Cómo volé sobre el nido del cuco es una novela autobiográfica en forma de diario en la que Ana, la escritora que se oculta tras el pseudónimo de Sydney Bristow, nos cuenta lo que vivió durante los 37 días que estuvo ingresada en la planta 4 de psiquiatría tras intentar suicidarse.En cuando comencé a leer este libro, me enamoré de la voz de Ana/Sydney: es directa, fresca, informal, habla sin tapujos (y es un tanto deslenguada). Además, sus descripciones son muy visuales y te meten de lleno en la escena que está narrando. Y esa voz fue lo que hizo que no me despegara de la novela. Además, ocurrió algo curioso y es que su forma de hablar no solo me recordó a Zoe, la protagonista de Nubes de kétchup de Annabel Pitcher, sino que me recordaba constantemente a alguien que conozco. Eso creo que hizo que conectara mucho más rápido con Sydney.La clase de gimnasia es un esperpento. Imaginaos a veinte colgaos (porque es lo que somos, veinte colgaos) a tope de medicación, desganaos, cabreados con el mundo, descoordinados, exdrogadictos o con mono, enfermos en general, intentando bailar a Lady Gaga con un juego de la Wii que maneja la terapeuta. Y yo en primera fila, ahí, con el chuchú, moviendo solo los brazos como una lombriz a punto de ser sacrificada. Y detrás mi cuerpo de baile. Una escena dantesca. (p. 7)Cómo volé sobre el nido del cuco se inicia con unas líneas en las que la autora se disculpa con el lector por las dos mentiras que aparecen en la cubierta del libro (el título del mismo y su nombre) y le explica que su nombre real es Ana y no Sydney, que es abogada, que tiene 32 años y que nunca ha visto el nido de un cuco (lo cual es bastante lógico, ya que no crean los suyos propios, sino que utilizan los de otros pájaros, escondiendo sus huevos entre los del pájaro que ha construido el nido).A partir de ahí comienza su diario de esos 37 días que estuvo ingresada en la planta 4 de psiquiatría. Nos habla de los profesionales que trabajan allí y que la ayudan con su tratamiento. Con algunos de ellos conecta estrechamente, como con Alicia (una enfermera que se convierte casi en una segunda madre) o Mohamed (un auxiliar con poca experiencia pero mucha profesionalidad). A otros sin embargo les coge muchísima manía, hasta el punto de ponerles motes cargados de rencor: la Dra. Vázquez (su psiquiatra) se convierte en OhLadyVázquez y Juan Antonio (otro auxiliar) en Puto Brummel.Pero las personas que más le tocan y que le ayudan a evolucionar son los otros internos. Durante su estancia en el hospital, Sydney se relaciona con personas que sufren distintas enfermedades mentales, desde trastornos alimenticios a la bipolaridad, pasando por la depresión, la ludopatía o la esquizofrenia. Sydney sufre TLP (Trastorno Límite de la Personalidad) y ha sufrido anorexia y bulimia, además de haber sido drogadicta. A pesar de aparentemente haber tenido todo (novio, estudios y trabajo de abogada) y parecer una persona de lo más normal.En en esa cuarta planta, todos ellos conviven, ríen, lloran, se enfadan, se reconcilian, sienten, tienen sus manías, se ayudan, se hacen la zancadilla, se enamoran... En definitiva, hacen exactamente lo mismo que las personas que no sufren estos problemas. Y eso es lo que más me ha gustado de Cómo volé sobre el nido del cuco: ver cómo desestigmatiza a las personas con problemas mentales, cómo nos muestra que son de carne y hueso que pueden conseguir lidiar con sus trastornos y seguir su vida sin necesidad de que nadie las señale con el dedo. Ese creo que es el gran aporte de esta novela y lo que la autora (la propia Ana) pretendía al escribir esta historia: darles voz.La mesa que tengo detrás apenas la puedo mirar sin resultar demasiado evidente. Pero sí que la escucho. Es Gabriela.... Ciento cincuenta trankimazines. Viva de milagro. Y por eso estoy aquí.Se escucha un «ohhh» de asombro general. Gabriela continúa. Pero bueno, es casi una costumbre en mí. Llevo ya treinta y un intentos de suicido. Treinta y uno. ¿Os lo podéis creer? Es muy fuerte, ¿eh?Otro «ohhh» del público.También tengo anorexia y bulimia. No me gusta comer. Y todo lo que como lo vomito.¿Igual que las modelos?Justo, Makelele. Exactamente igual que las modelos.Bien ahí, Gabi, mitificando los trastornos de la conducta alimentaria y dándoles un toque de glamour. Claro que sí, hombre. (p. 215)Ay, todo tiene una pinta magnífica, ¿verdad? Sí, hubiera sido una novela absolutamente perfecta de no ser por dos cosas (aunque realmente, la que más peso tiene es la segunda):En primer lugar, no me he terminado de creer que la protagonista tuviera 31 años en el momento en el que transcurre la acción de esos 37 días. Su manera de hablar, de comportarse, de enfrentarse a las situaciones me ha resultado muy infantil y me recordaba constantemente a alguien que estuviera en la adolescencia o saliendo de ella. No era capaz de imaginármela con la edad que se dice en el libro que tiene. Y esto me ha resultado interesante porque precisamente esta protagonista no es un personaje ficticio, sino que hace referencia a alguien real. Y entonces lo que me parecía un defecto me ha hecho reflexionar sobre eso que nos dicen a los jóvenes de que ahora somos muy infantiles y que arrastramos la infancia durante mucho más tiempo que antes. El mundo ha cambiado. Salimos del nido (¿del cuco?) más tarde. ¿Y eso quizás haga que la niñez y la edad adulta se entremezclen de una forma curiosa, diferente a como ocurría hace 50 años? ¿Quizás entonces nuestra percepción de la forma de hablar de una persona con 30 o 40 años tendría que cambiar? ¿Ya no deberíamos esperar "sonar" maduros, aunque lo seamos o estemos llegando a serlo?En segundo lugar, y esta ha sido realmente la más importante: el constante vaivén entre tiempos verbales sin venir a cuento. Y no, no hablo de que la protagonista esté hablando en presente y de pronto hable de algo que sucedió hace tiempo, sino de que hay cambios en el tiempo verbal en la misma escena. Por aquí te dejo un par de ejemplos:Quiere que le cuente toda mi historia, desde la infancia hasta el momento en que la ambulancia me recogió en la autovía. [...] Tenía la boca seca de tanto hablar. Ella no decía nada. (p. 19)Me sonrió. Ya van dos personas que me sonríen en cuatro días, not bad. A ellas las mataré las últimas. [...] Casi se me saltan los puntos del susto. [...] Me daba pánico todo. (p. 21)Al principio del libro, suele predominar el presente, pero poco a poco va tomando presencia el pasado. Hay veces en las que esta falta de uniformidad y coherencia no se nota tanto porque el cambio se produce precisamente tras contar algo que sucedió en un momento pretérito, por lo que cuando se vuelve al momento de hoy en día, como lectora, no me rechina tanto. Pero hay veces que es realmente brusco, como si un párrafo se hubiera escrito un día y otro al día siguiente y la autora no se acordara de cómo estaba escribiendo. La gran pregunta es: ¿no hubo nadie en todo el proceso editorial que se diera cuenta de esto y abogara por una uniformidad de tiempos verbales? Cuando comencé a leer, estos cambios me rechinaban muchísimo. Pero la historia me atrapó y por eso comencé a luchar por ignorarlos para poder seguir leyendo y llegar al final.También está el hecho de que los extranjerismos o las palabras inventadas no estén en cursiva, pero bueno, esto lo podría llegar a considerar una decisión de estilo por parte de la autora o la editorial.Realmente es una pena porque, de corregir esto, la novela se llevaría mis 5 estrellas.Eso sí, en cuanto a la forma, igual que he expuesto las pegas que he encontrado, también tengo que alabar un detalle que me ha gustado y que creo que le da un toque, tanto a la narración de Sydney, como a los diálogos de otros personajes: la forma de hablar de cada uno de ellos es distinta y se llega a representar gráficamente para que el lector se pueda hacer una idea. Por aquí, dos claros ejemplos:Entonces, como acto de rebeldía, se bajaba bastante los pantalones (literalmente) enseñando calzoncillo «polque así queda más lapelo (rapero)». Y se echaba unos bailes. Y todos nos reíamos y aplaudíamos. En definitiva, ese era Makelele. Un auténtico crack que, a mí por lo menos, me hizo la estancia mucho más llevadera.Sylny mi amol a vel si te poneh ya buena de loh pieh pa que echemos unoeh bailesitoh.¡Resérvame el baile, Makelele! (p. 76)Ofe, Anfoño dije con la boca llena de zumo, tú difiste que fenías un fermano que fenía una cafefería en fa Moralefa, ¿no?Sydney, no dejas de sorprenderme. Tan señorita para algunas cosas y mírate ahora. Límpiate la boca, anda.Ferdón.Tragué lo que tenía en la boca y usé la servilleta. (p.170)En conclusión, Cómo volé sobre el nido del cuco de Sydney Bristow ha sido una autobiografía en forma de diario cuyo contenido me ha parecido de 10. La voz de la autora me ha encantado y ha conseguido que conectara enseguida con ella y su historia. Todo el mensaje que aporta este libro sobre la necesidad de quitar el estigma de las personas que sufren enfermedades mentales es maravilloso.Sin embargo, en cuanto a la forma, este libro necesita una revisión concienzuda para que pueda mantener una coherencia verbal y, de paso, corregir alguna errata suelta y algún elemento de estilo. A pesar de ello, su lectura es muy, muy recomendable.
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