El tigre

Andrew Paxman
Claudia Fernández

Fragmento

El Tigre

Prefacio a la edición del 20º aniversario

¿Hay quien puede prescindir de la mafia del poder?

El Estadio Azteca estaba pletórico, lleno de euforia. Casi 90 mil mexicanos alzaron sus voces para aplaudir a un solo equipo y sobre todo a su capitán. Pero esa noche del 27 de junio de 2018 no se trataba de pasión futbolística, sino de un golazo político. Por tercera vez en su historia, desde que fue edificado por Emilio Azcárraga Milmo, El Tigre, a mediados de los años sesenta, la gigantesca arena deportiva fue anfitriona de un cierre de campaña, el del candidato de Morena, Andrés Manuel López Obrador. Sus contrincantes principales, Ricardo Anaya del PAN y José Antonio Meade del PRI, habían hecho lo propio unas horas antes, frente a 10 mil simpatizantes en León y 25 mil en Saltillo. En contraste, el llamado y muy cotizado AMLOfest —en la catedral del futbol mexicano (propiedad de Televisa), antecedido por una presentación de Belinda (cantante y actriz producto de Televisa), y con la aparición en el escenario del candidato en el horario estelar de las 21:00 horas (transmitida en ForoTV, canal de Televisa)— hizo evidente la percepción colectiva: el triunfo de López Obrador era ya inevitable. Ahora sí, en su tercera campaña presidencial, iba a ganar.

Las encuestas habían ido señalando la victoria morenista desde meses atrás. Pero por si aún quedaba duda, esa noche, la máxima empresa de medios, patrocinadora y servidora de cada candidato presidencial exitoso durante 60 años, le estaba dando a López Obrador su explícita bendición, y por extensión la implícita bendición de la cúpula empresarial del país. Podía, pues, parecer que López Obrador iba a gobernar no sólo en nombre de los pobres —de quienes tanto habló en campaña— sino también para el bienestar de los ricos y los clasemedieros. Cualquier aficionado del Club América, cualquier fan de Eugenia León (otra de las varias cantantes esa noche), podía imaginar que AMLO era su gallo.

Más paradójico este evento no pudo ser. Como líder izquierdista, López Obrador había sostenido una ríspida relación durante 14 años con Televisa, una compañía de marcada ideología conservadora. En 2004, los “videoescándalos”, unas grabaciones clandestinas de funcionarios capitalinos recibiendo dinero de un empresario, difundidas por Televisa, habían expuesto al equipo del entonces regente a acusaciones de corrupción. En 2006, Televisa contribuyó a su derrota milimétrica como candidato a la presidencia con la transmisión de varios discursos del presidente Vicente Fox (de tono implícitamente anti-López Obrador y por tanto de dudosa legalidad), de muchos anuncios desacreditadores pagados por la élite empresarial (decretados ilegales por el Tribunal Federal Electoral) y de los noticieros nocturnos de Joaquín López-Dóriga que favorecían al candidato panista Felipe Calderón (en contra de los lineamientos del Instituto Federal Electoral); en conjunto, estas tácticas fueron sin duda suficientes para inclinar la balanza del voto ligera pero decisivamente hacia el triunfo del PAN.

Tras esa elección, López Obrador señaló a Televisa como uno de los principales culpables de una derrota que juzgó fraudulenta. A partir del 2009, empezó a usar y popularizar la frase “la mafia del poder”. Con esta poderosa y pegajosa etiqueta se refería a las élites del PRI y del PAN y a los grandes empresarios beneficiarios de las políticas neoliberales de ambos partidos, entre ellos el dueño de Televisa, Emilio Azcárraga Jean. Según su análisis, se trataba de una especie de élite de poder, cuyos miembros políticos y empresariales protegían sus intereses mutuos, excluyendo y perjudicando a la gran mayoría de la población. Expuso esta teoría en su libro La mafia que se adueñó de México (2010), en donde además criticó a Televisa por fomentar de manera interesada la precandidatura del que sería su contrincante principal en su segunda campaña por la Presidencia, en 2012: Enrique Peña Nieto.

Sus ataques a menudo fueron despiadados. Refiriéndose a “la mafia” en entrevista con Reforma, argumentó: “Ya están creando al nuevo muñeco, una especie de ‘Barbie’ masculina, una telenovela, que es [Enrique] Peña Nieto, cuyo único mérito de su ideología es la del copete. Pero claro, es ahijado de [Carlos] Salinas y Televisa es la empresa encargada de su promoción”. El tiempo le daría la razón, como mostraría Jenaro Villamil de Proceso: “el gran montaje” de preparar y maquillar a Peña para que ocupara la silla presidencial y “la telepresidencia” que emergió tras su elección.

Sin embargo, a partir de principios del 2017, López Obrador mostró gestos de paz hacia Televisa, tal y como lo hizo con otros miembros de “la mafia”, especialmente los que controlaban los medios masivos: Ricardo Salinas Pliego de TV Azteca y Francisco González de Grupo Multimedios. Cuando presentó su equipo de campaña, reveló que Esteban Moctezuma, hasta entonces presidente de la Fundación Azteca, era un hombre clave. Luego surgió que otro aliado empresarial era Marcos Fastlicht, suegro de Azcárraga Jean. López Obrador ya no citaba a los magnates de medios cuando hablaba de la mafia del poder, un término que en su discurso iba perdiendo sus implicaciones capitalistas. Dos meses antes de la elección, fue invitado a Tercer grado, el programa de debate de Televisa, en donde el trato fue cordial y López Obrador aprovechó para proyectarse como un candidato agradable y moderado. Presidenciable, pues.

La misma noche de su triunfo electoral, el 1º de julio, en una fiesta en la casa del vencedor, estuvieron presentes Salinas Pliego y el co-presidente y encargado de relaciones políticas de Televisa, Bernardo Gómez. Poco después de los comicios, López Obrador fue fotografiado regalando abrazos a magnates en una comida del Consejo Coordinador Empresarial. En noviembre, López Obrador anunció la formación de un Consejo Asesor Empresarial, cuyos ocho miembros incluyeron a tres representantes de la televisión: Gómez, Salinas Pliego y el presidente de Grupo Imagen, Olegario Vázquez Aldir.

Así, el cierre de campaña en el Estadio Azteca no fue una anomalía, sino parte de una reconciliación general entre el abanderado del izquierdismo y los portavoces tradicionales del neoliberalismo. ¿Qué estaba pasando? ¿Los de la mafia ya no eran tan mafiosos? ¿López Obrador cambió de opinión? ¿O sólo era una cuestión de pragmatismo, de realpolitik, quizás del tipo que evoca la famosa frase de El padrino II: “Mantén a tus amigos cerca, pero a tus enemigos más cerca aún”?

Cuatro semanas antes de la elección, el experimentado político y escritor Jorge Castañeda, en su rol de coordinador de campaña de Ricardo Anaya, alegó en una entrevista la existencia de “un pacto de impunidad” entre Peña Nieto y López Obrador. Según esta versión, dado que el morenista temía un resurgimiento del PAN parecido al que le había costado la victoria en 2006, Peña ofreció a López Obrador usar la maquinaria del gobierno para socavar la candidatura de Anaya, lo que sucedió con la fabricación de un muy comentado alegato de corrupci

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