Cara o cruz: Santa Anna

Arno Burkholder
Natalia Arroyo

Fragmento

Título

INTRODUCCIÓN

“VENDEPATRIAS”

Una de las primeras expresiones de la historia oficial que los alumnos solían aprender en la escuela, bajo la sombra del libro de texto gratuito, era la de “vendepatrias”, que siempre estaba asociada a un personaje señalado como uno de los grandes villanos de la historia mexicana: Antonio López de Santa Anna.

El término se popularizó y encontró lugar dentro del discurso político. Durante la segunda mitad del siglo XX, el que criticaba el nacionalismo revolucionario era un vendepatrias; el que sugería permitir la llegada de inversión extranjera a México era un vendepatrias; el que proponía abrir la industria petrolera al capital privado era, por decir lo menos, un vendepatrias; quien no estaba con las grandes causas del pueblo mexicano era un vendepatrias. Ser un vendepatrias era ser un traidor.

Para la historia oficial fue muy fácil encontrar un chivo expiatorio a través del cual explicar el desastre que fue la vida política mexicana entre la consumación de la Independencia y hasta que llegó al poder la generación liberal encabezada por Benito Juárez en 1855.

Antonio López de Santa Anna se convirtió en el villano favorito de la historia oficial —en el pasado, presente y futuro— y en el personaje que encarnaba toda la maldad: corrupto, traidor, frívolo, ambicioso, impune… porque además fue defensor de las dos instituciones reaccionarias que siempre se opusieron a las grandes transformaciones del país en el siglo XIX: la Iglesia y el Ejército.

Santa Anna tenía la soberbia de quien se sabe protagonista de la historia y pensó que la historia no lo juzgaría, pero nunca pensó que habría una historia oficial que lo condenaría al infierno cívico. El caudillo no ayudó mucho para quitarse esa imagen y dejó varias perlitas que luego utilizarían sus detractores. En sus memorias escribió: “La providencia ha querido que mi historia sea la historia de México desde 1821”, o bien, otra: “La línea divisoria entre México y Estados Unidos la fijaré con la boca de mis cañones”, y ciertamente fue fijada con la boca de los cañones, pero estadounidenses.

Sin ningún tipo de crítica histórica, el sistema político mexicano, a través de la historia oficial, le endilgó a Santa Anna todas las calamidades que sufrió México en las décadas inmediatas a la guerra de Independencia: golpes de Estado, inestabilidad política, pérdida del territorio nacional. Ningún otro personaje de la historia era más ambicioso que Santa Anna, y las 11 veces que ocupó la presidencia —entre 1833 y 1855— así lo demostraban, aunque nadie acotaba que en tiempo efectivo sólo gobernó seis años y que incluso Juárez había gobernado más tiempo de manera ininterrumpida: 14 años.

El terreno era fértil para culpar a un solo personaje de todas las desgracias del país. De 1824 a 1855, México tuvo 47 presidentes, un promedio de menos de un año por gobernante. Además, ante la caída de uno y el ascenso de otro, de algún modo siempre estaba presente la mano de Santa Anna.

En el imaginario colectivo, era fácil pensar en Santa Anna rematando Texas al mejor postor u ofreciendo más de la mitad del territorio nacional en el aviso de ocasión de los periódicos de la época. Tampoco resultaba difícil que los mexicanos pensaran que el caudillo xalapeño se había quedado con los 15 millones de pesos que el gobierno mexicano recibió a cambio de los dos millones 400 mil kilómetros cuadrados que se agenció Estados Unidos luego de la guerra.

El sistema político mexicano eligió a Santa Anna como su villano; nunca intentó explicarlo como producto de la propia sociedad mexicana, ni como una necesidad constante de la clase política de su época. En cierto modo, el sistema político del siglo XX se reflejaba en el caudillo vendepatrias: corrupto, impune, dado a la simulación, al autoritarismo y a la frivolidad.

A través de estas páginas, los historiadores Natalia Arroyo Tafolla y Arno Burkholder de la Rosa se adentran en la biografía política y en el momento histórico de Antonio López de Santa Anna; parten del hecho de que en la historia no hay cosa juzgada, no buscan la reivindicación del caudillo, sino que tratan de entenderlo dentro del contexto de su época para colocarlo en un lugar que nunca ha tenido, lejos de los epítetos como traidor o vendepatrias y mucho más cerca del hombre y sus circunstancias.

Título

SE DICE DE SANTA ANNA


Natalia Arroyo

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LOS TRAIDORES

Por encima de los avariciosos, glotones, herejes, estafadores, falsificadores, suicidas, homicidas y brujas, se encuentran los traidores. En la escala de la maldad, la traición es el peor pecado porque el culpable primero tiene que ganarse la confianza y lealtad de su víctima, para después destruirla. Dante Alighieri, en La Divina Comedia, ubica a los traidores en el noveno y último círculo del infierno, el único castigado por el mismísimo Lucifer. El círculo de los traidores se divide en cuatro: Caina, para los que traicionaron a la familia y llamado así por Caín, el primer asesino de la historia católica; Antenora, para los traidores a la patria, nombre dado por Antenor, troyano que traicionó a su ciudad en favor de Grecia; Ptolomea, donde están los traidores a los amigos, nombrado así por Ptolomeo, quien traicionó a los macabeos, y Judeca, adonde van los que traicionaron a sus maestros, reyes o a lo sagrado, y nombrado así por Judas Iscariote, quien traicionó a Jesucristo. De acuerdo con este poema clásico del siglo XIV, el castigo que Lucifer les impone, mientras mastica eternamente las cabezas de Casio, Brutus y Judas, es la permanente helada que genera con el aletear de sus alas. Se encuentran congelados pagando por sus traiciones. Irónico, pues uno pensaría que están ardiendo en las llamas del Infierno, pero ese castigo está unos círculos más arriba.

Haciendo a un lado la literatura clásica italiana, encontr

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