Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca

Ian Gibson

Fragmento

Epígrafes

Yo creo que el ser de Granada me inclina a la comprensión simpática de los perseguidos. Del gitano, del negro, del judío…, del morisco que todos llevamos dentro.

GARCÍA LORCA, 1931[1]

Madre, cuando yo me muera

que se enteren los señores.

Pon telegramas azules

que vayan del Sur al Norte.

GARCÍA LORCA,

«Muerto de amor»

(Romancero gitano)[2]

Lo que en otros no envidiaban,

ya lo envidiaban en mí.

Zapatos color corinto,

medallones de marfil,

y este cutis amasado

con aceitunas y jazmín.

GARCÍA LORCA,

«Muerte de Antoñito el Camborio»

(Romancero gitano, 1928)[3]

Todo él desborda, como fuente que parece imposible y criminal cese de fluir un día.

LUIS CERNUDA, 1931[4]

Los mitos crean el mundo, y el mar estaría sordo sin Neptuno y las olas deben la mitad de su gracia a la invención humana de la Venus.

GARCÍA LORCA, sobre la pintora

María Blanchard, 1932[5]

Yo soy un poeta telúrico, un hombre agarrado a la tierra, que toda creación la saca de su manantial.

GARCÍA LORCA, 1935[6]

Puntualización

PUNTUALIZACIÓN

La primera edición de este libro se publicó en 1998, centenario del nacimiento de Federico García Lorca. Se trataba de una traducción, hecha por otra mano, corregida y puesta al día por nosotros, de la versión inglesa de la biografía (Londres, Faber and Faber, 1989). Versión basada, a su vez, en la edición original española, publicada por Grijalbo, en dos tomos escalonados, en 1985 y 1987.[*]

IAN GIBSON

Madrid

17 de marzo de 2016

NOTA PREVIA A LA PRIMERA EDICIÓN

DE ESTE LIBRO (1998)

A Federico García Lorca, uno de los seres humanos más artísticamente dotados de todos los tiempos, se le seguía negando hasta hace muy poco tiempo —hasta ayer mismo— su condición de homosexual, de homosexual para quien asumir plenamente su condición de tal, en una sociedad intolerante, fue una lucha cotidiana nunca del todo resuelta antes de que los fascistas acabaran con su vida a la edad de treinta y ocho años. Se la seguían negando incluso estudiosos de prestigio, acarreando con ello la extrañeza de otro homosexual, e íntimo de Lorca, Vicente Aleixandre. Hoy las cosas han cambiado, y ningún crítico, español o extranjero, puede dejar de tener en cuenta algo tan obvio y fundamental a la hora de entender al poeta. En este sentido, sendos estudios de Paul Binding (1985) y, sobre todo, de Ángel Sahuquillo (1986), han marcado hitos esenciales en nuestro conocimiento del Lorca profundo.

En esta biografía reivindico a un Lorca que, pese a ser «capaz de toda la alegría del mundo» (Aleixandre), pese a su carisma y a sus múltiples dones, de todos reconocidos, conoce la depresión y sabe «con sus huesos» —acudo al poema «Vuelta de paseo»—, como lo supo Oscar Wilde, lo que es ser tenido, tan injustamente, por repelente y nefasto. Reivindico a un Lorca comprometido con todos los que sufren, con los rechazados, los marginados, los perseguidos, los avergonzados, los que no encajan. Al Lorca revolucionario que en realidad fue. Al Lorca consciente de que iban a por él.

Pese a los silencios y las ofuscaciones de tanta gente, estamos empezando a ver más claro en el genial poeta. En este sentido han sido hechos de innegable importancia, además de los estudios mencionados, la publicación de la juvenilia lorquiana, en 1994, y, en 1997, de la nueva edición de la correspondencia, a cargo de Andrew Anderson y Christopher Maurer (indebidamente titulada, con todo, Epistolario completo, algo que no es y no será nunca).

De hecho, se han perdido muchas cartas. Entre ellas, las de Lorca a Lorenzo Martínez Fuset, Emilio Aladrén y José María García Carrillo, tal vez destruidas por sus respectivas familias; la mayor parte de las cruzadas entre el poeta y Rafael Rodríguez Rapún y Adolfo Salazar; y casi todas las del poeta a Dalí. Tales lagunas epistolares —y hay otras muchas— son trágicas.

También grave, pero subsanable, es el hecho de que todavía no se haya editado la correspondencia recibida por el poeta y que obra en poder de la Fundación Federico García Lorca, de Madrid. De dichas cartas, tal vez las más importantes desde el punto de vista biográfico son las de su exigente madre, Vicenta Lorca, que arrojan una intensa luz sobre la relación de ambos.

Al margen del epistolario, y de la pérdida o destrucción de otros documentos, hay que mencionar una fuente biográfica de primer orden que sigue cerrada a los investigadores: el voluminoso diario de Carlos Morla Lynch, del cual sólo dio a conocer (en 1958) una versión afeitada y retocada. De ser publicado en su integridad dicho diario, se iluminarían momentos aún nebulosos de la vida del poeta. Esperemos que futuros biógrafos tengan acceso a él.

Entregadas al editor las pruebas de imprenta de este libro, mi archivo se trasladará al Centro de Estudios Lorquianos en Fuente Vaqueros, cuya apertura se prevé para 1998, centenario del nacimiento del poeta. Con ello pongo punto final a mis largas investigaciones sobre aquel entrañable ser tan cruelmente sacrificado por el odio y la ignorancia de quienes, en 1936, se sublevaron contra la Segunda República.

IAN GIBSON

Restábal (Granada)

3 de noviembre de 1997

NOTA PREVIA A ESTA NUEVA EDICIÓN (2016)

Desde la aparición de este tomo en 1998 la bibliografía sobre Lorca no ha dejado de crecer. Dedicado a otras tareas, me ha sido imposible leer todo lo publicado, pero he tratado de mantenerme al tanto de las novedades más destacadas. Entre ellas me ha sido muy provechoso poder disponer del hermoso libro póstumo de Isabel García Lorca, Recuerdos míos (2002), que arroja más luz sobre los primeros años de la familia en Granada

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