Cuando se conocieron en 1917, ninguna tuvo una buena impresión de la otra… Pero no había forma de ignorar el talento descomunal que arrojaban sus plumas. Quizás no sea cierto que toda admiración esconde algo de envidia, pero en el caso de Woolf y Mansfield, desde luego así fue. Con la muerte de la segunda, a la temprana edad de 34 años, Virginia Woolf se sintió huérfana de rivales. Si Katherine no podía leerla, qué sentido tenía escribir. Había desaparecido para siempre la única —entre todos— capaz de despertar sus celos, la única merecedora de sus halagos. En el centenario de su muerte, compartimos las líneas de Woolf que prologan el «Diario» (Lumen) de la madre del cuento moderno, una de las escritoras más relevantes del siglo XX.