Las hermanas Soong

Jung Chang

Fragmento

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INTRODUCCIÓN

 

 

 

 

El «cuento de hadas» moderno más famoso de China es la historia de tres hermanas de Shangai nacidas en los últimos años del siglo XIX. Su familia, llamada Soong, era rica e importante y formaba parte de la élite de la ciudad. Los progenitores Soong eran devotos cristianos. La madre era miembro del clan cristiano más ilustre de China (el de Xu, que da nombre a un distrito de Shangai) y el padre fue el primer chino al que los metodistas convirtieron en el Sur de Estados Unidos, cuando era un adolescente. Sus tres hijas —Ei-ling («edad amable», nacida en 1889), Ching-ling («edad gloriosa», nacida en 1893) y May-ling («edad hermosa», nacida en 1898)— fueron enviadas de niñas a Estados Unidos para ser educadas allí, algo extremadamente raro en aquella época, y las chicas regresaron a casa años después hablando mejor el inglés que el chino. Menudas y con la mandíbula cuadrada, no eran grandes bellezas según los estándares tradicionales; sus caras no tenían la forma de una pepita de melón, sus ojos no parecían almendras y sus cejas no se arqueaban como las ramas de un sauce. Pero tenían una piel muy fina, rasgos delicados y un porte elegante, que sus ropas a la moda realzaban. Las hermanas habían visto mundo; eran mujeres inteligentes, de mentalidad independiente y seguras de sí mismas. Tenían «clase».

Sin embargo, lo que en última instancia las convirtió en las «princesas» de la China moderna fueron sus extraordinarios matrimonios. Hubo un hombre que primero se enamoró de Ei-ling y luego de Ching-ling. Fue Sun Yat-sen, quien impulsó la revolución republicana que en 1911 derrocó a la monarquía. Conocido como «el Padre de China (republicana)», Sun es reverenciado en todo el mundo de habla china. Ching-ling se casó con él.

Sun murió en 1925; su sucesor, Chiang Kai-shek, cortejó a May-ling, la Hermana Menor, y se casó con ella. En 1928 Chiang formó un Gobierno nacionalista y dirigió China hasta que los comunistas hicieron que se retirara a Taiwan en 1949. La Hermana Menor fue la primera dama del país durante veintidós años, mientras él estuvo en el poder. Durante la Segunda Guerra Mundial, como Chiang lideró la resistencia china contra la invasión japonesa, ella se convirtió en una de las mujeres más famosas de su época.

Su hermana mayor Ei-ling se casó con H. H. Kung, quien, gracias a los contactos de su mujer, ocupó los cargos de primer ministro y ministro de Finanzas durante muchos años. Esas ocupaciones, a su vez, contribuyeron a que Ei-ling se convirtiera en una de las mujeres más ricas de China.

La familia Soong, que también tuvo tres hijos, constituyó el círculo íntimo del régimen de Chiang Kai-shek (excepto Ching-ling, la viuda de Sun Yat-sen, que se unió a los comunistas; a veces se la llamaba la Hermana Roja). Así pues, dos bandos políticos antagónicos separaron a las hermanas. Durante la guerra civil que siguió a la Segunda Guerra Mundial, la Hermana Roja hizo lo que estuvo en su mano para ayudar a que los comunistas vencieran a Chiang, incluso aunque eso significara la ruina de su familia. Tras la caída del régimen de Chiang y la fundación en 1949 de la China comunista de Mao Zedong, la Hermana Roja se convirtió en vicepresidenta de Mao.

Claramente, las hermanas fueron excepcionales más allá de sus influyentes matrimonios. En el mundo de habla china, la gente nunca se cansa de hablar de ellas y de su vida privada. Recuerdo dos historias concretas que se contaban en la China de Mao en la que crecí, entre la década de 1950 y la de 1970, cuando el país se encontraba bajo un control rígido y totalitario y completamente aislado del mundo exterior. Una era que madame Chiang —la Hermana Menor— se bañaba en leche todos los días para mantener su piel luminosa. En aquella época, la leche, muy nutritiva y apetecible, era escasa y no estaba al alcance de una familia media. Utilizarla para bañarse como si fuera agua se consideraba un lujo escandaloso. En una ocasión, un profesor intentó rectificar este mito común y dijo murmurando a sus alumnos: «¿Creéis de verdad que bañarse en leche es realmente placentero?». Enseguida pasó a formar parte de las filas de «derechistas» condenados.

La otra historia que me causó una profunda impresión fue que Ching-ling, vicepresidenta de la puritana China roja, convivía con el jefe de sus escoltas, a quien le doblaba la edad. Se decía que, como consecuencia de que el escolta la acostaba y la sacaba de la cama cuando era vieja y se movía en silla de ruedas, habían desarrollado una relación física. La gente especulaba sin parar sobre si se habían casado y discutía acerca de si la relación era aceptable. Se rumoreaba que el partido permitía el romance en consideración al hecho de que Ching-ling había enviudado hacía mucho tiempo y necesitaba un hombre, y que incluso le dejaba mantener el prestigioso nombre de madame Sun. Recuerdo este relato particularmente bien porque era muy raro oír cotilleos sobre la vida sexual de un dirigente del país. Nadie se atrevía a hablar así de ningún otro alto funcionario.

Después de que Mao muriera, en 1976, y China se abriera, me establecí en el Reino Unido y aprendí mucho más sobre las hermanas. A mediados de la década de 1980 incluso me encargaron que escribiera un libro corto sobre la Hermana Roja, Ching-ling. Pero, aunque investigué y llegué a juntar unas treinta mil palabras, curiosamente el tema no me interesó. Ni siquiera intenté llegar al fondo del escándalo que involucraba al escolta.

En 1991 se publicó Cisnes salvajes. Tres hijas de China, el libro sobre la vida de mi abuela, de mi madre y la mía propia. A continuación, escribí la biografía de Mao junto con mi marido, Jon Halliday. Mao y su sombra dominaron los primeros veintiséis años de mi vida y yo ansiaba descubrir más sobre él. Luego la emperatriz viuda Cixí, la última gran monarca de China (no coronada, ya que no se permitía que las mujeres ocuparan el trono), llamó mi atención. Cixí ascendió de concubina de rango inferior a mujer de Estado, gobernó durante décadas el imperio desde detrás del trono y llevó un país medieval a la edad moderna. Ambos personajes me cautivaron y consumieron veinte años de mi vida. Sobre quién escribiría a continuación era una elección difícil. Surgió la idea de las hermanas Soong, pero la descarté. Después de Cisnes salvajes había escrito sobre personas que tenían un gran proyecto o que habían cambiado la historia, y las hermanas no eran así.

Como personas, a partir de la información disponible, seguían siendo personajes de cuento de hadas, algo que resumía una cita muy habitual: «En China había tres hermanas. Una amaba el dinero, otra amaba el poder y la tercera amaba a su país». Aparentemente no había conflictos mentales, dilemas morales o decisiones angustiosas (todo lo que hace que los seres humanos sean reales e interesantes).

En lugar de ello, pensé en escribir s

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