Isaiah Berlin

Michael Ignatieff

Fragmento

Prefacio a la edición española

PREFACIO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

Cuando Isaiah Berlin murió en 1997, fue recordado, en obituarios, homenajes y conmemoraciones, como el mayor filósofo liberal de una época liberal. Su liberalismo, además, era muy inglés: tolerante, con sentido del humor, culto, compasivo y escéptico. Este tipo de pensamiento ha gozado de muchos admiradores por toda Europa, quizá también en España, pero no de discípulos o movimientos que proclamen haberse inspirado en él. El liberalismo de Berlin nunca dio lugar a una ideología, pues no puede ser reducido a los eslóganes propios de una plataforma política, y su intención nunca fue la de resolver los urgentes problemas sociales y económicos de su tiempo. Su liberalismo nunca constituyó una doctrina, sino más bien una psicología de la vida liberal. Trató de entender, mediante ejemplos extraídos de la historia y la cultura europeas, qué significa vivir con libertad, a qué dilemas morales se ha de enfrentar una persona libre de forma recurrente y cómo debe elegir cuando, como inevitablemente sucede, los propios valores liberales —justicia, piedad, tolerancia, libertad— entran en conflicto los unos con los otros. Su liberalismo se nutrió de una extensa lectura de la historia rusa y europea, de su propia experiencia como judío ruso y de los lugares en Inglaterra donde se sintió como en casa, en las salas comunes de las universidades británicas, en los clubes, las cenas, los conciertos y las fiestas de la clase media y alta londinense.

Veinte años después de su muerte, el mundo se ha convertido en un lugar muy distinto. La Inglaterra de Berlin se está alejando de Europa y dirigiéndose hacia un futuro incierto. La unidad y la democracia españolas —uno de los mayores logros de la integración europea del siglo XX— se enfrentan a desafíos inesperados. Y, sobre todo, ya no vivimos en una época liberal. Ya no pensamos, como tal vez sí hicimos después de la caída de la Unión Soviética en 1989, que el curso de la historia está conduciendo a todas las sociedades, sobre todo a las europeas, hacia un futuro democrático y liberal. En Rusia, China, Turquía y en muchos otros países de Europa del Este, África y Asia, una nueva clase de gobierno con un partido único y antipluralista está tomando forma, y parece que ha llegado para quedarse como competidor de la democracia liberal. En las mismas democracias liberales, el amplio espacio en el centro del espectro político, donde el liberalismo y sus virtudes florecían —tolerancia, civilidad, compasión y sentido del humor—, se encuentra ahora vacío. Los famosos versos del poeta irlandés William Butler Yeats “los mejores no tienen convicción, y los peores / rebosan de febril intensidad” describen el talante político de las sociedades democráticas. Esa convicción se ha desplazado hacia los extremos, a los nacionalistas, a los populistas, a los demagogos de derechas y a los ideólogos de izquierdas.

No es relevante preguntarse qué hubiera pensado Isaiah Berlin de todos estos acontecimientos. Tratar de hacer de ventrílocuo de los muertos es una tarea inútil. No obstante, sí es conveniente identificar los elementos de su vida que continúan ofreciéndonos una guía y cierta lucidez incluso en unos tiempos como los nuestros. Berlin sigue siendo relevante, se podría afirmar, porque su pregunta fundamental —cómo vivir con libertad— es más que nunca la nuestra, en una época en la que, a causa de los nuevos medios digitales y de las políticas tecnológicas de persuasión y manipulación que han surgido a su alrededor, es muy difícil distinguir entre conocimiento y opinión, rumor y hecho, verdad y ficción. Cuestiones esenciales de una vida libre, como pensar por uno mismo, albergar ideas propias o elegir frente a situaciones complejas e inciertas, nunca habían sido tan complicadas. Sigue siendo nuestra tarea mantener la frágil independencia del juicio de cada uno, y los ensayos y estudios históricos de Berlin aún resultan una guía inestimable hacia la disciplina interna, las referencias históricas y el conocimiento filosófico que necesitamos para seguir siendo personas independientes, así como ciudadanos responsables, en el nuevo y turbulento mundo de la política del siglo XXI. Su propia vida —sobre la cual se habla en estas páginas— constituyó una muestra silenciosa de qué significa vivir con libertad. Integró todas las partes de sí mismo, que en otra persona se habrían roto en pedazos: las raíces rusas, la tradición judía, el posterior carácter inglés, las heterogéneas pasiones intelectuales por la historia, la biografía, la ética y la filosofía. De hecho, hizo más que aunar todas esas piezas. Su vida era una obra maestra de autodefinición. Insistía, en su tono silencioso y de desprecio por sí mismo, que sería la clase de filósofo, de judío y de inglés que le viniera en gana. Detrás de su genial, divertida y encantadora fachada había un hombre con la suficiente confianza para mantener, contra toda vicisitud, un proyecto de vida liberal: abierto al mundo, dispuesto a admitir errores, sin dejar nunca de aprender, recordando siempre a los excluidos, los oprimidos y los rechazados, y alentando siempre la libertad de los demás. Logró que este proyecto de vida pareciera fácil, pero constituye toda una hazaña que aún nos puede inspirar hoy en día.

1. Albany

1. ALBANY

El Albany está situado detrás de un pequeño patio de carruajes cercano a Piccadilly, frente a la librería Hatchards y los almacenes Fortnum & Mason’s. Esta institución se fundó en el siglo XVIII como residencia para caballeros con propiedades en el campo que buscaban un pied-à-terre en la ciudad. En el alargado vestíbulo que conduce hacia el jardín hay un busto de Byron, que vivió allí en 1816, y placas dedicadas a otros ilustres victorianos, lord Melbourne, lord chancellor Eldon y el vizconde de Palmerston. Todas las instituciones masculinas inglesas —las escuelas privadas, los colegios de Oxford y Cambridge, los clubs londinenses, los Inns of Court— tienen un parecido familiar, y el Albany pertenece a esa familia. El corredor es de techos altos, frío y austero; en el suelo relucen las baldosas de mosaico y en la parte alta de las paredes hay paneles bruñidos donde se enumeran los secretarios de la junta directiva sin interrupción desde 1799.

Sus habitaciones están en el extremo de una pasarela de madera cubierta que se extiende a lo largo de todo el jardín. Enmarcados por ventanas de guillotina, entre cortinas, se ven señores que toman el té en sus salas

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