Léeme.txt

Chelsea Manning

Fragmento

Capítulo 1

1

Barnes & Noble, Rockville, Maryland

8 de febrero de 2010

La conexión gratuita a internet de la librería Barnes & Noble… no es muy rápida, que digamos. Sobre todo si estás navegando por una red encriptada, saltando de nodo en nodo por todo el mundo con el fin de ocultar tu ubicación real y garantizar así tu anonimato. Pero tenía que apañármelas como fuera: necesitaba subir casi medio millón de informes de incidencias y registros de actividades significativas (los registros SIGACT) que me había traído de Bagdad guardados en una tarjeta de memoria. La tarjeta contenía todos y cada uno de los informes que el ejército de Estados Unidos había archivado sobre Irak o Afganistán, todas y cada una de las veces en las que un soldado había considerado que algo era lo bastante importante como para informar de ello y dejar constancia mediante documentación. Se trataba de descripciones de enfrentamientos del enemigo con fuerzas hostiles o con explosivos que habían estallado. Contenían cifras exactas de muertos y coordenadas, así como resúmenes precisos de episodios de encuentros violentos y rodeados de confusión. Constituían un retrato puntilloso de guerras que no había forma de que terminaran.

La barra indicadora de la subida de datos avanzaba muy despacio. Con la tormenta de nieve que estaba azotando los estados del Atlántico Medio, los apagones eléctricos y el hecho de que tenía un billete para un vuelo que estaba programado para salir al cabo de doce horas, aquella era mi única opción.

Me había traído los documentos a Estados Unidos en mi cámara, en forma de archivos en una tarjeta de memoria SD. El personal de aduana de la Armada no le echó ni siquiera un vistazo. Para sacar la información, primero había copiado los archivos en varios DVD regrabables que etiqueté con títulos como Taylor Swift, Katy Perry, Lady Gaga y Mix de Manning. A nadie le importaba lo suficiente como para darse cuenta. Luego transferí los archivos a la tarjeta de memoria, destrocé los discos a pisotones con las botas en el suelo de gravilla, fuera, y tiré los pedazos al barril donde quemábamos las cosas, junto con el resto de la basura.

Sentada en la cafetería de la librería, me bebí un café moca triple y desconecté, escuchando música electrónica —Massive Attack, Prodigy— mientras esperaba a que subieran los archivos. Tenía que sacar de allí siete paquetes de datos y cada uno tardaba entre treinta minutos y una hora en cargarse. La conexión a internet se colgaba tan a menudo que tuve que reiniciarla varias veces. Empezaba a preocuparme no poder subirlo todo antes de que cerrara la librería, a las diez de la noche. «Como me pase eso —pensé—, ya está, es el fin. Hasta aquí hemos llegado». Simplemente, no era lo que tenía que ocurrir. Había previsto tirar la tarjeta de memoria a una papelera y no volver a intentarlo nunca más.

Sin embargo, al final el wifi se comportó. El último archivo terminó de subir a las nueve y media. Aunque no era momento de celebraciones: me moría de cansancio y tenía que ir al aeropuerto a las cuatro y media de la mañana para regresar a Irak, un viaje de varios días. Salí de Barnes & Noble. Tenía el equipaje en el coche de alquiler, así que me eché a dormir en el asiento de atrás, helada de frío, en aquel aparcamiento, y luego dejé el coche y tomé el metro en dirección al aeropuerto Reagan National en las horas inhóspitas y solitarias que preceden al alba.

No pensaba en lo que podría sucederme, solo estaba intentando sobrevivir al día a día. Compartimentar era algo que se me daba muy bien. Estaba batallando con mi identidad de género y trabajando en el seno de un ejército que, al menos de forma oficial, no permitía a las personas como yo formar parte de él abiertamente.

Cuando aterricé en el norte de Virginia a finales de enero de 2010, estaba física y psicológicamente agotada. Me entusiasmaba la idea de disfrutar de aquel breve permiso, de tomarme un respiro de Irak y del trabajo, y de ver a Dylan (no es su verdadero nombre), mi novio en aquella época, que era estudiante universitario en Boston. Cuando fui a verlo, yo llevaba fuera del país poco menos de cuatro meses, pero él estaba inmerso en la vida social del ambiente universitario y se mostró emocionalmente distante los pocos días que pasé allí con él. Dylan no quería hablar de nada relacionado con el futuro de ambos como pareja. A mí me preocupaba que nuestra relación estuviese a punto de romperse. Volví a casa de mi tía, en Maryland.

Cogí el metro de Washingon D. C. hacia Virginia para ir al Tysons Corner Center. Había estado allí montones de veces, porque es lo que se suele hacer en las afueras: pasar la tarde en el centro comercial. Sin embargo, en esa ocasión me saqué una foto en el vagón, por el camino, con una peluca rubia. Esa fue la foto que, para mi consternación, acabaría dando la vuelta al mundo meses más tarde. Hice unas compras en el centro comercial: un abrigo de color morado en la tienda de Burlington Coat Factory y maquillaje en Sephora. También quería algún conjunto informal para trabajar, así que me probé varias cosas en los almacenes Nordstrom y en Bloomingdale’s; le dije a la persona que me atendió que estaba comprando ropa para mi novia, que usábamos la misma talla. Almorcé comida rápida y luego me fui a casa, me vestí con la ropa nueva y me puse la peluca de la melena larga y rubia. Pasé el resto del día entrando en cafeterías y librerías con mi ropa de mujer. Sentí un inmenso placer al disfrutar de aquella sensación de libertad, de evasión, al llevar la ropa que yo quería y presentarme ante el mundo como yo me veía.

Para mí al menos, ser trans no tiene tanto que ver con el hecho de ser una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre como con la incoherencia innata que había entre la persona que yo sentía que era y la persona que el mundo quería que fuese. En las semanas anteriores a la obtención de mi permiso, me había imaginado cómo sería ir por ahí con una melena larga en lugar de con el pelo rapado, cómo sería lucir ropa femenina en lugar de mi uniforme estándar. Añadí a mi rutina de consumo de internet (videojuegos, historias alternativas y vídeos sobre ciencia) vídeos de YouTube de mujeres trans que documentaban su transición.

Sin embargo, yo no quería únicamente librarme de las restricciones impuestas por un mundo empeñado en juzgar a los demás; tenía algo aún más urgente en mi lista de prioridades, y por eso había entrado con mi ordenador en la librería Barnes & Noble. Aquellos archivos revelaban información de vital importancia sobre el gobierno y la compleja naturaleza de la guerra.

Subir esos archivos a internet no fue mi primera opción. Antes había intentado acercarme a otros medios de publicación más tradicionales, pero había sido una odisea tremendamente frustrante. No confiaba en el teléfono ni tampoco quería enviar nada por correo electrónico; alguien me podía estar vigilando. Ni siquier

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos