La otra bestia

Ana Rujas

Fragmento

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Prólogo

de Carlos Vergara

«Plega a su Majestad, si es servido,

menee la pluma y me dé a entender

como yo os diga algo de lo mucho

que hay que decir…»

—Santa Teresa de Jesús,

Moradas séptimas; 1,1

«Perdóname si te canto con una lengua mortal.»

—Angélica Liddell

Una costilla sobre la mesa

Laboratorio íntimo, confesionario cruel, caja negra de accidentes varios, cuaderno de bitácora donde susurran musas ígneas, cesta llena de flores —esta recopilación de textos de Ana Rujas da forma a un libro inesperadamente maduro, con zonas profundas y peligrosas como las brechas de los acantilados, con ráfagas de belleza cegadora, un libro que se lee mejor entero, de una sola sentada, como un relámpago en el cielo o un chupito de vodka.

A veces los textos de la Rujas golpean entre el plexo y el vientre, como aquellos poemas de Bukowski en Lo más importante es saber atravesar el fuego; Ana detesta esta referencia, pero la comparación es interesante: el viejo mono Hank con resaca y en calzoncillos, frente a su máquina de escribir, bajo el sol manchado de polución que derrite las hojas secas de una palmera en Los Ángeles; y, de este otro lado, la Rujas, tumbada en la penumbra de una habitación del extrarradio madrileño, con la única luz de la pantalla del móvil iluminando sus ojos trágicos e infinitos, sus finos pulgares de gran dama del teatro español tecleando frenéticamente sus anhelos, obsesiones y heridas sobre la superficie táctil salpicada de arañazos.

Parafraseando ideas de Sergio Blanco en su tratado Autoficción, una ingeniería del yo: «En toda autobiografía verídica y sincera debe haber un pacto de contar la verdad, pacto que el autor establece entre él y sus lectores. En la autoficción, al contrario, y en contraste con la autobiografía, hay un pacto de contar mentiras. La autoficción es de alguna manera el lado oscuro, u oculto, de la autobiografía. Allí donde la autobiografía pacta fidelidad y lealtad a la verdad, la autoficción jura infidelidad y deslealtad a lo sucedido». ¿Entonces Ana, aquí, como escritora, es infiel y desleal? ¿O es más genuina, sincera y honesta que un boy scout de barrio? «Lo importante son los tres dedos levantados, diciendo que el grande protege al pequeño, que se colocan en el pecho…». A la Rujas no le parece nada relevante ponerse a hablar de su vida, pensamientos o emociones; paradójicamente, podría firmar sin problema el siguiente párrafo de Dubrovsky: «¿Autobiografía? No, para nada, ese es un privilegio reservado a los personajes importantes de este mundo, en el atardecer de sus vidas, a redactar en un florido estilo. No, la mía es una ficción, hecha de acontecimientos reales, resultante de haber confiado el lenguaje de una aventura a la aventura del lenguaje, fuera de toda sensatez, fuera de la sintaxis…».

Fuera de toda sensatez. Ficción, teatro, literatura: poesía, muy a pesar suyo. A la Rujas la hemos tenido que perseguir, como quien rastrea al elusivo leopardo de las nieves, sacarle estos poemas como a un gato que se resiste panza arriba bufando. Si, en vez de escribir en el móvil, Ana lo hiciese a mano, seguramente escribiría en mil pedazos sueltos, servilletas de papel, fragmentos estrujados que iría guardando a la carrera en su bolso, para después un día abrirlo y volcar sobre la mesa una lluvia de pequeñas y grandes nubes manchadas de tinta y de ingenio; todo aquel que se ponga las gafas, rebusque y escarbe, desarrugando esas páginas, encontrará que están llenas de oro, imaginación y relucientes diamantes (más vale darse prisa, antes de que ella intente comérselos todos para hacerlos desaparecer).

Anaïs Nin tardó varias décadas en publicar sus Diarios para proteger a los nombres propios que por ellos transitaban; la Rujas ha borrado y/o cambiado muchos nombres de sus escritos, pero lo de Ana no son ni diarios ni memorias, más bien son bestiarios, planes de ataque, mapas de batallas —varias derrotas, pero también algunas victorias—, trozos de vida que no pueden esperar ni un segundo más en ser transformados en disparos a bocajarro. Ana va volcando sus experiencias en la aplicación de Pages de su iPhone igual que un tigre hambriento se pasea impaciente de un extremo a otro de su jaula, limando con mirada clarividente los barrotes de su propia vida: algunos textos de este libro tienen ya varios años de antigüedad, y quizás fue otra Ana la que vomitó aquellas letras y lágrimas; otros están tan recientes que aún te abrasan la punta de los dedos al intentar tocarlos. Si hubiese sido por Ana, los hubiese tirado todos a la basura, a la hoguera, al olvido; nunca los habría publicado. Nos dice la eterna Angélica Liddell: «La ardiente necesidad de quedar mudo para siempre, eso es la poesía».

Hace casi siete años: antes de las tristezas, de la gran manzana, antes del convento, antes de la virgen llorando sangre, de la mujer más fea, de la bestia y sus jaguares, antes de cardos feroces y pelotas cuadradas y un bardo trovador, una tarde de otoño en un callejón lluvioso me encontré a un gato callejero, flaco y empapado, el gato más hambriento que he visto en mi vida, tenía hambre de todo, ese no era un gato normal, era una tigrilla afilada, con un sable pirata entre los dientes, una princesa tigrilla que no iba a parar hasta recuperar al abordaje aquel trono que ella una vez soñó que le correspondía por derecho, por nacimiento, por talento, por hambre felina.

Y aquí está; recibiendo premios y alabanzas con una mezcla de deleite y espanto, un pequeño mundo líquido ha extendido una alfombra a sus pies, pero la tigrilla sigue afilando el colmillo, su voracidad intacta, quien piense que ya la ha visto y la conoce, se equivoca, pues aquí dentro hay algo que no ha hecho más que empezar, esto se trata de una explosión atómica a cámara lenta, espera a que te llegue la onda expansiva. La Rujas seguirá poniendo la costilla sobre la mesa porque está inundada de sensibilidad abrasadora, lo ve todo, lo padece todo, la verdad le rebosa por las orejas; afortunadamente, puede convertirlo todo en palabras, palabras que le brotan de muy dentro y que ella no hubiera querido nunca mostrarte. Las tienes ahora entre tus manos: cuídalas bien, y disfrútalas.

«Esas palabras dieron vueltas y vueltas y más vueltas,

en mi mente y en mi cuerpo,

hasta que me di cuenta que habían dejado de ser mis palabras,

que se habían convertido en algo grabado a cuchillo

y tallado en mi corazón.»

—Tracey Emin, Strangeland

Carlos Vergara,

marzo de 2023

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Prefacio

No es interesante escribir sobre uno mismo

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