Diario de una invasión

Andréi Kurkov

Fragmento

Prólogo

Prólogo

El 24 de febrero de 2022 no escribí apenas nada. Tras despertarme con el sonido de las explosiones de los cohetes rusos en Kiev, me planté en la ventana de mi apartamento durante más o menos una hora observando la calle vacía, consciente de que la guerra había comenzado, pero incapaz todavía de aceptar esa nueva realidad. Tampoco escribí nada durante los días siguientes. El viaje en coche, primero a Leópolis y luego a los montes Cárpatos, fue inimaginablemente largo debido a los atascos interminables. Un mar de automóviles procedentes de todas las demás regiones del país confluía en el estrecho embudo de carreteras que conducían hacia el oeste. Todos estaban intentando escapar para salvar a sus familias de la atrocidad de la guerra.

Solo cuando llegamos a Úzhgorod, donde unos amigos nuestros nos acogieron en su casa, me senté a un escritorio ajeno y abrí mi ordenador, no para escribir sino para leer las notas y los textos que había redactado a lo largo de los dos últimos meses. Trataba de descubrir en ellos una premonición de esta guerra. Encontré en esos apuntes mucho más de lo que esperaba.

Ucrania ha dado al mundo muchos ajedrecistas de primera categoría. Los buenos jugadores ven la partida con muchas jugadas de antelación. Tal vez los ucranianos lleven esa capacidad en sus genes, debido a la turbulenta historia de Ucrania y a su necesidad de prever y planificar el futuro de su país y de su familia a largo plazo.

Una experiencia dramática conduce a una percepción dramática del futuro. Sin embargo, como si de una broma divina se tratase, en el carácter nacional ucraniano, a diferencia del ruso, no existe el fatalismo. Los ucranianos no se deprimen casi nunca. Están programados para la victoria, para la felicidad, para la supervivencia en circunstancias difíciles, así como para el amor por la vida.

¿Han tratado ustedes alguna vez de mantener el optimismo durante una catástrofe o una tragedia, durante unas operaciones militares sanguinarias? Yo lo he intentado y continuaré haciéndolo. Soy una persona de etnia rusa que siempre ha vivido en Kiev. Percibo en mi visión del mundo, en mis comportamientos y en mi actitud hacia la vida un reflejo de la visión del mundo y los comportamientos de los cosacos ucranianos del siglo XVI, en una época en que Ucrania aún no había llegado a formar parte del Imperio ruso, cuando la libertad era para los ucranianos más valiosa que el oro.

Esta guerra nos ha echado de casa a mi familia y a mí. Me he convertido en uno de los millones de ucranianos desplazados. Sin embargo, me ha brindado asimismo la oportunidad de comprender mejor a Ucrania y a mis compatriotas. He conocido a centenares de personas y he oído centenares de historias. He adquirido puntos de vista sobre Ucrania que no acertaba a entender hasta ahora. Durante estos trágicos meses, los ucranianos han aprendido y comprendido muchas cosas acerca de su país natal y acerca de sí mismos. La guerra no es el mejor momento para tales descubrimientos, pero sin ella estos no habrían salido a la luz.

Este diario consta, en primer lugar, de textos que escribí en los dos meses previos al inicio del conflicto, seguidos de mis notas y ensayos en tiempos bélicos. Es tanto un diario privado como mi historia personal de esta guerra. Esta es mi historia, la de mis amigos, la de mis conocidos y la de personas que no conozco, la historia de mi país. Tomada en su conjunto, no es solamente una crónica de la agresión rusa en Ucrania, sino también una crónica de cómo la guerra impuesta por Rusia, y la tentativa rusa de destruir Ucrania como un Estado independiente, han contribuido al fortalecimiento de la identidad nacional. La guerra ha vuelto a Ucrania más comprensible para el mundo, más comprensible y más aceptable como uno de los estados de Europa.

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