Alto y claro

Jaime Peñafiel

Fragmento

cap-1

Prólogo

Mi querido amigo Miguel Ángel Mellado, que fue mi compañero en El Independiente y en El Mundo y que me conoce desde hace décadas, escribía para el prólogo de Los tacones de Letizia, exitoso lanzamiento de La Esfera de los Libros, con más de diez ediciones:

Jaime Peñafiel es joven y mayor: joven por su inagotable curiosidad y afán por enterarse de todo y por contarlo el primero; y mayor, por todo lo que sabe y acumula. Lleva tantos años en esto que es un pozo petrolífero sin fondo: pinchas un poco, ahondas unos centímetros, sin necesidad de entrar en barrena y del Rey abajo no deja pájaro con pluma.

Con los años, Peñafiel se ha ido radicalizando, cuando lo lógico es caer por agotamiento en la sensatez […] Quizás todo sea consecuencia, como él dice, de haber estado veintidós años agitando el botafumeiro, incensando a todo tipo de reyes, los de dentro y los de fuera […] Letizia ha tenido algo que ver en la metamorfosis crítica del periodista especializado en el irreal mundo de los reyes. Los lectores que disfrutan con el periodismo de mosca cojonera (con perdón) han de estar muy agradecidos a doña Letizia. Así como la sangre de San Pantaleón se licua una vez al año, casi todas las semanas la sangre de Jaime hierve con la crítica hacia los habitantes del Palacio de La Zarzuela y los de otros palacios.

Peñafiel se ha peleado en público con Letizia […] La experiodista arremetió contra el periodista, teniendo como mudos testigos al entonces príncipe Felipe y a quien entonces era el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, porque según ella este había escrito sobre su abuelo el taxista, sobre unos langostinos y sobre sus tacones de quince centímetros utilizados por la cenicienta asturiana. «Mírame a los ojos, ¿tú crees que estoy triste?». Con estas palabras, Letizia Ortiz Rocasolano desafiaba a Jaime Peñafiel dando rienda suelta a un enfado que se venía gestando desde el anuncio de su compromiso con el príncipe Felipe. Ante ella, un periodista «leal, pero no cortesano», de estilo afilado e irónico.

Peñafiel, con oficio, cínicamente se plegó a las críticas y mirando fijamente a los ojos de su ofendida, y tras recitarle un poema, le dio el remate diciéndole: «Letizia, en las distancias cortas ganas mucho».

Sucedió al día siguiente de la boda del príncipe Haakon y Mette-Marit en Oslo, donde el príncipe y Eva Sannum, su novia entonces, aparecieron juntos por primera vez en público. Ella, con un polémico traje de noche muy escotado por delante y mucho más por la espalda, como una Eva antes del pecado original.

Al coincidir con Felipe, a la hora del desayuno, en el hotel donde nos alojábamos en la capital noruega, decidí acercarme para preguntarle:

—¿Ha leído la prensa hoy? —le pregunté.

—No, no he visto aún los periódicos —me contestó.

—En todos aparecen fotografías de usted bailando con Eva Sannum.

—¿Y qué? ¡Normal! Estaba invitada y estuvimos juntos —me contestó Felipe con gesto crispado y algo subido de tono.

En otra ocasión quien le atacó sin perder la compostura profesional fue la Reina por algo que había escrito Peñafiel, a propósito de la visita oficial del presidente Jatami, sobre la preocupación de doña Sofía por la comida sana y vegetariana:

—Es que usted me ha llamado fundamentalista y yo no lo soy.

Al parecer, lo que a la Reina le escocía eran ciertas revelaciones íntimas en el libro de Jaime ¡Dios salve a la Reina! acerca de la vida conyugal de la regia pareja en plantas diferentes de la Zarzuela.

Todo esto es consecuencia, además, de cierto arrojo e independencia de Jaime al no estar secuestrado por el síndrome del cortesano.

[…] Este proceder le ha valido a Peñafiel entretejer una red de guerrilleras/os informante muy sui generis a través de cartas, llamadas telefónicas, paradas por la calle o visitas en procesión de señoras de la alta, mediana y baja sociedad, que acuden a contarle sus secretos al restaurante donde come casi todos los días.

Entre la sorprendente fauna de admiradores de Jaime Peñafiel es reseñable el más iconoclasta de todos, el trovador Joaquín Sabina, autor de un soneto dedicado al periodista en el que viene a decir que si en la Corte de los Borbones no existiera Peñafiel, habría que inventarlo.

 

Aunque vale uno más por lo que calla  

que por el grito A golpe de memoria,  

sabrás que compartir una medalla 

con un tal Baudelaire me sabe a gloria. 

Lo infernal de este curro es dar la talla 

sin ejercer de burro de otra noria 

dilapidar la renta de un canalla 

sin tirar la toalla de su historia. 

Qué tropa: hijos de Sánchez y Borbones  

lo dice un trovador republicano 

que sabe de princesas y adicciones.  

Porque te siento prójimo y lejano  

por ritos de la piel con costurones,  

bendito Peñafiel venga esa mano. 

 

Pero lo que sucede con la sensualidad, lo realmente atractivo no es lo que se ve o se lee, sino lo que se intuye. Hablamos de los «Chssss» de Peñafiel que aparecen todos los sábados en su página en El Mundo.

Los «Chssss» son un jeroglífico lleno de crípticas insinuaciones que parecen «poner» al personal. Los teléfonos de sus seguidores se calientan los sábados para poner nombre a las innominadas noticias telegráficas. Y en más de un lunes en la redacción del periódico se reciben llamadas para ver si podemos desvelar a quién se refiere Peñafiel en sus «Chssss». Obviamente la llave del arcano solo la posee el autor.

«Un día de estos me retiro y desaparezco para siempre», ha declarado en numerosas ocasiones.

Pero Peñafiel es como la reina de Inglaterra, un cargo vitalicio. Ella llevará siempre puesta la corona, hasta que se muera, y Jaime será de por vida un toca... coronas «por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo» que escribiera el tocanarices mayor del reino, un tal Quevedo.

Miguel Ángel, abusando de nuestra inquebrantable amistad, me he apropiado del prólogo que con tanta generosidad escribiste para Los tacones de Letizia, prólogo que, además de retratarme tal cual soy, lleva como subtítulo —¡oh, casualidad!— «Y otras curiosidades reales», que viene a decir poco más o menos lo mismo que el título del libro que tienes en tus manos, Alto y claro, aunque, como tú sabes muy bien porque me conoces como pocos, «yo valgo mucho más por lo que callo que por lo que cuento». De todas formas, procuraré hacer honor al contenido de tu prólogo y no defraudar al lector.

cap-2

Juanito

«En Roma ha dado a luz con toda la felicidad un hijo varón la princesa doña María de las Mercedes de B

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