Frida

Hayden Herrera

Fragmento

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Nuestro profundo agradecimiento por el permiso de reproducción:

Extractos de The Fabulous Life of Diego Rivera, de Bertram D. Wolfe. Copyright © 1963, Bertram D. Wolfe. Reproducidos con el permiso de Stein and Day Publishers. [En la presente edición, las citas textuales de esta obra se han extraído de Bertram D. Wolfe, La fabulosa vida de Diego Rivera, Mario Bracamonte (trad.), México D. F., Editorial Diana, 1994 (1.ª ed.: 1972).]

Citas de My Art, My Life, de Diego Rivera, reproducidas con el permiso de Lyle Stuart, Inc. [En la presente edición, las citas textuales de esta obra se han extraído de: Diego Rivera y Gladys Stevens March, Mi arte, mi vida, H. González Herrero (trad.), México D. F., Editorial Herrero, 1963. Allí se explicita: «Debido a la relevante personalidad de Diego Rivera, se ha considerado oportuno respetar íntegramente las frases emitidas por él y que aparecen en la edición original en inglés».]

Versos de «I Paint What I See», Poems and Sketches of E. B. White, de E. B. White. Publicación original en The New Yorker. Copyright © 1933, E. B. White. Reimpreso con el permiso de Harper & Row, Publishers, Inc.

Los dibujos decorativos del Sol y la Luna, que se encuentran en las portadillas de cada parte y de cada capítulo, son de John Herrera.

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A Philip

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PRÓLOGO

FRIDA KAHLO Y EL NACIMIENTO DE LA FRIDOLATRÍA

Frida, la cabrona insolente. Frida, la artista discapacitada. Frida, el símbolo del feminismo radical. Frida, la víctima de Diego. Frida, el icono chic, de género fluido, hermosa y monstruosa. Bolsas con la cara de Frida, llaveros de Frida, camisetas de Frida. Y ahora, también, una nueva muñeca Barbie inspirada en Frida (sin uniceja). Frida Kahlo se ha sometido al escrutinio mundial y a la explotación comercial. Se la han apropiado curadores de arte, historiadores, artistas, actores, activistas, consulados mexicanos, museos e incluso Madonna.

Con los años, esta avalancha ha trivializado la obra artística de Kahlo para hacerla encajar en una «Fridolatría» simplificada. Y, a pesar de que algunos críticos han logrado contrarrestar las voces que la tildan de artista naïve, infantil y casi involuntaria, la mayor parte de las opiniones han perpetuado la imagen de pintora geográficamente marginal: otra artista más del mundo en vías de desarrollo a la espera de ser «descubierta», otro sujeto más, sin voz propia, a la espera de ser «traducido».

En 1938, Frida Kahlo pintó Lo que me dio el agua, tal vez el cuadro que más contribuyó a propulsar su carrera internacional, pero también el malentendido internacional en torno a su figura. En esta especie de autorretrato, vemos los pies y las pantorrillas de Kahlo en una bañera y, flotando sobre ellos, como si emanara del vapor, un paisaje compuesto como un collage: un volcán en erupción del que emerge un rascacielos; un pájaro muerto que yace sobre un árbol; una mujer estrangulada; un vestido de tehuana dramáticamente extendido; una pareja de mujeres que descansan sobre un corcho flotante. Kahlo estaba inmersa en la creación de Lo que me dio el agua cuando el surrealista francés André Breton llegó de visita a México. Se quedó embelesado al ver la pintura. Dijo que Kahlo era una «surrealista natural» y, en el catálogo de la primera exposición de Frida en Nueva York, en la galería de Julien Levy, que tuvo lugar en 1938, escribió: «Mi asombro y regocijo no conocían límites cuando descubrí, al llegar a México, que su obra había florecido, produciendo en los últimos cuadros un surrealismo puro, y eso a pesar del hecho de que todo fue concebido sin tener conocimientos anteriores de las ideas que motivaron las actividades de mis amigos y mías».

A pesar de que el epíteto de «surrealista natural» facilitó la traducción del sentido de los cuadros de Kahlo para el público europeo y estadounidense, ella siempre lo rechazó. Verse proyectada como «surrealista» en Europa ayudaba a los espectadores a comprender su obra de un modo más inmediato, más fácil de digerir. La consideraban una mexicana auténtica, pero con un toque internacional. Sin embargo, ser categorizada de «surrealista natural» también la transformó en una especie de «buen salvaje» de las artes: sin conciencia de su talento, desconocedora de su gran maestría. Después de su primera exposición en Estados Unidos, un crítico de la revista Time describió su obra de este modo: «Los cuadros de la pequeña Frida, en su mayoría óleos en cobre, tienen la elegancia de las miniaturas, los vivos matices rojos y amarillos, propios de la tradición mexicana, y la juguetona y sangrienta fantasía de una niña poco sentimental».

Difícilmente se puede decir que Kahlo fuese una ingenua que no supiera lo que estaba haciendo ni quién era. Al contrario: sabía muy bien cómo sacar partido de los elementos de su vida privada y de su herencia cultural. Los organizaba y transformaba, los utilizaba para construir su personaje público. Kahlo era una mujer mestiza, nacida en la Ciudad de México, que había adoptado un look tradicional de zapoteca-tehuana. Su padre, de origen alemán, se llamaba Carl Wilhelm Kahlo, aunque solían llamarle Guillermo. Era un fotógrafo de prestigio y la familia vivía en una mansión neocolonial en Coyoacán, la famosa Casa Azul. Frida Kahlo era más que consciente de las complejas implicaciones de la individualidad que estaba creando y manipulando. En una fotografía de 1939, tomada durante la inauguración de la primera exposición de Kahlo en París, posa delante de Lo que me dio el agua. Lleva puesto un vestido de tehuana y su uniceja se ve todavía más marcada por un perfilador de ojos negro: Frida representando a Frida. (No está claro cuál de los dos es la obra de arte, el cuadro o la autora del cuadro.)

Por supuesto, el modo en el que se leían el arte y el personaje de Frida Kahlo dentro de México distaba mucho del modo en que estos se tradujeron a otros países y medios culturales. Igual que Breton había calificado su arte de «surrealista natural» y había enmarcado su obra en un discurso que la propia Frida no compartía, muchos otros hicieron algo similar con distintos aspectos de su vida pública y privada.

Un ejemplo interesante de esto es el de la casa-estudio en la Ciudad de México, en la que Diego Rivera y ella vivieron y trabajaron durante varios de los años más productivos de ambos, a lo largo de la década de 1930. La diseñó Juan O'Gorman, el joven arquitecto que en esa época era pionero en los radicales cambios arquitectónicos que vieron la luz en la Ciudad de México postrevolucionaria. Antes de la Revolución mexicana (1910-1920 aprox.), en el país dominaba la arquitectura neoclásica y colonial propia del siglo XIX. Las mansiones de influencia francesa repartidas por la ciudad eran solitarios homenaje

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