Mi nombre es Broni

Bronislaw Zajbert

Fragmento

Título

Prefacio

LEO ZAIBERT1

Cuando hace algún tiempo Bronislaw Zajbert —mi querido tío Broni— me preguntó si estaría interesado en escribir un texto introductorio a sus memorias sobre el gueto de Lodz, le respondí que por supuesto que sí, que sería un gran honor para mí. Independientemente de ese honor, ésta no es una tarea sencilla. Por un lado, mi aporte fundamental es situar algunos de los eventos narrados por Broni dentro de un contexto relacionado con mi área de especialización. Sin duda, ha de resultar interesante establecer relaciones entre algunos de los eventos narrados y diversas discusiones éticas a las cuales les he dedicado atención a lo largo de mi carrera. Por ende, el marco que aquí ofrezco persigue resaltar la problemática ética que se destila de los eventos descritos por Broni. Por otro lado, sin embargo, el de Broni es un texto que se expresa por sí mismo y no necesita de marco alguno: su ineludible humanidad nos habla elocuentemente. Es por esta razón que mis breves palabras introductorias deben entenderse como una reflexión opcional y personal acerca del importe —o de un posible importe— de las memorias de Broni con respecto a algunos temas que he examinado durante mi carrera académica. Trataré de enfocarme primero en aspectos del texto de Broni que han de ser de interés general para cualquier persona con un mínimo de sensibilidad, y dejaré hasta el final algunas de mis reflexiones un poco más académicas sobre problemas éticos que las memorias de Broni iluminan.

Al momento de la invasión nazi, Lodz se había convertido en la segunda ciudad más grande de Polonia (luego de Varsovia) y uno de los centros industriales más importantes del país. En el ramo textil, Lodz era sin duda el más importante de toda Polonia y de sus alrededores. Dado este alto nivel de industrialización, esta ciudad era frecuentemente llamada “la Mánchester de Polonia”. Los estimados demográficos varían, pero el consenso es que la población judía de Lodz constituía más o menos un tercio del total (más de 200 mil de alrededor de 650 mil habitantes); polacos y alemanes constituían el grueso del resto, junto con otras minorías.2 Los nazis invadieron Lodz —a la que decidieron llamar Litzmannstadt, en conmemoración a la victoria de Karl Litzmann en la batalla de Lodz de 1914— el 8 de septiembre de 1939, apenas comenzaba la guerra. Pocas semanas después, y vistas las dificultades inherentes a eliminar una población judía tan grande, los nazis ordenaron la creación de un gueto al que debían trasladarse todos los judíos de la ciudad.

Hacia finales de abril de 1940 el gueto fue cerrado herméticamente —más que ningún otro—. Liberado por el ejército soviético en enero de 1945, semanas antes de la rendición final del régimen nazi, el de Lodz fue el último, de entre más de mil guetos establecidos por los nazis, en ser liquidado. Lodz también fue un gueto con una elevada tasa de mortalidad, por encima de 40%. Esta alta tasa era poco común en los guetos; pues, en general, los nazis los concibieron no como centros de exterminio en sí mismos, sino como una suerte de centros de acopio, en donde almacenaban y explotaban a los prisioneros judíos antes de asesinarlos, por lo general en centros de exterminio propiamente dichos, como Auschwitz. Al momento de la liberación de las más de 200 mil personas que pasaron por el gueto de Lodz, apenas 877 sobrevivían —incluidos Broni; sus padres (mis abuelos), León Zaibert y Hanna Herman, y su hermano menor (mi padre), Ignacio, nacido en 1939, unos pocos meses antes del comienzo de la guerra.

Siempre estuve convencido de los méritos de la idea de Broni de escribir sus memorias. Al fin y al cabo, no hay muchas crónicas de aquellos trágicos días que reúnan todos los elementos que encontramos en estos recuerdos. Junto a sus padres, Broni no sólo sobrevivió al gueto, sino que fue prisionero y esclavizado allí desde el principio mismo en el que el gueto fue inaugurado hasta su final liberación.3 Al igual que los otros prisioneros, Broni sufrió enormemente en el gueto; pero como muy pocos otros, presenció la totalidad de su larga existencia. Más aún, Broni también presenció aspectos de las diabólicas dinámicas que el gueto generó entre los prisioneros, incluidos miembros de su misma familia. El testimonio de Broni es absolutamente invaluable.

Casi todas las historias que Broni relata aquí ya las conocía; la inmensa mayoría, gracias a relatos que el mismo Broni ha compartido de viva voz con sus familiares, aunque alguna que otra la habría quizás escuchado directamente de mi abuela o leído en alguna carta escrita por mi abuelo. Aun así, el impacto que produjo en mí leer por primera vez las memorias de Broni fue notable. Parte de éste se debe a la voz de Broni, especialísima en al menos dos sentidos. El primer sentido tiene que ver con la manera tan contundente como el texto de Broni constituye una instancia del principio de organicidad, según el cual el todo suma mucho más que las partes: absorber todas estas historias, de una vez y por escrito, tiene un poderoso efecto —aun para alguien como yo que ya las conocía casi todas—; el ensamblaje de estas historias en una sola narración les confiere una fuerza y una profundidad tan inesperada como inusual. El segundo sentido se relaciona con el singular tono de la narración de Broni: sin afectación alguna, el Broni adulto rememora lo que el Broni niño presenciaba, y los efectos del abrupto y extemporáneo truncamiento de su niñez, inmediatamente seguido del paulatino pero terriblemente monstruoso colapso de toda su existencia. Este espontáneo desdoblamiento narrativo genera un texto sorprendente ecuánime y cuidadoso, profundamente humano y rico.

Broni se describe a sí mismo como un “niño serio”. Este aspecto, en esencia temperamental, podría de forma parcial, quizás, explicar esa ecuanimidad que acabo de mencionar: el texto emana un aire de objetividad y mesura. Independientemente de esta seriedad, es innegable que Broni era un niño con una gran capacidad de observación. Los recuerdos y las apreciaciones del niño Broni son a la vez precoces y sutiles. De esto hay muchos ejemplos que, sin duda, el lector descubrirá apenas se adentre en la lectura.

Otro aspecto significativo de la prosa de Broni es su extraordinaria eficiencia, ya que con frecuencia logra captar fenómenos terriblemente complejos con pocas pinceladas. Por ejemplo, sus descripciones de la pasmosa confusión de los adultos a su alrededor en las semanas anteriores a la guerra; o de la ignorancia generalizada entre sus familiares (y los amigos de sus familiares) con respecto al terrorífico alcance del antisemitismo nazi; o de su propia ingenua alegría al enterarse de que su madre estaría todo el tiempo en la casa, debido a que su tienda había sido confiscada por los nazis, o de la también ingenua indiferencia de sus compañeros del colegio (y suya propia) para quienes la obligación impuesta por los nazis a los judíos (y por ende a Broni) de portar distintivos en su vestimenta que los identificasen co

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos