiago Carrillo fue probablemente el enemigo izquierdista más consistente del Dictador. Otra cuestión es si a Franco le preocupaba la oposición de izquierdas. No obstante, la ausencia de una figura comparable en el movimiento anarquista o socialista hace que el título recaiga incuestionablemente en Carrillo.

La suya fue una vida de fases claramente diferentes y aparentemente contradictorias. En la primera mitad de su vida política, en España y en el exilio desde mediados de los años treinta hasta mitad de los setenta, desde la izquierda fue admirado por muchos como un revolucionario y pilar de la lucha antifranquista, y odiado por otros por considerarle un estalinista sepulturero de la revolución. Para muchos partidarios de la derecha era un monstruo denigrado como un asesino de masas por sus actividades durante la Guerra Civil Carrillo se dio a conocer como un impetuoso líder de las Juventudes Socialistas cuya retórica incendiaria contribuyó, en no despreciable medida, a los sucesos revolucionarios de 1934. Tras dieciséis meses en prisión abandonó y traicionó al Partido Socialista al llevarse su movimiento Juvenil al Partido Comunista. Esta «dote», así como su incondicional lealtad a Moscú, fueron recompensadas durante la Guerra Civil con un rápido ascenso en las filas comunistas Con menos de veintidós años se convirtió en el jefe de Orden Público de la asediada capital de España y adquirió una perdurable notoriedad por su supuesto papel en los episodios conocidos genéricamente como Paracuellos, la eliminación física de prisioneros derechistas. Después de la contienda fue un fiel apparatchik que, gracias a su destreza y despiadada ambición alcanzó el liderazgo del Partido Comunista.

En el transcurso de la segunda mitad de su carrera política, desde mitad de los años setenta hasta su muerte en 2012, llegó a ser visto como un tesoro nacional por su contribución al restablecimiento de la democracia. Desde su regreso a España en 1976 hasta 1981, sus habilidades, refinadas en las luchas internas de poder del PCE, fueron aplicadas en el terreno de la política nacional. Durante los primeros años de la transición parecía como si los intereses del PCE coincidieran con los de toda la población. Su moderación en aquel tiempo y sobre todo su valentía la noche del 23 de febrero de 1981, lo canonizaron como un pilar crucial de la democracia. Después de esto, volvió a su papel de líder del partido y fue arrollado por el conflicto generacional. Entre 1981 y 1985 presidió la destrucción del PCE que a lo largo de cuarenta años había conformado a su imagen y semejanza. Por ello, al final de su vida y en su muerte fue objeto de numerosos tributos y panegíricos de la clase dirigente española, desde el rey hasta importantes pesos pesados de la derecha.

Las vicisitudes de la carrera política de Carrillo plantean la cuestión de si simplemente era un cínico o un inteligente camaleón. En 1974, negando la existencia del culto a la personalidad en el PCE, proclamaba:.«Jamás permitiré propaganda alguna de mi persona».1 Dos años más tarde anunciaba:.«No escribiré nunca mis memorias porque un político no puede decir la verdad.»2 Ya había contradicho la primera de esas negativas en discursos e informes internos del partido, en los que fraguaba el mito de un abnegado luchador por la democracia. Asimismo, en sus últimas cuatro décadas publicó numerosas crónicas de su vida en un sinfín de entrevistas, en más de diez de los muchos libros que él mismo escribió y en otros dos que dictó.3 En ese sentido compartía con Franco el afán por reinventar y enriquecer constantemente la historia de su vida.

Así pues, este relato de una vida fascinante difiere de forma significativa de las numerosas versiones ofrecidas por él, que se cotejan aquí con una copiosa documentación y las versiones de amigos y enemigos. Aquí hay poco sobre la vida personal de Carrillo. Desde que, con trece años, empezó a trabajar en el taller de imprenta del Partido Socialista hasta su retirada de la política activa, parece que vida personal se permitía poca Sus días estuvieron dominados por su actividad política.4 Pese a la aparente sociabilidad y locuacidad de Carrillo, esta es la historia de un hombre solitario Uno a uno, dio la espalda a aquellos que le ayudaron: Largo Caballero, su padre, Segundo Serrano Poncela, Francisco Antón, Fernando Claudín, Jorge Semprún, Pilar Brabo, Manuel Azcárate o Ignacio Gallego, entre otros La lista es muy extensa En su ansia por medrar siempre estuvo dispuesto a traicionar o denunciar camarada

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