Los pasos del héroe

Martha Robles

Fragmento

Los pasos del héroe. Memoria de Alejandro Magno

INTRODUCCIÓN

Para algunos, la historia sugiere la fórmula de la profecía al revés; para otros, consiste en una minuciosa labor de reconstrucción a partir de indicios que se dan por seguros. Según el lado del augurio que se ausculte, en el pasado descubrimos la fuente de la literatura más completa: allí está la vida detrás de la vida, lo que queda en los sedimentos de la memoria, las aspiraciones cumplidas o desatendidas del porvenir y las suertes finales entre el destino y el acomodo del calendario. La magia comienza donde la omisión y el olvido hacen que alguien, alguna vez, sienta la necesidad de recrear esa guía no tan visible que construye la fábula de un alma desembarazada del cuerpo para homologarla al estado del sueño, aunque con las correspondencias inventadas por la vigilia. Atreverse con el pasado remoto es parecido a descifrar metáforas o inmiscuirse en el mundo de los durmientes.

El tiempo de Alejandro Magno, sobrepoblado de dioses temibles que se entrometían en los asuntos humanos, murmuradores, envidiosos y sobre todo expertos en prodigar lenguajes reales y falsos durante el sueño o el despertar, estuvo gobernado por mitos, adivinos, actos rituales, sacerdotes y magos que interpretaban los mensajes dados al hombre por los dioses y el destino mediante una hábil lectura de la conducta y de los reguladores de esa conducta; podían leer agüeros en la puesta del sol, el color de la madrugada, un eclipse, el canto de un ave o cualquier apariencia que se presentara a los sentidos. Hijo de una sibila afamada por sus excesos y supersticiones perversas, el carácter de Alejandro de Macedonia estuvo formado, antes que por Aristóteles, por ficciones engendradas con temeridad e invulnerables a nuestra certeza del tiempo o el espacio.

Con ser singular y emparentarse en la imaginación a los héroes homéricos, el atractivo de Alejandro Magno no proviene del triunfo de sus batallas ni del desmesurado desplazamiento de sus ejércitos por regiones inescrutables, sino de la hazaña de haber amalgamado el concepto del universo griego con la tiniebla oracular de Siwah —la reinvención poética de la fábula nocturna que lo fascinara en Oriente— y esa mezcla de misterio y realidad que le hizo congregar elementos del Estado moderno sobre cimientos que, aunque disímiles, compartían la misma pasión por unas cuantas figuras arquetípicas e individuales.

Sobre sus espaldas llevó Alejandro el fin de la etapa trágica y un ascenso rápido y deslumbrante de la conciencia histórica que le permitieron soñar con los cantos de la Ilíada y aventurarse con fundaciones que, como su Alejandría monumental, sobrepasarían los alcances de aspiraciones forjadas al calor de la gloria profetizada por agoreros egipcios, sacerdotes libios, magos caldeos y adivinos de Babilonia. Cansado de mirar lo disímil y más asombroso, reservó la capacidad para perturbarse ante los enigmas planteados por los gimnosofistas de la India. Cabalgando a lomo de Bucéfalo, su caballo, compartió el sello de dos tiempos, el mítico y el del individualismo heroico, y vivió y murió apegado al mundo de los extremos inconciliables en el cual sus acompañantes eran muy desdichados o muy felices, avaros o pródigos en las conquistas acumuladas, pero tan irresponsables como los dioses, sensibles a la figura del tesoro escondido que encarece el poder de la magia, proclives a ordenar asuntos políticos y a ponderar su tránsito por una vida cuyo sentido se alimentaba con ciertas exploraciones de la razón frente a lo desconocido y lo desmesurado.

Creer o no creer lo verosímil o fantástico de una conquista apretada en algo más de trece años de incesante movimiento transformador es lo que menos importa en biografía tan insinuante. Lo prodigioso, en todo caso, está en el laberinto de versiones que envuelven los poderes del Hado en torno de un destino único, indescifrable, tentador y situado en un escenario ilusorio, donde abundan sucesos, paisajes, voces y actores que siglo tras siglo continúan provocando algo demasiado hondo, misterioso, que sólo despierta cuando las palabras van aclarando la raigambre perdida.

Esa carga de religiosidad distintiva de ciertas hazañas y personajes venerados o temidos transmite un número infinito de sentidos que los hace dignos de ser releídos y redefinidos desde los límites inabarcables de la fábula, aunque se acuda a fuentes que presumen realismo. Es posible que la causa de tan perdurable curiosidad esté relacionada con la fuerza que lo sagrado ejercía en la concepción del destino porque, cuando inmediatos, en los sucesos expuestos a registros testimoniales se respira un aliento profano y sin brillo, un aliento que, para ser creído o parecer ordenado, obliga a los estudiosos a encimar lecturas que con frecuencia nos precipitan al submundo de las discusiones ociosas o nos dejan distantes, ajenos y sin enlaces que fortalezcan nuestra nostalgia de dioses. Tales versiones suelen revertirse, si no contra los hechos o sus protagonistas, al menos en detrimento de la grandeza o los furores que animan las grandes acciones. En cambio, cuanto más remotos, los actos adquieren luminosidad o fulgor. Caminan en libertad entre los juegos interpretativos o permanecen en la quietud del misterio, pero siempre suscitan dudas, respuestas ocultas o sugerencias estremecedoras. Por sí mismos deslindan lo fundamental de lo secundario. Sitúan a los hombres frente a la determinación del destino, y lo sagrado preside las obras entremezcladas de imaginación, virtud, crueldad, inocencia, codicia o dolor. Luego, durante el prodigio de volverlos a contar, estos juegos de la memoria y el calendario encarecen el sentido de humanidad. Quizá se castigue en fidelidad cuanto se gana en imaginación; no obstante, la novela que resulta de los supuestos recreados ofrece una unidad que no siempre consigue la investigación erudita, aunque sin los favores de ésta jamás es posible emprender la aventura de la creación literaria.

Es verdad lo que se dice sobre la magia que subyace detrás de la magia, porque son los temas los que se empeñan en elegir al autor para que éste, en el afán de ir más allá de la historia, desentrañe hebras que prudente o imprudentemente conducen a la raíz de una tremenda orfandad que no se mitiga con evidencias realistas ni se conforma con permanecer al margen de espíritus hechizados. Abrir la imaginación frente a tales juegos proféticos al revés es un recurso que facilita el hecho estético, y confirma el concepto de Heráclito al corroborar que, siendo una misma nuestra condición en lo fundamental, el hombre de ayer no es como el de hoy ni el de hoy será el de mañana. Cambiamos incesantemente y lo sagrado perdura con la pasión del enigma, como los libros y la fuerza de la palabra.

Cuando se cuenta el “regreso” de los ciclos mundanos intervienen inevitablemente los dioses, en especial al remontar un tiempo regido por mitos, presagios y revelaciones, donde recae el gobierno del Hado. Entonces la Necesidad abre sus puertas al conocimiento sutil, para que la intuición sustituya el recurso comprobatorio y se establezca un diálogo entre el autor y su historia o

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